La Violencia de la Interpretación
de Piera Aulagnier
Reseña realizada por  Bruno Cancio

¿Crees que me volví loco? Acaso lo esté un poco, pero no por las razones que supones.(1)

                                                                                                                        Guy de Maupassant.

Datos de la autora.

Perteneciente a la tercera generación de psicoanalistas según nos dice Elisabeth Roudinesco en "La batalla de los cien años", Piera Aulagnier es considerada una de las mayores exponentes del psicoanálisis en la actualidad. Nace en Milán y vive durante la guerra en Egipto, pasando posteriormente estudiar psiquiatría en Roma. Realiza su formación en la SPF (a la que abandona en 1967) y se analiza con Jacques Lacan entre 1955 y 1961.
Roudinesco la describe de la siguiente manera: "...Habla varias lenguas y ha viajado mucho. Clínica destacada, dotada de buenas aptitudes para la teoría, desde muy temprano se interesó en la psicosis..."(2).
Editado en 1975, La violencia de la interpretación constituye su primer libro. Posteriormente publica Los destinos del placer, El sentido perdido, El aprendiz de historiador y el maestro-brujo y Un intérprete en busca de sentido.

Reseña de la obra

En el libro que pasaré a reseñar, Piera Aulagnier se propone realizar un cuestionamiento del saber psicoanalítico acerca de la psicosis. Sostiene que no deben ser pensados exclusivamente los aspectos en los que el psicótico se encuentra en menos en relación al neurótico, sino que resalta la importancia de considerar también lo suplementario, lo referente a la creación psicótica.
La primera advertencia a realizar al lector reside en la no concordancia exacta entre el modo en que algunos conceptos son utilizados por la autora y la acepción clásica que dentro de la teoría psicoanalítica los mismos poseen. Conceptualizaciones tales como las de proceso primario, proceso secundario, imaginario, simbólico, pequeño y gran otro, no poseen idéntico sentido al que en su origen le fue otorgado por quienes los forjaron, sino que son reinterpretados por Aulagnier; aclarándolo en algunos casos, pero omitiendo hacerlo en otros, lo que podría llevar a la confusión a quien recién se adentra en la teoría analítica.
La psicosis lleva a la autora repensar aspectos metapsicológicos, por lo que la primera parte de libro consiste en un replanteo de antiguas nociones. Propone un modelo de aparato psíquico centrado en la forma en que en cada momento se realiza la actividad de representación. De esta manera distingue tres modos de funcionamiento o procesos de metabolización: el proceso originario, el proceso primario y el proceso secundario.
Estas tres modalidades se suceden temporalmente, si bien la instalación de un nuevo proceso nunca implica que el anterior sea abandonado. Cada uno de ellos posee un postulado básico y remodela la realidad externa de modo que pueda insertarse dentro de su esquema.
Sostiene que la psique se encuentra desde el vamos sumergida en un espacio heterogéneo (que tornará homogéneo a través de la representación) por lo que la situación de encuentro es continua. Plantea que, frente a todo encuentro, lo que prima es la anticipación. La realidad excede siempre los límites de respuesta del hombre. Ya sea a través de un exceso de sentido, de gratificación, de frustración o de protección, el sujeto se encuentra en un desfasaje permanente. Asimismo, la oferta precede siempre a la demanda por lo que los actos y dichos maternos llegaran siempre antes de que el niño esté preparado para entenderlos. A diferencia de Winnicott, Piera Aulagnier plantea que el pecho es dado antes que la boca sepa que lo espera.
Dos conceptos de importancia establecidos en la obra son los de violencia primaria y secundaria. Por violencia primaria se entiende "...lo que en un campo psíquico se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una actividad que obedece a leyes heterogéneas al yo..."(3). Se trata de una acción necesaria y que contribuirá a la futura constitución del yo. A través de ésta se le impone a la psique ajena un pensamiento, acción o elección producidos por el deseo de quien lo impone, pero que da respuesta a una necesidad a quien le es impuesto. De esta forma, se consigue entrelazar deseo de uno y necesidad del otro, dando lugar a la demanda. El deseo de quien ejerce la violencia pasará, a partir de allí, a ser demandado por quien la padece.
Por otro lado, violencia secundaria hace referencia a "un exceso por lo general perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo"(4) y que se apoya en su precedente, la violencia primaria. En este caso se trata de una violencia ejercida contra el yo, ya sea por un conflicto con otro "yo" o con un discurso social que intenta oponerse a toda suerte de cambios que pudieran producirse en los modelos por él previamente instituidos.
La obra continúa con una descripción de lo que se plantea como primer modo de funcionamiento, el proceso originario, y su modalidad representativa, el pictograma. El postulado básico de lo originario es el de autoengendramiento: todo lo representado se va a vivenciar como creado por el sujeto. Para caracterizar la forma de representación pictográfica, Aulagnier se nutre del concepto de especularidad, tomado del estadio del espejo de Jacques Lacan. En el pictograma se ignora la dualidad de un órgano sensorial que percibe un objeto y un mundo exterior percibido por éste. Es así que "lo representado se presenta ante la psique como presentación de ella misma; el agente representante considera a la representación como obra de su trabajo autónomo, contempla en ella al engendramiento de su propia imagen". Para lo originario, objeto exterior y zona erógena constituyen una unidad por lo que se puede hablar de "objeto-zona complementario".
La ilusión de que la zona erógena crea al objeto que le proporciona placer trae como contrapartida el que la ausencia de satisfacción o la inadecuación de la misma sea vivida como ausencia o defecto de la zona. Esto nos lleva a que el deseo de destruir el objeto sea acompañado del deseo de eliminar la zona erógena, lo que constituirá el prototipo de la castración, posteriormente remodelado por lo primario.
El ingreso a lo primario como modo de representación se da a partir de la aceptación de la existencia de otro cuerpo y, por lo tanto, otro espacio psíquico separado del sujeto; aceptación que contradice el postulado de autoengendramiento, característico de lo originario. La derivación de todo lo existente del poder omnímodo del Otro, es el postulado básico del proceso primario. Si bien el pecho ya no se vivencia como parte fusionada al sujeto, el cuerpo propio es sentido como consecuencia del poder omnipotente del deseo de otro, dependiendo placer y displacer de este mismo. Lo característico de lo originario es la producción fantaseada y la puesta en escena.
La metabolización de un argumento tomado de lo originario llevará a la producción de una fantasía limítrofe entre lo originario y esta modalidad de metabolización: la escena primaria. Asimismo, el postulado característico de lo primario lleva a la autora a pensar el concepto de masoquismo primario como ocasionado por la interpretación del displacer, que el sujeto inevitablemente experimentará en algún momento, como provocado por un deseo del Otro cuyo objeto sería su sufrimiento. La falta de placer es interpretada como el deseo de Otro de su no placer.
Junto con el reconocimiento del pecho como exterior a sí, también se produce la constatación de un "otro lugar" que no es el pecho, anticipando de esta forma la existencia de la figura paterna.
En lo primario se producen, asimismo, los prototipos de aspectos estructurantes que culminarán su desarrollo en el proceso secundario: el prototipo del Edipo, de la castración y de identificación.
Lo secundario, se basa en la representación de tipo ideica, teniendo al discurso como principal bastión. El que todo lo existente posea una causa inteligible capaz de ser conocida por el discurso, constituye el postulado central de este proceso. Aulagnier trabaja el pasaje de lo primario a lo secundario, centrándose en las condiciones que deben darse para que el yo advenga.
Una aspecto a destacar en el citado recorrido lo constituye el concepto de la autora de "deseo del padre". Mientras que, a partir de las teorizaciones lacanianas, el lugar del padre suele estar asociado a la interdicción, la separación y el no, Aulagnier rescata lo atinente al deseo del padre. Entiende por el mismo la vivencia del padre relacionada con el no haber sido castrado por su propio progenitor, lo que se lo demuestra la presencia del hijo. Es así que afirma que "el deseo del padre apunta al niño como una voz, un nombre, un después: ve en él al que le confirma que la muerte es la consecuencia de una ley universal y no el precio con el que paga su propio deseo de muerte en relación con su padre"(5). Se vincula con el deseo de engendrar un hijo como garante de una tradición, como sucesor de una función. Asimismo, señala que el padre constituye el primer "Otro sin pecho", característica específica que lo desliga aún más del registro de la necesidad y lo inserta en un plano de satisfacción o intercambio puramente libidinal.
La segunda parte de la obra está abocada al estudio de la psicosis paranoica y esquizofrénica, si bien, más que en la patología en sí, se centra en la potencialidad psicótica, condición necesaria pero no suficiente para que la primera se produzca.
Plantea que el denominador común de la esquizofrenia y la paranoia lo constituye un enunciado acerca del origen no compartible con el discurso de los otros, al que denomina pensamiento delirante primario. El mismo puede no ocasionar síntomas manifiestos en la medida en que se encuentre enquistado en la psique, pudiendo tornarse en psicosis manifiesta si las condiciones posteriores así lo determinan.
A modo de contextualización cabe señalar que su tesis sobre la teoría delirante primaria, que a continuación expondré, puede visualizarse como continuando de la vieja concepción freudiana del delirio como un intento de curación por parte del psicótico y alejándose radicalmente de las teorías que ven a la psicosis como un déficit con respecto al ideal de normalidad.
La función del pensamiento delirante primario es la de crear sentido donde el discurso del Otro no lo ha ofrecido, al verse el sujeto obligado a enfrentarse a la falta de un enunciado sobre el origen. Para la autora, el yo en la psicosis no se encuentra ausente, sino que es el artífice de la reorganización de la relación que deberá mantener entre su propio espacio psíquico y el discurso del Otro. La nueva significación que el sujeto produce contradice la lógica y el orden causal del discurso de los otros que lo rodean. Es creada en el momento en que el infans se convierte en niño, al acceder al registro de la significación. Tal es así, que afirma que "el pensamiento delirante se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado del discurso del portavoz notoriamente falso. Implícita o explícitamente, ese postulado se refiere al origen del sujeto y al origen de su historia: las primeras cosas "oídas" referentes a este doble origen se le han revelado al sujeto como contradictorias con sus vivencias afectivas y efectivas"(6).
El enunciado acerca del origen es el que responde a la pregunta: "¿cómo nacen los niños?", equivalente a "¿cómo nace el yo?", otorgando el primer párrafo en la historia del sujeto, sobre el que se edificarán las posteriores identificaciones. Sostiene que "el primer párrafo no puede presentarse como una serie de líneas en blanco: si así fuere, el conjunto de los otros estarían expuestos al riesgo de que en algún momento, al inscribirse allí, alguna palabra los declare totalmente falsos"(7).
La respuesta al interrogante sobre el origen debe entrelazar nacimiento, niño, placer y deseo, produciendo un enunciado que, de alguna forma u otra, remita a la siguiente concatenación: "en el origen de la vida se encuentra el deseo de la pareja parental a la que el nacimiento del niño causa placer"(8).
Posteriormente pasa a estudiar los factores que harían que la esquizofrenia "adviniera" en la constitución psíquica de un sujeto. Por el lado materno (Aulagneir considera a la madre como primer portavoz que se dirige al niño), la tendencia productora de la potencialidad esquizofrénica la constituye la ausencia de un "deseo de hijo" que habría sido recibido por parte de su propia madre y que sería transmitido, a su vez, al infans. No existe el deseo de producir un ser nuevo, diferente de lo ya repetido, siendo borrados todos los elementos singulares de ese niño. En ocasiones el nacimiento es vivenciado, por parte de la madre, como una repetición invertida de su relación madre-hija con su propia progenitora.
Estudiando las causas de esa falta de deseo de hijo, destaca la importancia del fracaso de la represión en el discurso materno: algo atinente de la relación de esa madre con su propia progenitora no ha podido ser reprimido en su yo, impidiendo por tanto el acceso a la función materna.
Como otra de la causas, remarca el exceso de violencia en el discurso materno o de la pareja parental, que se apropia de la capacidad de pensar del niño. Al hablar, el niño rompe la ilusión materna (necesaria en un comienzo) de conocer sus pensamientos. La madre esquizofrenógena le pide al niño "...que el piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar al suyo como agente autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede retornar, que el deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de un concepto..." (9) (el de función materna). A través del pensamiento delirante primario el sujeto intenta dar cuenta de una violencia a la que lo ha sometido el portavoz y de la que, en su momento, no pudo defenderse por carecer de los medios para ello. De no ser reinventada, la violencia sufrida traería como consecuencia el odio de aquellos que le han dado nacimiento, lo que implicaría odiar a todo lo exterior a sí, debido a la pareja parental es vivida como representante exclusivo de los demás. El pensamiento delirante primario consigue reinterpretar la violencia discursiva y vincularla a una causa que mantenga a sus progenitores como soporte libidinal.
Como tercera causa de la potencialidad psicótica ubica la prohibición materna acerca de la iterrogación sobre el origen. Todo "porqué" es sentido por esta madre como un peligro de interrogación de un "porqué del porqué" que llevaría finalmente a la pregunta que no quiere escuchar, ya que no puede responder.
A través del pensamiento delirante primario el sujeto creará una "teoría infantil acerca del origen" que suplirá el enunciado faltante.
Para que la potencialidad psicótica continúe como tal y no se torne en psicosis manifiesta, es necesaria la presencia de una voz y una escucha que, en toda ocasión en que la "teoría infantil acerca del origen" corra el riesgo de ser cuestionada, le proporcione la seguridad de que la misma constituye una verdad comunicable para esa voz y esa escucha. Otro factor necesario para que la teorización delirante sobre el origen permanezca enquistada consiste en la no repetición reiterada de momentos de frustración, sufrimiento o duelo (tolerables para gran parte de los sujetos pero no para ellos) que harían retornar el afecto experimentado en esas primeras experiencias.
La última porción del texto está dedicada al estudio de la potencialidad paranoica, originada en gran medida por la percepción por parte del sujeto de un profundo odio. Antes de proseguir, se propone destacar tres características que resaltan a la hora de pensar el delirio paranoico. En primer lugar sitúa la imposibilidad de tolerar la menor de duda, la más mínima falla en su sistema, debido a que ella llevaría a una avalancha que arrastraría todo a un abismo. Como segundo rasgo plantea la importancia que ocupa en su teorización el odio, idea central en torno a la que giran sus sentimientos, acciones y reacciones. El tercer elemento mencionado lo constituye el lugar que posee la escena primaria en su discurso, la posibilidad de dos representantes de la pareja que por fuerza deben estar en conflicto, frecuentemente en una relación donde prime el odio.
En los casos en que se presenta un potencial paranoico suele encontrarse una pareja parental que erotiza el enfrentamiento conflictivo, mostrándolo como sustituto de la relación sexual. Conflicto y deseo pasan a ser sinónimos y conflicto de deseos la causa de su origen. A partir de ese momento, uno de los deseos debe ser perseguido y atacado, el sujeto sólo podrá conservar su existencia si posee a alguien a quien odiar y alguien por quien ser odiado (dado que sin odio y conflicto no hay origen).
Para culminar, la autora establece un paralelismo entre J. K. (protagonista de El Proceso de Kafka) y el psicótico al enunciar que este último "...sabe desde hace mucho tiempo que, en el proceso que el discurso del Otro inicia contra él y en el que su delirio inicia contra los discursos de los otros, toda absolución, cuando se produce, es aparente. También descubre a veces que los oropeles con los que se revisten los representantes de la ley no son, a menudo, más que "frágiles apariencias"; es esta, quizás, una de las razones que lo llevan a no rendirse y a declarar cerrado el proceso"(10).
Así finaliza esta obra que, pretendiendo hecha luz en la comprensión del fenómeno psicótico, no sólo cumple con su objetivo sino que, además, propone un modelo de psiquismo en el que conceptos freudianos y lacanianos son repensados; obra de ineludible lectura para todo aquel que se encuentra interesado en el terreno de la psicosis.

Notas:

1De Maupassant; Guy: El Horla y otros cuentos fantásticos. Alianza Editorial, Madrid, 1998. Pág. 60. Cita seleccionada por el autor de la ficha.
2 Roudinesco; Elisabeth: La batalla de cien años: historia del psicoanálisis en Francia. Ed. Fundamentos, Madrid, 1988.
3 Castoriadios-Aulagnier; Piera: La violencia de la interpretación, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1997. Pag. 34.
4 Ibidem.
5 Ibidem. Pág 156.
6 Ibidem. Pág 196.
7 Ibidem. Pág 198.
8 Ibidem. Pág 198.
9 Ibidem. Pág 214.
10 Ibidem. Pág 313