El psicoanálisis como método de investigación del afecto.
David Amorín Fontes.

Sabida es la triple dimensión que el psicoanálisis tiene dentro de las disciplinas de las ciencias de la subjetividad: 1) Teoría del psiquismo tanto en lo que refiere a la estructura como a su desarrollo, con especial énfasis en sus aspectos inconscientes; b) Método psicoterapéutico para una amplísima gama de trastornos inherentes al sufrimiento humano; c) Técnica de investigación privilegiada para acceder a los estratos más profundos de la psique.
Justamente, es en este tercer punto en el cual pretendo detenerme.
Dado que sería muy pretencioso suponer que el psicoanálisis, desde su dispositivo psicoterapéutico, investiga al sujeto humano en su integridad, propongo que lo que verdaderamente cae bajo la óptica de comprensión del psicoanálisis son, en esencia, los aspectos afectivos del sujeto en cuestión, a través del análisis y comprensión de los afectos que se instalan en la díada analista-analizando.
Si bien, el punto último de la investigación psicoanalítica es el inconsciente, siendo "(...) evidente la doble función que cumple en el psicoanálisis; como concepto que remite a modos de funcionamiento y estructuras determinadas y como investigación en una heurística de lo inagotable" (R. Paz. 1999), es obvio que no tenemos acceso directo al mismo. Inferimos su funcionamiento a través de subrogados, a saber, deseos y mociones pulsionales que precipitan desarrollos de afecto que definen la subjetividad en cuestión.
De hecho, como veremos más adelante, algunos autores proponen la idea de que el inconsciente se produce a raíz de determinados encuentros afectivos.
El tipo de investigación que importa a los fines de este trabajo, remite al aspecto clínico de la investigación psicoanalítica, y no a los intentos de validarlo dentro de las psicoterapias a través de metodologías que provienen de investigaciones en otros campos del saber.
Al respecto, coincido con D. Maldavsky (2001) cuando afirma que "en psicoanálisis, las investigaciones clínicas han sido usadas para desarrollar hipótesis teóricas, para aportar al estudio de determinada configuración psicopatológica, para fundamentar una propuesta de abordaje terapéutico, para evaluar resultados".
Cualquiera de estos objetivos está en relación directa con el sustrato emocional que sostiene el encuentro analítico, el cual implica tanto al inconsciente del paciente como al del psicoterapeuta, el instrumento de investigación que permite el acercamiento a la comprensión de lo que allí se juega es el análisis de la neurosis de transferencia, y el de todo el cortejo de resonancias contratransferenciales.
Es en ese cruce complejo entre ética, técnica y afecto, donde emergen las redes de sentido que permitirán el desarrollo del proceso terapéutico; ya desde "(...) Freud la posibilidad de investigar en psicoanálisis se da en forma simultánea con el objetivo terapéutico, siempre y cuando se respete éticamente al paciente, sin ´utilizarlo´ para nuestros propios fines de investigación, que nunca pueden considerarse prioritarios con relación al tratamiento psicoanalítico mismo". (J. Perrés. 1998).
Desde esta perspectiva, la clínica es, per se, un instrumento mediador en el encuentro de (por lo menos) dos subjetividades.
La especificidad de la investigación clínica en psicoanálisis es absolutamente sui géneris, dada la triple implicación señalada más arriba: ética-técnica-afecto. La paradoja - frente a los métodos de investigación aplicados en otros campos del saber- consiste en que la buena aplicación de la técnica depende del despliegue afectivo entre los participantes.
La clínica psicoanalítica es, en sí misma, una metodología de indagación con derecho propio. Nadie duda de que Freud fue ante todo un investigador, y que la producción de conocimientos por él emprendida emerge ineludiblemente del campo práctico. A su vez, esta práctica consistía y consiste en el "arte" de curar, o por lo menos mitigar el sufrimiento de aquel que así lo requiere.
La interpelación que el trabajo clínico con los pacientes ejerce sobre las teorías de referencia, impactando en los puntos ciegos y en las contradicciones conceptuales, es ineludible, y a la vez fértil insumo para nuevos desarrollos. De ahí el planteo de que el costado investigativo que tiene el dispositivo psicoterapéutico analítico toma como objeto (que es en realidad un complejo sistema abierto al intercambio con otras estructuras) al mundo afectivo intra, inter. y transubjetivo; en tanto que "(...) el esclarecimiento de la teoría de la afectividad será un paso hacia la teoría de la técnica y la terapéutica psicoanalíticas. Hasta podría preguntarse si es siquiera concebible una teoría metapsicológica de la técnica y la terapéutica antes de que se haya aclarado el "status" metapsicológico de las emociones, que ocupan una posición central en los procesos de la terapéutica" (D. Rapaport. 1953).
Ante tal afirmación, es menester dar cuenta – aunque más no sea de forma excesivamente resumida – de qué entendemos por afecto en el marco de esta teoría, máxime si tenemos presente que, en última instancia, el proceso analítico va a depender del espesor afectivo del vínculo transferencial-contratransferencial.
Para que técnicamente acontezca acto analítico, tomando prestada la certera expresión de M. Viñar (2002), (ese disloque que sorprende inaugurando otra lógica entre la pareja analítica), es preciso, previamente, la instalación de un soporte del orden del afecto entre ambos, condición sine qua non del proceso elaborativo. En esencia, lo que conocemos como el eje transferencia-contratransferencia.
La brecha mayor entre práctica y teoría psicoanalítica parece abrirse en relación al complejo y apasionante tema de los afectos.
La conceptualización acerca de la afectividad aún hoy adolece de falta de claridad y consenso entre los autores (hay líneas de pensamiento dentro del psicoanálisis que prescinden casi por completo de la cuestión). Por otra parte, in situ, el centro de la sesión analítica lo constituye la problemática afectiva del paciente, y la resonancia emocional del analista frente a la misma.
Un rastreo del tema en la obra de Freud muestra que, en esencia, no nos legó precisamente una teoría acabada del afecto, y que la complejidad del tema es tal, que sus seguidores por momentos se han perdido en el intento de explicar esta dimensión de lo humano que es quizás su componente esencial, "el afecto, incluso abordado desde el punto de vista de la conciencia, continúa siendo un perturbador enigma que se extiende más allá de los psicoanalistas, a los filósofos, los psicólogos, en los que no encontramos mucha más unanimidad, más bien menos". (A. Green. 1999).
Los postulados freudianos forjados en el marco de su investigación en el campo de la clínica psicoanalítica, nunca abandonaron del todo la inicial impronta biologista. Los modelos aportados por el autor tienen reminiscencias propias de las ciencias naturales y simulan dispositivos mecánicos que refieren a flujos de energía canalizados, desviados, concentrados, etc. Freud puso el énfasis en la condición interna de los afectos, refiriéndolos al interjuego dinámico de las distintas intancias intrapsíquicas.
Actualmente, una primera aproximación al tema nos ubica la dimensión afectiva de la subjetividad precisamente en una zona difusa que se define entre lo biológico y lo cultural. Es en el encuentro de nuestro organismo (que deviene cuerpo merced a la mediación del psiquismo) con el ambiente (que se estructura ideológica y simbólicamente como cultura) donde se perfilan los dinamismos subjetivos que estarán irremediablemente atravesados por la dimensión afectiva.
No en vano Winnicott (1949)entendía que el origen del psiquismo dependía de la "(...) elaboración imaginativa de las partes, sentimientos y funciones somáticas".
Así planteada la cuestión, los afectos se forjan en un crisol sometido a la tensión de dos fuerzas a menudo contrapuestas: naturaleza y cultura.
Desde la originaria polaridad entre tensión – relajamiento (fisiológicos) que en su traducción psicológica va construyendo las categorías placer-displacer, hasta la compleja gama de emociones y sentimientos que pueblan el vivenciar subjetivo adulto, se transita un largo camino evolutivo que conocemos con el nombre de desarrollo afectivo-sexual, o psico- sexual. "La piedra de toque es entonces el desarrollo de la afectividad y de la sexualidad por cuanto, cosa imposible de ignorar, no son reducibles a las del animal, según el punto de vista que el psicoanálisis privilegia deliberadamente". (B. Brusset. 1992). (Las negritas me pertenecen).
La expresión "desarrollo libidinal", nos pone de cara a la importancia del concepto de libido, entendida como energía resultante de la pulsión sexual. A todas luces, libido y afectos se emparentan inevitablemente.
La teoría freudiana propone el pasaje del niño y la niña por una sucesión de fases que demuestran la existencia de una sexualidad infantil "perverso polimorfa", sustentada en el accionar de pulsiones parciales aún pregenitales.
El pasaje (previa elaboración de los psicodinamismos implicados) de una fase a otra es imprescindible para el acceso a la genitalidad estructurada al final de la adolescencia. Este desarrollo afectivo-sexual deviene del tránsito evolutivo del sujeto, y de la adecuada transición (sin efectos traumáticos) entre un momento y otro. Ahora bien, es sustancial la cuestión del pasaje de una a otra fase, en tanto "(...) la superación de un estadio, así como su fracaso, responde a varias causas: agotamiento de los placeres de un estadio, por descubrimiento de otras fuentes que la maduración pone a disposición del niño, coartación educativa, insatisfacción debida a la prematurez, evitación de los conflictos internos y externos, represión y transformación de la relación y de los intercambios físicos y simbólicos con los padres, etcétera". (ídem).
El desarrollo afectivo-sexual es determinante de las relaciones de objeto y las identificaciones, procesos a los que subyacen, en forma sine qua non, desarrollos de afecto.
El cúmulo de investigaciones que abordan el desarrollo temprano, han enriquecido notoriamente nuestra perspectiva acerca de las capacidades del bebe para alternar con su entorno. Las interacciones precoces son de un orden de complejidad muy superior al que se creía hasta ahora.
Las primitivas reacciones emocionales del infante codificadas fisiológicamente, serían una mezcla de respuestas somáticas, asimilación cognitiva de las experiencias transitadas, e incipiente simbolización psico-afectiva de los eventos en cuestión, los cuales están en directa relación con la presencia de un otro que ejerza la llamada función materna.
La inscripción y retranscripción psíquica que estas experiencias padecen al cabo de la vida del sujeto, configuran la dimensión de su afectividad.
La afectividad tiene tal importancia en la experiencia subjetiva que, tanto regula los dinamismos intrapsíquicos, como las modalidades de elección e interacción con los objetos moldeando el registro de lo interpersonal.
Agregamos entonces para el afecto, otra doble pertenencia, (junto a la biológica y cultural): la dualidad intra e inter-personal.
Toda la gama de dispositivos heredados que estructuran las respuestas emocionales precoces ante la vida, no permitirían el proceso de individuación y socialización (en suma, de "humanización") sino fuera por la intermediación de otro. Ese otro es presencia ineludible y condición necesaria desde el mismo comienzo de la vida afectiva.
Cabe ahora, detenernos en algunos de los aspectos relativos a los orígenes de la afectividad.
En 1983, R. Emde, plateó la idea que, desde el comienzo, el sentimiento incipiente de continuidad, estable ante las transformaciones y variabilidades propias del desarrollo, estaba asegurado por un estilo singular y constante de monitoreo afectivo para cada sujeto, "(...) un núcleo para la intersubjetividad así como para el self". (R. Emde. 1999).
Este núcleo afectivo, que parece constituir una de los pilares de la identidad, requiere de una estabilidad y continuidad en los actores implicados en la crianza. Asimismo, no debe equiparse esta noción a la de temperamento, aunque este último puede influir en las reacciones emocionales propias del niño en sus estadios más tempranos.
Las pioneras consideraciones freudianas acerca de las primitivas polaridades tensión-descarga (relajamiento), y placer-displacer, han sido enriquecidas a la luz de nuevos planteos que arroja la evidencia experimental, "se piensa que cada categoría discreta del afecto es experimentada en por lo menos dos dimensiones sobre las que hay acuerdo: la activación y el tono hedónico". (D. Stern. 1985). Es justamente esta última la que se relaciona con la condición agradable o desagradable del sentimiento resultante.
Las respuestas emocionales del infante temprano están subsumidas en última instancia a su impulso vital, de modo que se habla de "afectos de la vitalidad", básicos y sentidos como irrupciones ligadas a activaciones y excitaciones.
Estas emociones van complejizándose y estructurándose de modo tal que el infante (innatamente buscador de pautas de repetición y coherencia en su entorno) va a reconocer y esperar determinadas características identificables ligadas a sus estados afectivos, a modo de episodios invariantes.
Estas interacciones ocurren en el contexto de redes simbólicas que van dotando al mundo de significación, a la par de que el sujeto se produce y estructura psíquicamente. Es, entonces, la afectividad el zócalo de toda subjetividad, y sobre ella se inscriben los múltiples atravesamientos provenientes del entorno que luego irá deviniendo cultura.
En tanto el niño es, antes de devenir sujeto, objeto de la afectividad del otro, los sentimientos y emociones primitivas están en función de la metabolización que el infante logre de esta "seducción originaria", preñada de afectos provenientes de la propia sexualidad materna. El niño se ve obligado así a emprender la vía de la simbolización, quedando inaugurada la conexión indisoluble entre afectividad y cognición.
Esta seducción originaria, postulada inicialmente por J. Laplanche, produce psiquismo profundo en el niño, y en ella se entraman las complejidades afectivas más determinantes de todo vínculo humano. Esta corriente pulsional proveniente de la madre, "(...) se ha de concebir no como maniobra sexual particular por parte del adulto sino como el hecho de que el niño inmaduro es confrontado con mensajes cargados de sentido y deseo, pero de los que él no posee la clave ("significantes enigmáticos"). (...) Estos objetos inconscientes o representaciones de cosa inconscientes constituyen la fuente de la pulsión (objetos-fuente)". (J. Laplanche. 1984).
Estas interacciones afectivas de orden primitivo, producen, al decir de S. Bleichmar, inconsciente. Incluso, "en el inconsciente operan todas estas representaciones, pero hay algunas, muy particulares, como los signos de percepción, que no fueron ensambladas ni transcriptas – o que solo obtuvieron una transcripción insuficiente para la fuerza de afecto que arrastran – (...)". (S. Bleichmar. 1999). (Las negritas me pertenecen).
Desde esta óptica, la afectividad del otro significativo obliga a un trabajo psíquico en el lactante, que define los dinamismos metapsicológicos de las estructuras de las que dependerán los desarrollos de afecto.
Por otra parte, otros autores postulan que el lactante posee una fuerte dotación hereditaria a modo de repertorio de respuesta para enfrentar las exigencias interactivas a las que su entorno lo somete, generándose propiamente una co-participación afectiva muy intensa.
Ahora bien, lo que llamamos afectividad, reúne una gama de experiencias emocionales que incluye vivencias bien diferentes unas de otras. Algunas de estas vivencias son de corta duración, mientras que otras se prolongan obstinadamente en el tiempo. En virtud de estos aspectos, han surgido categorizaciones que, por ejemplo, discriminan entre "emociones propiamente dichas", incluyendo en ellas a las de corta duración como el enojo y el miedo, y "humores y temperamentos" que pertenecerían a las de duración prolongada. (P. Ekman. 1994).
Podemos agregar otra doble inscripción para la afectividad según ésta esté al servicio de fortalecer al self, o de proveerle sustento defensivo. R. Emde (1999), propone que "(...) las emociones como ansiedad, desamparo, temor, enojo, tristeza, depresión, disgusto, vergüenza, culpa y otras señales emocionales negativas son usualmente defensivas y sustentadoras del self".
Asimismo, en el marco de la temporalidad, la afectividad entrelaza pasado presente y futuro. La experiencia emocional es vivida como presente y sentida en tiempo real por el sujeto, sin embargo, ella está definida por las experiencias afectivas transitadas en nuestra historia personal. El bagaje de sentimientos ya experienciados, sean estos evocables voluntariamente u olvidados e inaccesibles concientemente, constituye la base innegable sobre la que se erigen los afectos actuales.
A su vez, la experiencia emocional presente es afectada por la proyección existencial que hagamos a través del tiempo hacia adelante bajo la forma de expectativas, anhelos, sueños, utopías, proyectos, etc. El (lo)"sentido" (en su doble registro de inscripción significante que dota de significación, y de resonancia anímica sensible) de los acontecimientos que protagonizamos nos viene de lo vivido y de lo por vivir.
En otro orden de cosas, no encontramos homogeneidad a la hora de pretender abordar la cuestión de la localización del afecto en el aparato psíquico, éste ampliamente entendido, parece pertenecer tanto a los sistemas conciente, preconciente e inconsciente (en términos de la primera tópica), o al yo al ello y al super-yo (si lo planteamos en clave de segunda tópica).
Es cierto que postulados freudianos insisten sobre la estrecha ligazón entre afectos y funcionamiento yoico, pero tal criterio parece hoy restrictivo.
Es menester, ante la indiscriminación con la que son utilizados diversos términos relativos a la afectividad, que abordemos la cuestión de los conceptos a ellos asociados.
Suelen usarse, para el caso del lenguaje corriente (y las más de las veces en producciones científicas), indistintamente las expresiones sentimientos, afectos, y emociones.
Apelemos al Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis,(1967) y a su definición del término afecto: "Palabra tomada por el psicoanálisis de la terminología psicológica alemana y que designa todo estado afectivo, penoso o agradable, vago o preciso, ya se presente en forma de una descarga masiva, ya como una tonalidad general. Según Freud, toda pulsión se manifiesta en los dos registros del afecto y de la representación. El afecto es la expresión cualitativa de la cantidad de energía pulsional y de sus variaciones".
La definición precedente remarca con énfasis el carácter energético del afecto, su condición de investidura de la representación ideativa, y su procedencia pulsional. Sin embargo, también se menciona el valor puramente descriptivo del término, a saber su condición de "tonalidad" sensible. Los afectos serían los derivados inmediatos de las pulsiones dándoles a éstas la posibilidad de representación psíquica, aportándoles su otra dimensión además de la corporal (asegurada en tanto la fuente de la pulsión es somática). Usualmente se reserva el término emoción para referirse a la alteración corporal que acompaña al estado afectivo.
El precipitado sensible, ligado a estos procesos, y que produce sensación conciente percibida como variación anímica por el sujeto sería lo que solemos llamar sentimiento. Es este "sentimiento" el que tratamos (la más de las veces infructuosamente) de transmitir a través del lenguaje, experiencia fallida que produce una brecha insalvable entre afectos y palabras.
La vivencia afectiva es por definición intransmisible, quedando empobrecida a la hora de entramparla y encorsetarla por la vía del lenguaje. Con todo, la relación palabras-afectos es por demás compleja, las primeras tienen el don de promover emociones intensísimas, ya que a través de ellas "(...) puede una persona hacer dichosamente feliz o llevar a la desesperación a otra; por medio de palabras transmite el maestro su conocimiento a sus alumnos; por medio de palabras conduce el orador a su audiencia y determina sus juicios y decisiones. Las palabras provocan afectos y son, en general, los medios de influencia mutua entre los hombres". (Freud. 1917, las negritas me pertenecen).
Recordemos que el lenguaje no sólo implica el aspecto semántico de las palabras, y que, en la temprana relación madre-bebe, es principalmente la prosodia de la melodía verbal de la madre la que aporta al niño sentido afectivo, libidinización y narcisicización.
Ahora bien, suscribo la pregunta que se formula E. De Bianchedi (1999): "¿Son sensoriales lo sentimientos?". La autora responde negativamente a tal interrogante, recordando que Freud en 1911 se refirió a una cierta condición de autoconciencia, atribuible a un "(...) órgano sensorial para la percepción de las cualidades psíquicas".
De lo anterior se desprende que los afectos son sentidos en un registro diferente al aporte perceptivo que nos proveen los sentidos a través de las vías aferentes, "(...) los sentimientos de admiración, de envidia, de gratitud, de esperanza, etc., no tienen forma, color, olor, sonido; podemos atribuírselos secundariamente". (De Bianchedi. 1999).
El vasto panorama que presentan los afectos humanos ha promovido intentos de clasificación y categorización de los mismos, ninguno de los cuales ha resultado verdaderamente esclarecedor. Asimismo, autores de diversas escuelas dentro del psicoanálisis han propuesto sistematizaciones respecto del problema de la afectividad.
Al respecto, tomemos como muestra el planteo de D. Rapaport, autor de relevancia dentro de la línea de pensamiento conocida como "psicología del yo".
Este autor, luego de sendas revisiones del tratamiento que la literatura psicoanalítica ha dado al tema, intentó "(...) esbozar el esquema de una teoría" (D. Rapaport. 1978), tomando en cuenta los aportes recogidos hasta mediados del siglo XX.
Como veremos, sus generalizaciones conservan validez, incluso a la luz de nuevas teorías sobre la afectividad surgidas de cruces epistemológicos entre psicoanálsis, ciencias cognitivas y neurociencias.
En resumen resalta lo siguiente:

1) Los afectos se erigen sobre "(...) canales y umbrales de descarga innatos". (ídem). Esta formulación alude a dispositivos que anteceden cualquier movimiento evolutivo de construcción del aparato psíquico: se trata de tiempos anteriores a la diferenciación del ello que da lugar al desarrollo del yo. La afectividad arcaica, patrimonio común de la especie, dispondrá el terreno para habilitar las interacciones comunicativas imprescindibles en el desarrollo del sujeto. Aún así, se deja lugar a las significativas diferencias interindividuales evidentes en los recién nacidos.
2) Sabido es que en aquellos tiempos remotos del ser la lógica que rige al incipiente psiquismo es la de los principios de constancia, de inercia y de placer, que tienden a restablecer toda homeostasis tensional alterada. Los afectos tendrían aquí el valor de procesos de descarga adaptativos.
3) Tanto afectos como representaciones ofician de representantes pulsionales sin los cuales no tendríamos noticias acerca de los impulsos ligados al deseo.
4) El desarrollo emocional, verdadero "domesticador" de los afectos, lleva el progreso subjetivo hacia capacidades de diferimiento contextuadas en los requerimientos de la realidad, merced a los llamados procesos secundarios que requieren de cantidades de energía ligadas y no libremente móviles. A tales efectos se echa mano a los mecanismos de defensa que irán estructurando el mundo interno y las interacciones con los otros. A su vez, las experiencias van produciendo contenido mentales cognitivos, "la idea que representa al impulso tiende a convertirse en pensamiento que representa a la realidad". (ídem).
5) Los afectos son pasibles de un desarrollo jerárquico entrelazado con impulsos relativos a motivaciones diversas, siendo que los estratos más primitivos conservan su funcionamiento, dando por resultado que "(...) encontramos en el adulto normal también fenómenos afectivos de catexias muy móviles, semejantes a los arrebatos emocionales masivos, así como encontramos en su pensamiento conciente también fenómenos del proceso primario". (ídem).
6) Los afectos pueden promover tanto movimientos defensivos frente a ellos, como movilizaciones tendientes a generar efectos motivacionales.
7) En el interjuego de las instancias del aparato psíquico, los afectos poseen tres aspectos: 1) uno dinámico, relativo a la tensión del conflicto generado entre la tendencia a la descarga y cualquier elemento interno o externo que impida de una u otra forma tal movimiento; 2) uno económico, definido en función de los tipos de descarga de los afectos; y 3) adaptativo, aspecto parcial del aspecto estructural más amplio (definido en el numeral siguiente).
8) La dimensión estructural de la afectividad en construcción merced a las dinámicas del desarrollo psicológico, "(...) significa la creación de sistemas de organización que se controlan mutuamente, cuyos continuos conflictos dan origen también a tensiones y a su descarga, esto es, a emociones que de tal modo pueden hacerse continuas". (ídem).
9) La emociones y afectos poseen un innegable carácter adaptativo. Las descargas afectivas primitivas están codificadas para dar respuesta a ciertas situaciones provenientes del entorno. Los afectos – en tanto señales - serían "indispensables" para aprehender la realidad y los pensamientos.

Siguiendo a Emde (1999), para finalizar (haciendo énfasis en el hecho de que, conocimientos actuales provenientes de ciencias llamadas duras, avalan descubrimientos obtenidos por el psicoanálisis, clínicamente entendido como método de investigación), reseñaremos puntualmente algunas evidencias arrojadas por las neurociencias:

1) Desde la óptica del procesamiento de la información, los procesos afectivos implican no sólo a la cognición y procesos de feedback y retroalimentación en lo que a interacción entre sujetos respecta, sino además, a las variedades de funcionamientos fisiológicos implicados. Por otra parte, "los resultados del procesamiento pueden ser concientes, pero hay un procesamiento de información continuo, multifacético, guiado por el afecto que ocurre por fuera de la atención focal que requiere del funcionamiento del lóbulo frontal (...)". (R. Emde.1999).
2) En cuanto a localizaciones dinámicas neuroanatómicas, se mantiene la clásica referencia a las antiguas estructuras de la amígdala y el giro cingulado anterior. Actualmente se reconoce la crucial participación de inputs provenientes de la corteza frontal, determinantes en funciones como la anticipación, categorización, organización, activación y preparación para la acción. Asimismo se sabe de la incidencia de otros inputs emitidos desde el hipocampo (ligado al circuito responsable de la memoria). Están implicados también, circuitos de información procedentes de"(...) el hipotálamo, desde el sistema nervioso autónomo, desde el sistema endocrino hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal y desde núcleos neurotransmisores mas ampliamente distribuidos". (ídem). Las retroalimentaciones provenientes de la musculatura facial y de los miembros cumple también un papel en estos procesos.
3) Se está indagando acerca de los sustratos orgánicos responsables de determinadas emociones específicas, quedando algunas de ellas determinadas por restricciones innatas, y otras más por experiencias aprendidas registradas bajo la forma de recuerdos, y procesos de fuerte impronta cognitiva.
4) "(...) como expresa Damasio, la base neural del self incluye los procesos en curso de referencia interna. Esto incluye representaciones de dos clases: 1) una identidad hecha de recuerdos autobiográficos del pasado y posibilidades futuras y 2) un background de los estados corporales y emocionales". (ídem). De lo anterior se desprende que la percepción de un sentido del self implica el funcionamiento integrado de muchas áreas y regiones cerebrales apelando a permanentes estrategias de reconstrucción.

 

BIBLIOGRAFÍA-.

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