Idiogenesia:crítica de la razón del menor
Sandino Núñez

La frase "una pareja de lesbianas" ya prefigura una buena historia. Nos habla del delirio hiperintegrado, conformista y furiosamente negador de los desviados neuróticos y correctos: el apareamiento, la estabilidad afectiva y sexual. Los homosexuales no quieren solamente vivir juntos. Quieren casarse. Su unión estará sancionada por Dios y el Estado, y bendecida por papá y por mamá. Respetarán la tradición patriarcal de la san1.GIF (666 bytes)visión sexual del trabajo: él trabaja y provee y ella se ocupa de las cuestiones domésticas. Parece anularlos una furia correctiva que busca redimir a la homosexualidad en la empecinada negación del promiscuo, la loca, el dandy, el travesti prostituto, el mutante pansexual, figuras circenses de contramodernidad. Eso, esa pareja infértil, siempre bajo sospecha, ya no quiere problemas con la autoridad. Eso se portará bien, será bueno. Más que bueno, será dócil, será correcto. Necesita purificarse en el mito de un amor romántico, pacífico y espiritual, después de tanto cuerpo y tanto pecado. Necesita respirar el aire posconciliar de una gran matriz familiar, al fin blanca y tolerante, que lo acepta, lo reabsorbe y ¿por qué no? lo quiere.

Entendamos rápidamente por minoría a todo grupo social con un comportamiento del san2.GIF (909 bytes)tipo endorreflexivo-reivindicativo, y bautizado y justificado por una marca1 que funciona como carácter recesivo frente a otro dominante al que se opone. Carencia es, obviamente, una palabra clave para entender la arquitectura y el funcionamiento de la noción de minoría. Pero la propia minoría se quiere organizar alrededor de una constitución que la niega o la ennoblece. Que transforma el rien à dire de la falta en una positividad llena de teoría, de discurso, de terapia, de autoconocimiento. Es una operación mágica: se pone una plenitud allí donde había un vacío. Ya no carencia sino identidad. Ya no la aparente corrección cívica, eufemística y reverencial de "no oyentes" o "no videntes", sino la brutal corrección política de "sordos" o "ciegos".
En "lesbianas sordas" aparece una tercera marca: la sordera. Junto a las dos anteriores (que son, obviamente, mujer + homosexual —i.e. lesbiana) forman un diagrama inclusivo de cajas chinas. Cuanto menos integrantes más pedigree, cuanto más pequeño es el conjunto más refinada la pureza y sólida la pertenencia. La minoría se va estrangulando en una especie de aristocracia recesiva: mujer, mujer homosexual, mujer homosexual sorda. [Podrían también haber sido negras o árabes, por lo que el diagrama se vería así: mujer - mujer árabe (o negra) - mujer árabe homosexual - mujer árabe homosexual sorda.]

Teorema uno. Acerca de la constitución de la minoría. La constitución de una minoría podría ser pensada de acuerdo a un movimiento en dos tiempos a partir del tema clásico del estigma de Goffman. Primer paso: el estigma se transforma en identidad. Segundo paso: la identidad se transforma en pedigree. Me quiero extender un poco en el primer paso, ya que su generalidad lo hace tan básico para comprender la historia moderna de occidente como trivial para comprender la "historia posmoderna" de las minorías. Lo que podríamos llamar Segunda Modernidad o modernidad civil2 comienza cuando el estigma o la marca (la torcedura, la desviación, el exceso) empiezan a ser tratados como identidad. Comienza la era de la creación de sujetos y de la gran utopía de lo político: el nacimiento del Estado político moderno y su contracara, la sociedad civil. Es un movimiento que se percibe ya con absoluta nitidez en el siglo XIX (aunque ha comenzado, presumiblemente, a partir de la segunda mitad del XVII). Su discurso-emblema es el psicoanálisis3, teoricidad que plantea resueltamente el problema de la hermenéutica del yo como nuevo procedimiento y nuevo discurso del poder-gobierno o poder político (relevo del poder-autoridad o poder militar). Hay que hacer hablar - dejar hablar al otro, hay que transformar el rasgo patológico (marca) en rasgo identitario: todos estamos enfermos por el lado del alma, todos debemos reflexionar sobre nuestra enfermedad, todos debemos saber que nuestra enfermedad es transferencial (representación). Es la gran faena del Estado político moderno: interpretar e interpelar, producir identidad y crear sujetos.
El segundo paso (la identidad se transforma en pedigree) es una instancia pueril —pero es únicamente dentro de ella que la minoría se fabrica a la manera de una corporación, pequeño paraíso comunitario endogámico que conducirá, es inevitable, a la gran apoteosis final de la minusvalía.

La parte más previsible del delirio gay de hipercorrección cívica (a saber: tener hijos4) san3.GIF (1063 bytes)está asistida por los sueños de la razón, por los sueños más pesados de la racionalidad de occidente, y de una de las formas más groseras de esa racionalidad: la médica.

Algo grave ha ocurrido. Antes comprendíamos el mundo: teníamos hipótesis de intelección y robustos sistemas teóricos. La gran pregunta filosófica de occidente era Por qué, una pregunta noble hecha por la curiosidad sana de un buen Espíritu proyectándose en progreso —esa curiosidad se llamaba epistemofilia. Bien: esa bella mañana moderna se terminó. Ahora acumulamos conocimiento en las formas más fofas del capital tecnológico: manipulamos todo y podemos fabricar eventualmente todo. Ya llegamos al Saber Absoluto. Ya sabemos todo, pero, ay, nos aburrimos tanto. La pregunta ya no es Por qué sino Por qué no, una pregunta perversa hecha ya no por el Espíritu Moderno sino por un duende travieso y desagradable que quiere pasar al acto, afectado por el spleen de la omnipotencia. ¿Por qué no usar nuestros conocimientos como los sabios de Tlön? Tenemos genes, tornillos, cadáveres ¿por qué no construir al antropoide de Frankenstein? Podemos manipular huevos, matrices y embriones ¿por qué no embarazar a un hombre? ¿por qué no embarazar a una mujer sin que intervenga el varón? ¿y por qué no hacerlo, ya que estamos, por una buena causa, por una causa sagrada?
Residuo de quién sabe qué procesos productivos (¿seguridad? ¿mercado clínico? ¿capital farmacológico? ¿investigación médica? ¿azar?), un gran artefacto tecnológico se ha venido acumulando durante años. La variada tecnología de la asistencia a la fertilidad ha venido a apoyar a la minoría femenina, culposamente 5, en la tarea, siempre sagrada, de tener hijos. Así, se me tolerará la expresión, permite la producción alucinatoria del deseo en la realidad. Así estimula lo que se ha denominado "manipulaciónes uniparentales" —frase que se me antoja una cobertura cristiana para no mentar al demonio por su verdadero nombre: la aventura, inevitablemente loca, de lo endogámico femenino (es posible tener hijos sin que intervenga el varón), y, sobre todo, de lo endogámico homosexual femenino (es bueno tener hijos sin que intervenga el varón). La consecución de los hijos, paradójicamente, interviene reforzando el contrato excluyente de la minoría lesbiana.


La noticia, por fin, se completa
6. Era previsible, y, se diría, inevitable: nuestras heroínas san4.GIF (1159 bytes)han recurrido al semen de un donante sordo de quinta generación y se han asegurado así, casi absolutamente, la tenencia de hijos sordos. La minoría se autogenera en una comunidad eugénica, o mejor, idiogénica7 —enorme simulacro de la utopía, simulacro hiperrealista, de carne y hueso.
Antes que nada, quiero responder a un par de preguntas. ¿Qué criterio sigue la construcción de esta comunidad?¿Se trata de una minoría sorda o, por así decirlo, de una minoría lesbiana? En el orden de la producción de discursos (de identidades, de interpelaciones, de terapias) no es lo mismo ser sordo que ser mujer o (mejor) que ser homosexual. La sordera no habla. Asunto básicamente médico, la sordera le pertenece al cuerpo (anatomo-patológico), es decir, a la máquina (lógica mecánica de contacto). La sordera es objeto: es tratable, pensable por la cirugía, que es la racionalidad última del pensamiento médico (intervención directa sobre el cuerpo para extraer al objeto enfermo o malo). Es, incluso, signo: semiología clínica, diagnóstico. Pero nunca es discurso. No interactúa, no reflexiona sobre sí misma. No genera conflictos ni proviene de un poder que la invente como conflicto. La sordera no tiene una voz y por tanto no constituye un sujeto. Está excluída de la gran tópica civil de la identidad y, por tanto, de la gran ciudad moderna: no es un problema político sino médico-militar. Pero es precisamente ella, la sordera, la tercera marca con toda su pasividad ideológica, la que viene a desencadenar los hechos —ya que la de las tres marcas minoritarias que definen al grupo de las lesbianas sordas (mujer + homosexual + sorda), la única que se puede reproducir genéticamente es la sordera. Con una voz política que viene evidentemente de otra parte, la sordera ya no se quiere deficiencia, discapacidad o minusvalía, sino diferencia, identidad o minoría. Es una versión grotesca del Vorstellung de Marx. Casi con seguridad una subordinación similar le ocurre a femenino frente a homosexual. Lesbiana, expresión marcada con respecto a femenino, es la categoría que pauta con frecuencia el ritmo contemporáneo de la lucha feminista. La minoría sexual suele ser la forma misma de toda minoría, el modelo de todo discurso y de todo comportamiento minoritario. Para el caso, se me antoja que aquello que ha disparado la locura de la producción eugenésica de sordos está muy cerca de la sensibilidad exacerbada —aunque muy educada (o mejor, muy trabajada)— de cierta discursividad lesbiana: reivindicativa, militante, llena de un orgullo reactivo y rencoroso.

Sharon Duchesneau, una de las madres, es hija de padre oyente y madre sorda. Hace unos diez años, su padre le dijo que si algún día decidía ser madre debía consultar con un especialista en genética para minimizar el riesgo de tener hijos sordos. "Me sentí despreciada; sentí que mi padre consideraba que había algún problema conmigo y que la sordera constituía, para él, algo muy negativo". Duchesneau ha hablado de eso muchas veces con su padre, quien dice comprender ahora la decisión de su hija y de su pareja, pero ella sigue dolida. (...)

"La sordera constituye una forma de normalidad, distinta de otras normalidades, pero no inferior", afirma Candice McCullough. (...)
Sharon Duchesneau, licenciada en medicina y bioética, indica que la sordera de sus hijos permite que la comunidad familiar sea más homogénea. Y agrega: "La gente sorda hace que la sociedad sea más diversa y, por tanto, más humana. Hemos elegido que nuestra descendencia sea sorda, igual podríamos haber elegido lo contrario. ¿Es bueno utilizar la ingeniería genética para acabar con características como la incapacidad de oír?" 8

La anécdota fundacional es previsible en todo sentido. Habla de la identidad como asunto, preocupación y conflicto (un conflicto desplazado, volcado masivamente sobre la máquina y el cuerpo: la sordera). Habla de la celebración de una identidad y de una cultura y del carácter invariablemente mórbido y rencoroso de esa celebración. Habla vagamente de ciertos mitos antropológicos, o mejor, etológicos, como la grandeza de la soledad, el desamparo de la manada y de la ternura de su comunión en un ambiente hostil (más adelante veremos que esto es fundamental), pero siempre termina por hablar del resentimiento —razonable disparador del fuerte sentimiento de pertenencia y de pedigree.

Minusvalía, plusvalía

¿Es únicamente el juego imaginario del grupo —el orgullo, la identidad, la cultura o el sentido de la pertenencia— lo que explica o justifica la existencia de la comunidad idiogénica? No, de creer lo que dice Sharon Duchesneau:

"Criar a un niño sordo es mucho más barato que a un niño oyente; la guardería, el parvulario, la escuela y la universidad son, por ley, gratuitos"9.

De ser esto así, menos que en una ideología, una metafísica, una estética o un cuerpo doctrinario o totémico, la comunidad idiogénica parece construírse sobre los réditos, los beneficios económicos y las facilidades legislativas. Las minorías se instalan y prosperan, es razonable, en una cultura de la culpa: una cultura legislativa, o mejor, reguladora, que se quiere el contrapeso reparatorio de los errores, las torceduras, y, en suma, de toda la inocente crueldad de la naturaleza y su motor darwiniano. Por otra parte, cierto día esa misma cultura comienza a estar en condiciones técnicas de tramitar sus experimentos eugénicos10 y puede jugar a producir y a reproducir laboratorialmente aquello que la legislación, funcionando como una especie de incubadora, ya amparaba y estimulaba. Desde ese día, aquello que el propio Dios descuida tiene un éxito genético asegurado. Luego inventaremos, ex post facto, las razones que justifiquen y le den poesía y nobleza a la decisión, pero en realidad sucede, pobremente, que tenemos hijos sordos porque hay beneficios sociales que lo hacen más barato que tener hijos oyentes. Se parece a la anécdota, mencionada por algún novelista, de un señor hindú que había cortado la pierna de su hijo para que la mendicidad resultara más redituable.
Pero, a poco de pensarlo mejor, me doy cuenta de que en esta respuesta, con toda la tentadora y simpática simplicidad del materialismo cultural de Marvin Harris (deconstruyamos la metafísica y atrevámonos a ser simples: la existencia de la Primera Comunidad Idiogénica de Sordos se explica porque el Estado ampara a los sordos y les paga a sus madres), la pareja de lesbianas sordas me engaña. Sharon Duchesneau, licenciada en medicina y bioética, y Candace McCullough, terapeuta mental, ambas egresadas de la Gallaudet University de Washington y habitantes de un coqueto suburbio de esa ciudad, no necesitan que el seguro social se haga cargo de la educación de sus hijos. Entonces ¿por qué engañar? ¿por qué sugerir que detrás de las coartadas nobiliarias del linaje, la identidad cultural y el orgullo de la pertenencia se esconde la materialidad vulgar y austera de los subsidios estatales y los seguros sociales? ¿Por qué decir que detrás de todo ese barroco teórico se esconde la crudeza de la conveniencia y la necesidad?
Mi hipótesis es la siguiente. Para nuestras heroínas (clase social que tiene posibilidades de fabricar su delirio utópico, y que tiene educación como para vivir esa omnipotencia con ciertos remordimientos) la necesidad es la más noble de las coartadas, ya que enraíza en una realidad aquello que siempre será sospechoso de ser un antojo o un capricho —y lo ancla no en cualquier realidad, sino en la noble realidad de la supervivencia, el sacrificio y la lucha. ¿Culpa que las lleva a mimetizarse con las causas populares? ¿Conquista demagógica de adhesiones o simpatías? Sea por las razones que fueren, lo cierto es que Duchesneau y McCullough no se cansan de sugerir un parentesco entre su comunidad idiogénica y un gueto o un campo de refugiados. Ellas se viven como grandes madres fundacionales, heroínas épicas, mujeres perseguidas y obligadas por los avatares de la emergencia, la necesidad o la injusticia, a esconder o a atrincherar a su progenie —que no es meramente su progenie, sino, sobre todo, un pueblo, una civilización, una cultura. Ellas ansían Historia, trabajan para la posteridad, son monumentales: algún día, un día de Justicia, se las recordará por ser las madres de una nación.
Seguramente miles de mujeres, solas o apareadas, con parejas homo o hetero, se inseminan y utilizan, en forma directa u oblicua, procedimientos eugénicos (la elección del IQ, la raza o el color de los ojos de los nenes, deben ser prácticas frecuentes). Pero lo hacen en silencio. Ninguna, que yo sepa, ha convocado a la prensa para instalar una mise en discourse, un escenario siempre histérico de polémicas, debates, reflexiones, declaraciones y reivindicaciones, tal como lo ha hecho el matrimonio Duchesneau-McCullough. Pero nuestras heroínas no buscan fama o celebridad (a menos que la fama sea un instrumento para conquistar otro objetivo). Ellas buscan propagandear una causa (i.e. su familia, su manada laboratorial). La Primera Comunidad Idiogénica de Sordos Duchesneau-McCullough se concibe y se ofrece en una épica, en una exaltación de la lucha y sus grandes temas: la resistencia, el heroísmo, la belleza de la cruzada o la gesta. Ellas no sólo son las madres de la civilización (cosa que al final, quizá, no importe tanto): son dos grandes milicianas.
Ahora bien. ¿Será necesario repetir que Duchesneau y McCullough son personas acomodadas y educadas del Primer Mundo que han elegido, como bromeando, en una especie de juego de roles, construir el primer gueto virtual-imaginario de personas vivas?

"Algunos dicen —señala McCullough— que no deberíamos haber tenido hijos con esa minusvalía. Pero también los negros tienen más dificultades sociales que los blancos. ¿Impide eso que mujeres blancas elijan inseminarse de un hombre negro, si quieren? Todas las opciones deben mantenerse abiertas"11.

Cuando una cultura ya no ofrece nada por qué pelear, nada por qué convocar a la lucha, nada que defender, entonces puede crear (por qué no) lo que va a defender y defender lo que va a crear. Aparecen la minoría, la singularidad, y su gran apoteosis final: la idiogenesia. Es que hay una energía civil que no sabe en qué gastarse. La energía de una clase educada en un discreto deseo de lucha y de resistencia (o por lo menos en una simpatía por la lucha y la resistencia), sin que haya algo por lo que valga la pena luchar o algo contra qué resistir. Hay una clase que se aburre. Ni su creación (la comunidad idiogénica de sordos) ni la defensa de su creación12 le pertenecen a la historia de la liberación o la resistencia —palabras tan francesas y gauchistes, tan llenas de la nobleza épica de la filosofía crítica, y tan llenas, al fin, de luchas reales. No le pertenecen a la gloriosa historia de la lucha de los oprimidos. Le pertenecen, tristemente, a la historia del aburrimiento civil en el mundo desarrollado.
Mejor quizá: este aburrimiento indica la existencia de un mundo que puede ser llamado, sin la menor pretensión de originalidad, posdesarrollo. El mundo posdesarrollado es un momento histórico (¿cuándo, si no en tiempos del capitalismo tardío, del consumo por encima de la producción y de esa profunda catatonia política disparada paradójicamente por la apoteosis pasmada del liberalismo político, podría haber ocurrido?), es una clase social (¿dónde, si no en sectores sociales acomodados del mundo desarrollado podría haber aparecido?), y finalmente, es cierta cultura y cierta educación (¿cómo, si no a través de la ideología, la doctrina, y, en suma, el espíritu —el estímulo libertario de la filosofía crítica francesa y del posestructuralismo de Foucault, por ejemplo—, podría haberse disparado?).
Posdesarrollo es una cultura atravesada y marcada por un profundo aburrimiento estructural. El spleen de la omnipotencia, ya lo mencioné, es algo que ocurre en las esferas de la producción y el conocimiento, y que convierte al moderno espíritu hegeliano de la ciencia en un demonio menor o en un duende. El duende ya no se pregunta por el por qué de las cosas, principio epistemofílico de la modernidad, sino que dispone, de acuerdo a su antojo, la realización tecnológica del mundo virtual de la inventio. Así, invierte el principio: ¿por qué no?. ¿Por qué no?, pregunta inquietante, es acting. Congelando toda dialéctica, toda racionalidad hegeliana, parece querer sostener al mundo sólo con la razón suficiente. Los antojos y los caprichos del duende posthegeliano (hermanos innobles y desagradables del deseo o de la filia del espíritu hegeliano) funcionan by default para construir un mundo posible, el mundo.
Posdesarrollo es una cultura que cumple con la solicitud de Candace McCullough de mantener todas las "opciones abiertas", pero no por una vocación democrática y tolerante, sino por no tener (y quizá por no querer tener) tonicidad muscular para mantenerlas cerradas. "Opciones abiertas" es la expresión blanca y fofa del por qué no posthegeliano, del desgano y el aburrimiento. Pero, en una cultura que consume democracia, es decir, que se alimenta no tanto de los grandes valores liberales (permisividad, tolerancia, respeto a la diversidad y a la diferencia) cuanto de sus formas convencionales y de sus signos, no es raro que el estilo democrático se tramite, paradójicamente, en forma coercitiva. Entonces, posdesarrollo, también, y sobre todo, es el juego luterano de la corrección-coerción política, la austeridad del deber-ser13 al servicio de la democracia liberal: todas las opciones deben mantenerse abiertas, se prohíbe prohibir.

Crítica de la razón del menor

Era fácil, no hace mucho tiempo, simpatizar con el concepto de minoría. ¿Cómo no vivir con cierta expectativa, y con cierto furor si se quiere, el tema de los saberes menores, de lo subordinado y lo subalterno, de los pensamientos débiles, y todo ese horizonte de asuntos que comenzaba, allá por los 80, a funcionar como una especie de discreta reserva de utopías? Quizá, antes que nada, porque queríamos creer que, al ponerse en escena como una lucha en condiciones desventajosas contra un gran poder normalizador y estigmatizante, la minoría nos mostraba el camino valiente de la indocilidad. Pero también, y sobre todo, porque queríamos creer que al mostrar su habilidad para hacer visible al poder y para señalar su funcionamiento cotidiano, microscópico y silencioso, la minoría se planteaba como una lucha cuya eficacia se mide menos por la valentía con los que se enfrenta a un poder gigantesco, que por la inteligencia con la que se enfrenta a un poder escurridizo, omnímodo y difícil de detectar. Así, quizá, nos enamoraba al mostrarnos no el camino heroico de la indocilidad sino su camino correcto, la rebeldía en su estrategia justa. En definitiva, porque un poco aturdidos (y hasta atemorizados, los más sensibles) por el monumentalismo en bloque de la épica revolucionaria y su megalomanía de marcha militar, nos dejábamos seducir menos por la utopía de las minorías que por la discreción de esa utopía. Quizá podríamos mencionar, por último, una razón de carácter más bien intelectual: la minoría se planteaba como subjetividad, no en tanto asunto filosófico (el Sujeto) sino en tanto punzante positividad discursiva (identidad, diferencia o pedigree) provista de un gran empuje crítico local contra lo que había allí antes: la Carencia o la Falta fundando el reino uniforme y universal del Sujeto Trascendente. Minoría quería decir ya no deseo de carencia sino diferencia o identidad.
Podía, de todas formas, desestimularnos una contradicción interna que no puedo dejar de observar, aunque advierto que proviene rigurosamente de una lectura traspuesta del fenómeno cultural y político de la minoría. A saber. La apelación a la diversidad y el estímulo de las pequeñas especificidades es tal vez una buena herramienta en la cruzada romántica contra las formas homogeneizantes y normalizadoras del poder, pero no es en absoluto inocente ni puede jugar con los privilegios de la extraterritorialidad con respecto a la historia general de las estrategias del poder. El pensamiento de la diversidad es, por así decirlo, el pensamiento del "intelectual orgánico" de la política y el moderno poder-gobierno, formas infinitamente más sutiles y más hábiles que el mero poder normalizador y disciplinante. La política es la modalidad humana y civilizada del poder, basada precisamente en la biodiversidad en tanto proliferación de sujetos y síntomas, y circulación barullenta y siempre viva de discursos locales, subalternos o periféricos. La gobernabilidad, por otra parte, se ejerce con tanta más comodidad cuanto más ocupados están los críticos en la denuncia de las formas discontinuas del poder, las más ostensibles, avasallantes e infantiles: el poder militar, el autoritarismo, las jerarquías verticales, el disciplinamiento, la vigilancia.
Pero, además de esta sospecha, había otra más grosera y, tal vez, más justa. Es probable que los intelectuales del Tercer Mundo, y sobre todo los latinoamericanos, hayamos llegado a pensar por un momento que el cuerpo mismo del imperio del mal había sido tomado por el virus crítico-libertario francés14, y que las revueltas de las minorías era uno de los síntomas. Pero, aunque fuera posible reconocer, en las luchas por los derechos civiles de las minorías, cierta inspiración en fuentes críticas como la transversalidad (Deleuze, Guattari), la polifonía (Bajtin), los Subalternal Studies (Babba, Said, Spivak)15, o el grupo prisiones de Foucault y todas las luchas sostenidas en una vasta teoricidad y en un gran artefacto autocomprensivo, en realidad se fundaban en extraños liberalismos políticos a la francesa construídos sobre suelos luteranos y pragmáticos muy disciplinarios y militares. (Por otra parte, ese supuesto componente crítico, si es que alguna vez estuvo ahí, no tardó en ser cubierto por el oportunismo de la denuncia y el convencionalismo discursivo de la cultura litigante de USA16.)
Ahora, los intelectuales críticos tercermundistas de izquierda, libertarios y bienintencionados, que hubieran abrazado la causa del posestructuralismo porque ya era tiempo de decirle un par de cosas al intelectual universal estructuralista que en su ingenua arrogancia mesiánica no hacía sino seguir el juego centralista del poder y la hegemonía, deberían retirar toda simpatía y toda esperanza del anglican affair de la san5.GIF (607 bytes)minoría (feminism, gay, lesbian, subalternal, gender studies). La idea de minoría no le pertenece en absoluto a la tradición de la filosofía crítica. Minoría viene de otra parte. No viene de la cultura de la gobernabilidad o de los grandes monumentos simbólicos, y no contiene por tanto la menor crítica a la metafísica de la presencia o a la cadena eleática del significado. La minoría no proviene de la carencia latina sino del estigma protestante.
En Teorema 1 (acerca de la constitución de la minoría) utilicé la siguiente definición: la comunidad minoritaria decanta en el recorrido que lleva de Estigma (vacío, carencia) a Identidad (teoría, discursividad, tematización de la diferencia), y de ahí a Pedigree (discurso militar del orgullo y heráldica de pertenencia). Ahora quiero criticar esta afirmación. Es claro que estigma no es igual a carencia. Solamente cierta laxitud conceptual permite que los asociemos, pues tienen dos proveniencias histórico-culturales bien diversas. Estigma, la cicatriz, la herida, la marca de la infamia, es, antes que nada, una carta de identificación, una cédula: es una marca de reconocimiento, un procedimiento práctico para localizar y visibilizar individuos. Es, en otras palabras, un dispositivo militar o policíaco. Carencia, en cambio, es un tema jurídico-político —le pertenece al escenario de los derechos civiles y de la Révolution Politique, y remite claramente a un dispositivo de captura-construcción de sujetos. Carencia-necesidad-derecho es una cadena que define al sujeto en el instante mismo de la subjetivación-sujeción: aquello que yo tengo o soy, aquello que al otro le falta, aquello que el otro tiene derecho a ser o a tener.
Estigma vive en los espacios interactivos y pragmáticos siempre próximos de la cultura protestante, en la atmósfera cómica o grotesca del murmullo familiar y del comentario del barrio, en ambientes hechos de reglas y normas reguladoras del comportamiento comunitario, y en una cultura que apoya su funcionamiento por lo tanto en la separación autorregulada entre sano y enfermo, normal y anormal, línea recta y desviación. El tratamiento que hace Goffman es interesante por lo sintomático17. Carencia es estrictamente al revés: prospera en lo público-político, es decir, en el gran espacio de la Ley y la Prohibición, en lo Universal de la escritura y el símbolo, y en una cultura para la cual la enfermedad ya no se pone en relación discreta con respecto a una norma de salud, sino para la cual los enunciados "todos somos enfermos" o "todos somos anormales" preparan el ingreso menos de un humanismo respetuoso y políticamente correcto que de una técnica de gobierno: el saber de sí, un saber introspectivo, san6.GIF (754 bytes)narcisista y crítico. Por último. Estigma es la marca en el cuerpo y por tanto es real —o mejor, hiperreal. Carencia, la traza en el alma, es imaginaria o simbólica. ¿Agregaré que Estigma es protestante y sajón y Carencia es contrarreformista y latina? ¿O que aquél vigila, regula y está destinado a enmudecer y a excluir, mientras ésta gobierna, administra y tiene el objetivo de anexar y hacer hablar?
Para culturas críticas de liberación, la identidad es indisociable de la soberanía. Identidad contiene una operación de discriminación y separación simbólica, dialéctica, hegeliana, con respecto al discurso del amo. Conocerme es emanciparme y hacerme soberano. En cambio, el pedigree, el orgullo de, la marca aristocrática alrededor de la cual se congrega y cohesiona la minoría, no proviene de teorizaciones o elaboraciones discursivas de la diferencia como identidad. La dialéctica estigma-pedigree es acrítica y asimbólica: pedigree es una réplica hiperrealista al daño real del estigma. No tiene que ver con procesos: es una reacción refleja del cuerpo, una alergia, una respuesta defensiva sinestésica ante una agresión exterior. Quizá porque el estigma proviene de una forma de poder anterior y más rudimentaria que la política: el poder militar panóptico. Un poder que toma, captura y controla tierras y personas. Un poder mudo 18 que me expulsa de su ciudad fortificada y al expulsarme me enmudece y al enmudecerme me dibuja e individualiza. Tanto más visible es el otro, tanto más corpóreo, más opaco, cuanto más objeto, i.e. cuanto más mudo. Un poder que me adiestra (y no uno que me educa), que me separa y me marca no en lo simbólico sino san7.GIF (616 bytes)en lo real y en el cuerpo (estigma), y así me priva de toda posibilidad de tener una voz, de hablar autorreflexivamente y de decir yo. Exactamente al revés del poder político, un poder charlatán que estimula el saber-de-sí, que me necesita y me recluta como sujeto y me hace dueño de una voz, transparencia del alma en el discurso, juego autorreflexivo de las adhesiones críticas al Estado como sociedad civil.
Así como la confesión, el psicoanálisis y las distintas formas de hermenéutica del yo son la herramienta del poder y el modelo del saber político-gubernamental, el discurso etológico es el modelo del saber-control militar sobre el otro. La animalidad es la metáfora ideal de lo ajeno y lo otro en tanto opacidad corporal, fuera de todo juego proyectivo y humanizante: dentro del cuerpo no hay sino más cuerpo (anatomía, histología), y fuera de él hay interacciones con otros cuerpos: conducta, comportamientos y hábitos, inventados y seguidos minuciosamente en el registro secreto e implacable de una escritura defensiva, paranoica.
Ahora bien: ¿cómo responde el otro a esa mirada y a ese discurso objetalizante o animalizante —en caso de que esa mirada le dejara al otro capacidad de hablar, además de cierta voluntad de hacerlo? Mi hipótesis es que, en estos casos, el otro responde con un discurso suplementario del etológico-militar —un discurso invertido, destinado a inventar el mito corporativo, a poner en palabras el cuerpo de la manada visto desde su interior, a exagerar y enfatizar, en una especie de éxtasis, la ternura y la dulzura excepcionales del lazo que los hermana: la vida misma.

Nancy Rarus, de la Asociación Nacional de Sordos y sorda de nacimiento, no comprende a la pareja lesbiana, pero admite que "hay muchos, muchos sordos que desean hijos sordos. ¿Por qué? Porque así la familia comparte un mismo lenguaje, el de las señas, una misma habilidad para leer los labios y una misma forma de vida". La "comunidad", además, se relaciona intensamente entre sí y sólo ocasionalmente con "oyentes", por lo que la incapacidad de oír facilita la integración. (...) Además, las organizaciones de sordos han insistido durante años en que la incapacidad de oír no es motivo de vergüenza o de inferioridad personal o social, y ese mensaje ha acabado creando un cierto orgullo (...)
Sharon Duchesneau, una de las madres, es hija de padre oyente y madre sorda. Hace unos diez años, su padre le dijo que si algún día decidía ser madre debía consultar con un especialista en genética para minimizar el riesgo de tener hijos sordos. "Me sentí despreciada; sentí que mi padre consideraba que había algún problema conmigo y que la sordera constituía, para él, algo muy negativo". Duchesneau ha hablado de eso muchas veces con su padre, quien dice comprender ahora la decisión de su hija y de su pareja, pero ella sigue dolida. (...) 19.

La minoría se apoya en la gran mitología de las formas biológicas o zoológicas de la ternura. Veamos. La angustia y el desamparo del individuo (discriminación: ni mi papá es mi verdadera familia). El alivio de agruparse, de reunirse con pares y semejantes, de hacer manada (he encontrado a mi verdadera familia). Un segundo desamparo: el de la manada en medio del territorio hostil (oyentes: el gran grupo hegemómico no marcado: todo lo que no es familia o manada). La contrafigura de este nuevo desamparo: la comunión de la manada (identidad, orgullo, una misma "forma de vida"), maná fusionante necesariamente dulce, delicado y tierno —doblemente tierno, a decir verdad, dada la agresividad brutal del entorno. A la manada la une un lazo —cohesión infinitamente más fuerte que el pacto familiar. El lazo es empático y extático. Es magia contagiosa, objeto milagroseado, orgullo alrededor de un objeto. El lazo es el fundamento del fundamentalismo. Por lo regular —ahí su fuerza— está hecho de resentimiento y rencor (es que he sido negado, abandonado y rechazado por los míos). Más verdadera que la verdadera familia, la manada no es una condena genética o un mero accidente sanguíneo: es una alianza, una brotherhood o una sorority, es el nuevo cuerpo que yo elijo y que me elige, después de que el viejo cuerpo me ha rechazado. La manada no se obtiene por generación como la familia, sino por contagio como los vampiros. En esta contradicción se dibuja toda la ingenuidad del delirio y el sueño de la comunidad ideogénica Duchesneau-McCullough: síntesis conjuntiva final entre familia y manada, entre generación y contagio, entre casta y alianza.

 

Teorema dos. Acerca del origen militar de la minoría. El discurso etológico del militar había concebido al otro como cosa, animal o grupo de animales. Había fabricado un universo habitado solamente por otros-cosas o por otros-animales. El otro toma ese discurso (en el sentido militar de la palabra). Lo pliega y lo invagina en grandes mitos correctivos para crear un discurso suplementario, invertido, un imposible discurso de manada. A través de ese discurso de manada el otro obtiene un esquema de sí mismo, se organiza y se defiende. Es justamente esta operación de reterritorialización del discurso etológico-militar lo que construye a la minoría, al poner un plus donde había un estigma, al inventar la comunión, la noción de orgullo o de pedigree. Pero la minoría no es, con respecto al poder panóptico, una otra cosa; la minoría no está fuera del universo militar: es su antimateria, es decir, una materia reactiva, cautiva de ese universo y destinada a verificar su lógica.
Si en la minoría vive una comunidad hecha de relaciones duales y una gran conexión lineal y empática de individuos, esto se debe a que, típico producto de una cultura protestante, la minoría no es sino un artefacto defensivo: es la organización defensivo-militar de un contrapoder. Si los intelectuales de la liberación vimos, en ella y en su segundidad (por así decirlo), una crítica o por lo menos una fobia o una provocación a la terceridad de los Estados políticos y a su tecnología dialéctica, vimos mal. Si oímos de ella una risa burlona para los Sujetos definidos por redes de conexiones jerárquicas, tercerizados y mediados por Papá, por Dios o por la Ley, oímos mal. Si la consideramos como la promesa de un gran descanso, de una utopía posterior a toda teoría y a toda discursividad, hicimos mal. No hay en la minoría, así planteada, una crítica filosófica itinerante al universalismo de la carencia, ni una resistencia de gueto ante el logofaloeurocentrismo. Simplemente, insisto, hay una conducta defensiva con respecto a los Estados militares.
Para las culturas de gobierno, jurídicas, educadoras y críticas, la consigna de conocerme a mí mismo equivale a teorizarme o interpretarme, y tiene como objetivo la utopía cívica de liberarme 20 y construir mi soberanía. Para las culturas protestantes y pragmáticas, en cambio, más cerca de lo militar, conocerme quiere decir más bien tener esquemas de reconocimiento con mis semejantes y hacer manada, con el objetivo militar de defenderme. Y este es el verdadero sentido de las nociones de identidad o de cultura en el discurso de la minoría. Una implacable, y para nosotros (intelectuales liberales, ciudadanos, hombres libres), casi irrespirable economía defensivo-militar: paranoia.

NOTAS

1. Doy a "marca" el sentido que esa palabra tiene en la frase "expresiones marcadas", pero también, es inevitable, el sentido de estigma.
2. Opongo una primera modernidad, o modernidad militar, cultura netamente visual nacida de las grandes empresas militares-comerciales y los grandes viajes (siglo XVI, conquista de América, técnicas de representación-medición, instrumentos ópticos, mapas, representación planar del espacio, pintura de caballete, etc.), a la segunda modernidad, o modernidad civil, cultura político-educativa, de la representación, la razonabilidad, la instalación de los juegos contractuales y legislativos entre el Estado y la sociedad civil (siglo XVIII, revoluciones políticas, auge del intelectual jurídico, periodismo, etc.). Ver Núñez, S. "Paranoia", en Gil, D. y Núñez, S. ¿Por qué me has abandonado? Montevideo, Ed. Trilce, 2002.
3. La Psicopatología de la vida cotidiana y La interpretación de los sueños podrían ser considerados de los más brillantes tratados de gobierno de la modernidad.
4. Cuando las parejas de celebrities (Mia Farrow, Woody Allen, Tom Cruise, Nicole Kidman) son arrasadas por la fiebre de adoptar niños ¿cómo no pensar en mascotas, en animales domésticos, en lo animal inferior edipizado y familiarizado —en suma, civilizado? Tenemos animalitos caros y extravagantes: niños. Niños coreanos, niños serbios, niños hindúes, niños afganos. Son graciosos, inteligentes, fáciles de humanizar. [Se entiende que quiero situarme al margen de toda evaluación ética del asunto.]
5. La tecnología, obviamente, no es culposa —ya que tiene que ver con el abastecimiento de un mercado, de un apetito, de un deseo. Lo es la legislación, la discursividad o la teoricidad que la sostiene.
6. "Sordos por decisión materna". El Pais de Madrid, 9 de abril, 2002. El episodio ocurrió en Washington e involucró a una pareja de graduadas universitarias (Sharon Duchesneau y Candace McCullough) que ya tuvieron dos hijos usando este procedimiento de filtrado: una niña, Jehanne, de cinco años, y un niño, Gauvin, de cinco meses.
7. La polémica acerca de si debo interpretar la sordera como identidad o como discapacidad (y para el caso hay buenas razones para pensar que, en este contexto, identidad o cultura es menos peculiaridad que don, motivo de orgullo, algo que defender), apenas si resulta anecdóticamente interesante. Por ejemplo, a Nancy Rarus, presidenta de la Asociación de Sordos de USA, le resulta disparatada la creación de la sordera, pero admite que es razonable que una pareja de sordos desee un hijo sordo, etc. Estos fatigosos litigios nunca me ayudarían a decidir, en el momento de definir y caracterizar la acción de la producción asistida de la sordera, entre el uso de la palabra eugenesia o el de disgenesia. Eugenesia, el mejoramiento de una raza o especie por asistencia genética, es el sueño moderno: produce en la cadena recta del perfeccionamiento, maneja con sabiduría la vigorosa ecuación de la secuencia progresiva, traza la parábola ascendente hacia la utopía, el hombre nuevo o el Saber Absoluto. Disgenesia, voz médica para denominar malformaciones y desarrollos defectuosos, es la pesadilla moderna (teratogenesia, palabra bastante fuerte, es un término que se le asocia): o bien es la contrautopía de las mutaciones, lugar infernal de razas inferiores y torcidas, o bien la violenta locura del accidente saltando a la misma cara de la racionalidad predictiva de la ciencia. Caracterizando la reproducción genética de la sordera como eugenesia redondearíamos una compleja figura irónica, en la medida en que es bien conocida la historia de alianzas entre la eugenesia y los racismos paranoicos, y sabido el irreductible racismo del propio concepto. Esa figura tendría la ventaja, y al mismo tiempo la gran desventaja, de plantear oblicuamente uno de los grandes problemas del episodio de los hijos sordos de las lesbianas sordas: el de un racismo de los débiles y los discapacitados, el de una dictadura de las minorías ejercida con las armas de la corrección política, de la mala conciencia, de la extorsión afectiva. Sea como fuera, el uso de cualquiera de esas dos voces despertaría muchas desconfianzas y demandaría demasiadas explicaciones. No siempre tenemos un oído bien afinado para la ironía. Me decidí entonces por la aparente neutralidad del neologismo idiogenesia. Idiogenesia, la reproducción asistida genéticamente de cualquier rasgo (rigurosamente, lo que se me antoje), no es ni el sueño ni la pesadilla modernas: es un estado de saciedad y sopor de después del banquete moderno: es blanca, es inocente, es independiente del formato ético que lo contenga o de las polémicas que dispare.
8. Idem. nota 6.
9. Idem. nota 6.
10. Una observación obvia: si en lugar de la sordera, la marca fenotípica que se desea y se reproduce fuera el color de la piel o los ojos (claros), o la estatura (pongamos, más de 1.80 m.), la polémica sobre la eugenesia revistiría la forma ético-política de una cruzada contra los racismos fascistas, etc.
11. Idem. nota 6.
12. Resultará claro que la defensa de la comunidad idiogénica de sordos antecede a su creación, y quizá esa máxima no se verifique únicamente para este caso. Me resulta razonable pensar que la fundación de cualquier minoría está sostenida por un discurso bélico-defensivo, aún cuando ese dicurso reviste las formas pacíficas de la identidad, la peculiaridad cultural, la aceptación de la diferencia o la defensa de la diversidad.
13. ¿Juego democrático jugado por advenedizos, por militares, por recién llegados a la democracia, a la ciudad, a los juegos de la representación, a la escritura y a la crítica?
14. Conviene tener siempre presente que la cultura académica y universitaria norteamericana conoció a Foucault y bautizó al posestructuralismo antes que los franceses. Significativamente, también por ese entonces la cultura literaria universitaria de USA tenía más marxistas que toda Europa.
15. Los Subalternal Studies parecen provenir no tanto de la gravedad de la tradición crítica de las culturas latinas, católicas y políticas, cuanto del solemne arrepentimiento o la culpa poscolonial del intelectual protestante de la Commonwealth, o —lo que para el caso da igual— de la prolija problematización del intelectual de la colonia de habla inglesa que ha sido educado por, y específicamente en, el imperio.
16. Grandes temas humanistas como los derechos civiles, contra el racismo, la discriminación y todo lo que ellos llaman odio (hate) en formas y frases como "cultura del odio", "discurso del odio", "violencia o crímenes de odio", parecen presidir, en los últimos años, la polémica de la filosofía del lenguaje y de la pragmática en EEUU. Los asuntos suelen girar alrededor de definiciones, ajustes y redefiniciones de nociones tan básicas como "lenguaje", "discurso" o "conducta verbal". En realidad, detrás de estas preocupación, ciertamente, hay una obsesión jurídico-litigante. Hay que delimitar el alcance del daño de la ofensa verbal, evaluar los límites jurídicos de la discriminación, proponer una ley sobre Hate Speech, etc. Así lo consigna el volumen colectivo, hecho por juristas y activistas, Words that Wound, citado por Judith Butler, "Sovereign Performatives", in Excitable Speech. A Politics of the Performative (Nueva York: Routledge, 1997)
17. "
Inside Nathanael West's Desperate, born without a nose; inside Mr. Doyle, the cripple; inside all the discredited people Miss Lonelyhearts took to himself are selves seeking what they discover to be the privilege of acceptance". Ervin Goffman, Stigma. Notes on the Management of Spoiled Identity. Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, 1963.
18. El militar no es un poder locuaz. El éxito de una operación suele depender del secreto o, por lo menos, de la reserva o la discreción.
19. Idem. nota 6.
20. Liberarme de los anclajes, las condenas y las determinaciones de la clase, de la historia o de la ideología, o del pasado, la biografía, los afectos y los temores.