El encuentro de Iris Cabezudo con Isidro
Mas de Ayala.
El nudo del saber en la locura persecutoria
Psic. Diego Nin Pratt.1
"Cuando el zapatero tira a alguien algo por la cabeza, puede asegurarse con gran posibilidad de acertar, que lo que ha tirado es una de sus hormas."
Raimunda Spósito (1936)
A comienzos del año 1938 la causa de Iris Cabezudo Spósito por
homicidio fue sobreseída, y en el mes de abril el Juez le otorgó la excarcelación. Un
año más tarde el fallo judicial la declaró inimputable y sana de espíritu,
prescindiendo de las medidas curativas, lo que en buen romance significa que su acto
criminal no pudo ser inscripto fuera del campo de la locura, pero al mismo tiempo se
buscó reducir esta locura al grado mínimo afirmando que fue algo enteramente pasajero y
ajeno a su ser natural. La locura de su padre cruel y tiránico junto con un exaltado amor
hacia su madre habrían sido los determinantes absolutos del trágico desenlace. No fue
ella, fue otra quien jaló el gatillo. Emoción, pasión, impulso atávico; respuesta
letal de esa otra extraña, fugaz e irrepetible.
La versión materna del caso trazó las vías que inmediatamente siguió la Instrucción
que la legitimó transformándola en versión tecnocrática: la construcción
jurídico-psiquiátrica. De esta manera se comprendió el caso, tanto en lo que respecta a
las condiciones de posibilidad del pasaje al acto como a los motivos de su efectuación.
Todo pudo explicarse, el gran responsable fue su padre (el único loco), Iris no fue
responsable, mucho menos lo fue su madre; los peritos psiquiatras fallaron diciendo(le)
que no era loca. Sentencia desubjetivante pero habilitadora de su reinserción social.
Unicamente el segundo peritaje, realizado por los doctores Zamora y Rossenblat, introdujo
una cuña en las grietas de esta versión, al poner de relieve que bajo la figura de la
madre-víctima había una posición inexpugnable, un modo de participación activo y
beligerante en el drama familiar. Pero esto no tuvo consecuencias.
Después de todo, tenemos que reconocer que esta primera experiencia de Iris con los
psiquiatras no fue del todo mala. Y, como corolario, cuando sale de la cárcel su abogado
le prescribe una saludable amnesia: "Ahora usted olvídese de todo". Problema
resuelto: no fue ella, fue otra; pero, además, aquello nunca sucedió. Esto no escapará
luego a su aguda ironía .
Queremos hoy interrogar no ese primer cruce de Iris con el saber-poder psiquiátrico en el
dispositivo judicial, sino un segundo y también decisivo encuentro, que fue un enorme
desencuentro, que culminó con su "muerte civil"-como ella misma dijo- y que la
condenó a esa extraña condición de ser una exiliada, una desterrada dentro de su propia
ciudad, definitivamente extraviada con sus escritos delirantes a cuestas. Efectivamente,
veintidós años después del crimen Iris decide reabrir el caso dirigiéndose a un
público, el de los especialistas psiquiatras, y va a hablar con uno de ellos en
particular, el Dr. Isidro Más de Ayala. Ha resuelto que a su madre la estudie un
psiquiatra.
Intentaremos en este trabajo aproximarnos más a qué fue lo que estuvo en juego para Iris
en ese movimiento suyo, singular, de ir a hablar con el psiquiatra Isidro Más de Ayala,
es decir porqué consultó, porqué lo consultó a él y no a otro, y porqué tuvo ese
encuentro las consecuencias que ya conocemos.
El retorno de Iris a su casa en abril de 1938 abrió un nuevo capítulo de su vida en el
hogar que no le iba a deparar precisamente lo que ella y todos esperaban. Se suponía que
al no estar el padre su madre podría al fin vivir en paz, y ella y sus hermanos también.
Pero el caso es que su madre no paraba de hablar de Lumen,"como en cine
continuado", recordando todos los episodios de pelea. El malestar de Iris ante esto
no hace a Raimunda Spósito cesar de hablar. Llega entonces a lo que llama "una
conclusión desconcertante", es decir que la madre continuaba odiando al padre con el
mismo furor de antes. Su madre continuaba en la escena de pelea contra el padre y a la vez
no les permitía a ella y a sus hermanos no estar más allí como espectadores.
Vacilan los puntos de certeza de Iris, puntos de certeza que la habían llevado a
precipitarse en un acto trágico: la versión materna comienza a desmoronarse. ¿Qué
quiere entonces su madre?¿Quiere seguir estando en la pelea con el padre? Entonces no es
simplemente como víctima que ha participado y padecido. La víctima no es tan pasiva como
parece. Su pasaje al acto fue producto de un cruel malentendido.
En su texto de 1957 Iris nos hace saber del quiebre de sus certezas y del derrumbe
progresivo que abrió para ella un interrogante fundamental: no sabe qué quiere
verdaderamente la madre. A esta catástrofe subjetiva va a intentar responder Iris como
puede, es decir con la producción de un delirio persecutorio, que comienza a gestarse con
lo que ella llama la "terrible revelación", es decir que la madre la ha
engañado, que no la quiere y que se ha servido de ella "como de un instrumento
dócil a sus sugestiones". Iris erige a su madre como figura odiante, engañadora,
gozadora de la destrucción de su esposo y de sus hijos, que actúa siguiendo un plan que
ella infiere porque algunos indicios le han sido dados. La persecución de su madre se
termina de instaslar cuando Iris rompe su alianza con ella al salir frontalmente en
defensa de su hermano menor. La relación madre-hija cambia para siempre de signo y se
produce una tensión que irá aumentando con el correr de los años.
Para ella se trata de comprender. Tiene que comprender qué estaba verdaderamente
en juego en la relación de sus padres, cuál era su lugar en esa relación y porqué
pasó lo que pasó. Vemos desplegarse en su testimonio la dimensión investigadora de su
delirio, tomando apoyo en una certeza que es para ella la prueba de que, precisamente, eso
no es un delirio. Dice: "Pero entiéndase bien: yo no hubiera sido capaz de hacer
deducciones de este tipo, si no hubiera visto (muy bien y con mis propios ojos) el rostro
de mamá descompuesto por una feroz y canallezca alegría, mientras se enteraba de lo que
Ariel había sufrido viviendo solo, y cuando miraba cómo Lumen me pegaba para
"defenderla" de mis reproches"2. Es esta
la forma singular en que Iris puede decir del goce del Otro tal como se revela en la
paranoia, punto de certeza que le permite deducir que la madre tiene un plan de
destrucción."Plan" es el nombre del saber que la persigue.
Iris nos dice que le llevó muchos años y mucho dolor comprender lo que llegó a
comprender, pero aun así transcurrieron por lo menos cinco años más antes de decidirse
a reabrir el caso. Y lo más importante es que a pesar de sentirse perseguida, controlada,
amenazadas su salud o incluso su vida -y la de sus hermanos- ella se mantiene en posición
de querer comprender y de defensa. No ataca a su madre; la preserva a pesar de todo.
Tampoco hace denuncias a la policía, ni siquiera va a hablar con un abogado, nada de eso.
Para ella no se trata simplemente de poner freno a la voluntad maligna de su madre: se
trata de hacer saber una verdad que se ha puesto en juego, lo que ella ha
"descubierto", algo que se ha develado y que subvierte toda la explicación
comprensiva primera del pasaje al acto, es decir la versión materna. (Recordemos que se
compara con Galileo, obligado por el poder a abjurar). Esta verdad en juego es un asunto
de locura, y es por eso que a comienzos de 1957 Iris va a hablar con un psiquiatra.
Ahora bien ¿qué la decidió a dar ese paso? Ella nos lo dice en su fabuloso
relato (fabuloso por fábula, recordemos que sus pájaros hablan) de los episodios del
olor a naftalina, de la muerte del tero y , fundamentalmente, de la enfermedad del
canario. Cuanto más arrecia la persecución, cuanto más loca está Iris,
paradójicamente, más se aproxima a una verdad. Su delirio apunta a una verdad velada, la
señala. ¿De qué verdad se trata? ¿En cuáles signos la descifra? ¿En cuáles signos se
descifra?
A pesar de que los psiquiatras le aseguraron que ella no era loca, Iris nos entera que su
madre piensa que lo es:"la locura agresiva de Iris", y le ha echado en cara el
haber matado a Lumen. Entonces teníamos primero a Lumen loco agresivo y ahora tenemos
también a Iris loca agresiva. ¿Porqué decide ir a hablar con el Dr. Isidro Más de
Ayala recién después de lo que ella investigó a propósito de la enfermedad del
canario? Porque ese canario estaba marcado con las mismas trazas significantes que ella,
era loco y agresivo, fiero y loco escribe Iris, funcionaba como un alter
ego suyo, y a ella se le revela algo a partir de sus observaciones: el canario era
loco y agresivo porque Raimunda lo aterrorizaba, lo hostigaba para matarlo de miedo,
gozando de ello en secreto. La locura agresiva del canario, que picoteaba la mano de quien
le diera de comer, era provocada por un goce maligno, secreto, de la madre. Ese es su
descubrimiento, y aunque no lo dice explícitamente en su texto, no se trata solamente de
la suerte de un canario: está en juego el hacer saber que su locura agresiva, su
pasaje al acto de 1935 tuvo que ver directamente con un goce loco de su madre, que fue
decisivo pero quedó velado en la versión materna del caso. Su delirio es el intento de
producir el saber de una verdad.
Se trata de un asunto de locura. Iris quiere que un psiquiatra estudie a su madre, quien
dice que tanto Lumen como ella (Iris) eran locos. Es como si dijera mamá dice que yo
soy loca igual que papá, por ser hija de él, lo que no es cierto, y yo me di cuenta de
que ella me persigue y me quiere destruir porque está loca, tanto que por eso fue que
pasó lo que pasó en 1935 y lo que sucede ahora en casa.
Iris quiere hablar con un psiquiatra, supuesto saber discernir en materia de locura,
probablemente para que convalide sus conclusiones, pero tal vez también para recurrir a
alguien a quien dar testimonio de su experiencia de ser objeto de una transferencia, de
una persecución: es su planteo transferencial. ¿Está ella loca, como dice la madre?¿No
será, más bien, que la loca es la madre? ¿Está loca ella o la madre? Ahora hay que
hacer saber que su pasaje al acto homicida tuvo que ver con una locura materna no
advertida en aquel entonces.
Un trazo en su escritura nos dice cómo se juega esto para ella: cuando califica al
canario de fiero y loco, "loco" aparece entre comillas, indicando que ahí está
su objeción, que el canario no es loco, sino que es manso pero la locura de la madre lo
hace loco agresivo. Iris se siente perseguida por su madre, y esta por Iris. Se imputan
mutuamente estar locas. ¿Cómo salir de este juego de espejos? Hay que discriminar quien
es quien en este affaire de locura persecutoria. ¿Y si fuese esta la manera en que
Iris pudo aproximarse en algo al punto jamás problematizado de la folie á deux
con su madre, punto que debió esperar la publicación de Extraviada para ser develado? Es
necesario un tercero, un psiquiatra, e Iris se decide y va a hablar con Más de Ayala.
¿Es mera casualidad que Iris haya ido a hacer estos planteos a Más de Ayala y no a otro?
Conjeturamos que no. Hay elementos demasiado significativos en juego como para dejarlos de
lado. Porque además de haber sido un renombrado psiquiatra, investigador, periodista,
ensayista y escritor costumbrista, Más de Ayala publicó una novela en 1941 titulada El
loco que yo maté. Es altamente probable que Iris, lectora informada, conociera su
existencia.
Proponíamos en Extraviada que en el acto de Iris de ir a consultarle, había un
cifrado de lo que estaba en juego para ella, apoyándose en la homofonía con el nombre
del psiquiatra y en el título de esa novela: hay más de allá, más de lo que pasó
en 1935, más para decir del loco que yo maté.
Proponemos ahora dar un paso más allá, es decir considerar no solamente la posible
incidencia del nombre del autor y del título de la novela, sino también su contenido, la
tesis que sostiene. Porque lo que se plantea el autor es nada menos que cómo discernir en
estos affaires de locura persecutoria (no de cualquier locura), cómo discriminar
entre la verdadera locura, la falsa locura o locura aparente, y la normalidad, cómo saber
quien está loco y quien no, incluso saber si uno mismo está loco o no y hasta si puede
llegar a estarlo. Esta novela no es un simple divertimento literario de Más de Ayala.
¿Habrá sido, entonces, la declaración pública de Más de Ayala (con su novela) de ser
un psiquiatra que, desde una posición de maestría del saber de la locura dice estar
vacunado contra la locura persecutoria y saber discernir en la locura ajena y en la
propia, lo que acercó a Iris a su consulta? Consideramos clínicamente muy importante
abrir estos interrogantes a fin de poder recortar al máximo posible la singularidad de
este acto de Iris. Resultaría insuficiente, para una consideración psicoanalítica,
contentarnos con el mero dato de que Iris fue a consultar a un psiquiatra, planteado así,
genéricamente. A nuestro entender hay aquí en juego un nombre, el título y la trama de
una novela y una declaración pública de maestría sobre la locura persecutoria.
Por otra parte, si como plantea Jean Allouch3, en el
tratamiento de la locura lo fundamental no es la división por campos del saber que
definen cada rol técnico-profesional, sino el poder reconocer que la locura es una
particular relación al saber y, en su abordaje, una relación con esa relación, entonces
veamos cómo puede haber incidido en ese encuentro de Iris con Más de Ayala la respuesta
que él se da, cómo se posiciona en relación al saber de la locura (en el doble
sentido de la expresión).
Resumamos las principales articulaciones de El loco que yo maté.4
La novela se trama en torno a tres personajes principales: un escritor de 50
años, Reynaldo de Montalbán, quien es el narrador en primera persona; un psiquiatra, el
Dr. R., y un pintor loco, Don Emilio. El tiempo de la narración es el de la permanencia
de estos tres personajes dentro del manicomio. Montalbán escribe desde el manicomio.
¿Cómo ha llegado allí?
1) Nos cuenta que ya ha publicado algunas obras y que se ha visto envuelto en agrias
polémicas con algunos críticos literarios injustos y mezquinos que no han sabido
valorarlas. Le tienen envidia porque son escritores fracasados. Se le acusa de que su
estilo es frío, sin condiciones para la observación directa, más adecuado para el
ensayo que para la novela. Acepta el desafío y se interna en un hospicio de alienados,
donde se pone a su disposición una sala de locos como material de observación natural
para realizar luego una obra como la que le reclaman sus críticos, creyendo que se debe a
falta de talento.
2) Llegó a esa sala de locos a través del Dr. R, psiquiatra, a quien conoció en casa de
un amigo común. Al principio aquel no le gustó porque notó una excesiva seguridad en
sus juicios, pero luego comenzó a apreciarlo por los comentarios que hizo de sus novelas.
Luego se encuentran en una exposición de pintura y filosofan sobre arte: si es necesario
o no el modelo natural para hacer un cuadro. El Dr. R le muestra un cuadro de Gericault,
es el retrato de un loco, y le pregunta si cree que el autor pudo pintarlo sin tener
delante el modelo vivo. Montalbán se molesta y le dice que entonces él está de acuerdo
con sus críticos. El Dr. replica que lo que le falta es escribir una obra de observación
directa y natural para demostrar triunfalmente que puede también hacer eso, tal como lo
hizo Gericault con su retrato del loco. Entonces el escritor propone internarse varias
semanas o meses en el hospital psiquiátrico a observar del natural.
3) Se interna. En un primer tiempo está fascinado con lo que llama un "tesoro de
observación", es decir la colección de expresiones y miradas humanas. También se
maravilla cuando visita la biblioteca del hospital, con sus 500 volúmenes y todo el saber
que contienen. Dice de estos libros:"Tienen un tono oscuro, de toga, doctoral,
que da al conjunto un aspecto severo, inapelable".Comienza a enterarnos de
cuál es su relación a ese saber. Quiere leer esos libros para tener en sus observaciones
de locos una base más firme. Luego decide no leerlos: Cervantes no leyó libros para
caracterizar la locura de Don Quijote.
El Dr. R le dice que le parece importante que quien observe a los locos no se haga notar
como observador, ya que cuando se saben observados por los médicos cambian su actitud,
porque de estos depende su libertad. Le dice entonces que la observación exacta podría
tenerla quien "vistiera traje de alienado y viviera el día entero entre
ellos". Los locos no deben saber que son observados. Entonces el escritor se pone el
traje azul de los alienados e instala su cama en una sala. No es cualquier cosa ponerse el
uniforme de los locos e irse a dormir con ellos todas las noches. Habrá consecuencias.
4) En la pared de la enfermería descubre unos dibujos extraordinarios hechos por un
pintor internado: son apuntes de fisonomías de alienados. Son obra de un pintor español,
Don Emilio, "un perseguido", según le dicen. Va a conocerlo sin esperar la
autorización de R. Entablan amistad de inmediato porque descubren mutuamente las mismas
cualidades. Luego el pintor le dice que se vaya porque los vigilan y que pueden hacerle
daño a él también sus perseguidores. Este es un encuentro decisivo para Montalbán:
queda consternado. No se explica cómo el Dr. R olvidó hablarle de este hombre
extraordinario, el asilado más interesante del hospital. Cuando le comentó esto al
Dr.R., este le respondió que no lo conocía muy bien, porque era un enfermo del servicio
clínico de otro médico y no creyó realmente que pudiera interesarle. Dice entonces:"Esto
último me ha parecido muy raro, puesto que si mi amigo hubiera visto, como ha tenido que
ser, siquiera uno solo de los dibujos de este pintor, hubiera comprendido de inmediato que
se trataba de un artista que debía necesariamente interesarme". Aparece
en el escritor un primer atisbo de desconfianza hacia el psiquiatra.
5) En una de sus visitas al pintor, cuando éste ya no desconfía de él, Montalbán logra
que le hable de los perseguidores que lo vigilan y lo atacan, buscan matarle o volverle
loco. Cuando en Barcelona no le dieron cierto premio de la Academia de Artes, dice,
denunció la injusticia y la mediocridad de los profesores. Hubo escándalos y agresiones.
Se va el pintor a Madrid pero rápidamente comprende que allí sus colegas habían
recibido instrucciones. Huye a Montevideo, pero también aquí conocen los escándalos. Le
gritan amenazas e injurias al oído, quieren enloquecerlo. Intenta suicidarse. Entonces,
en combinación con los médicos, se le preparó un taller en una sala del hospital, para
que utilice el rico material de observación de los locos. Montalbán intenta nuevamente
hablarle a R. del pintor, pero nota que el médico rehuye hablar del pintor loco. No
comprende qué sucede, hasta que piensa en las "curiosas coincidencias" entre el
caso del pintor y el suyo, y de golpe se produce la claridad. Su pluma se detiene.
¿También él estará loco?
6) Dice:"Ahora todo tiene para mí un claro significado". Comprende los hechos
aislados y extraños. La lucidez de su espíritu "ha aumentado por el dolor de la
revelación". Comprende las ocultas razones del Dr. R. para no hablarle del pintor, a
quien no podía no conocer. No se le escapan las significativas semejanzas entre su caso y
el del pintor: "Me cuesta trabajo comprender cómo no me di cuenta de que yo estaba
escuchando el relato de mi propia historia". "No vi de inmediato que su caso era
el mío". Le espanta la semejanza y teme que su final sea como el del pintor. A él
lo instalaron en el hospital para que trabaje, igual que al pintor. Lo engañaron para
encerrarlo. Aparece la persecución del saber del psiquiatra; llora angustiado. Observemos
que la identificación con los rasgos del pintor no es suficiente para accionar la
persecución, sino que lo decisivo es la respuesta semejante que dieron los psiquiatras
para ambos casos, es decir lo que hace el otro con él, cómo es tomado por el otro. La
persecución viene del lugar del Otro, del saber encarnado por el médico.
7) Comienza una investigación desesperada, por su cuenta, para responderse si está loco
o no. Está en una situación de soledad ante esa pregunta, no hay nadie confiable a quien
dirigírsela. Cuando ve su propia silueta recortada en la sombra y reconoce allí
"una semejanza física con la actitud vencida de los alienados", grita de
horror. Se parece a las siluetas de locos que dibuja Don Emilio. Le llama a esto "una
nueva y desoladora revelación". Corre a mirar su rostro en el espejo buscando en sus
facciones la expresión de la demencia, busca signos en su imagen, y los encuentra. Rompe
el espejo de un golpe.
8) Vuelve a la biblioteca buscando la respuesta, prefiere no hablar con los doctores
porque deben estar en connivencia con R. "Hoy llego como un creyente tembloroso ante
los dioses de su templo a posternarme ante esta biblioteca de 500 volúmenes, entre los
cuales ha de estar sin duda aquel que aclare mi tormento y aplaque mi angustia". Se
arrepiente de las páginas irreverentes que escribió antes, cuando prescindió de esos
libros. Piensa que en ese momento sí estuvo próximo a la locura. Separa tres libros: Las
locuras razonantes, Formas iniciales de la demencia y Los delirios lúcidos.
Luego de leerlos dice "He hallado una verdad que me condena irrevocablemente".
"Los libros me demuestran que he sido siempre un interpretador patológico".
9) ¿Porqué lo internó el Dr R.? piensa. Porque está en camino de enloquecer. Lo peor
es comprobar que uno enloquece. R. fue cruel porque él no se daba cuenta que enloquecía,
pero ahora lo sabe. Mejor era volverse loco sin saberlo, y tan contento. Con "artes
sutiles y maléficos" el médico lo hizo internar allí, y por eso merece un castigo.
Piensa en agredirlo.
10) Comienza a hacer esfuerzos por relativizar el saber psiquiátrico que lo persigue.
Piensa que las descripciones de síntomas y reacciones no dicen por sí mismos cuándo se
trata de verdadera locura, porque en ciertos contextos las reacciones de una persona
normal pueden asemejarse a los síntomas mórbidos. Depende de la situación, de las
circunstancias. Pero inmediatamente se le impone algo:"Si para todos los demás eres
loco, no tienen utilidad alguna estos pensamientos que has tenido, y quizás sean
considerados como un síntoma más de tu enajenación mental". (Es decir que el
diagnóstico de locura siempre viene de otro) Piensa que el Dr R se ha burlado de él como
si fuera un niño.
11) "Ya sin esperanzas veo como en mi torno la red se va cerrando cada vez más
apretadamente", escribe. Piensa fugarse del hospital pero luego desecha el plan.
Intenta frenar la persecución diciéndose que los psiquiatras apenas pueden llegar a
conocerle una décima parte de lo que él sabe de si mismo.
12) Se entera de que el Dr R. se irá a Europa dentro de poco tiempo. Arrecia la
persecución y se angustia más; piensa que lo dejará allí encerrado. Eso sería
"absurdo y criminal", y reflexiona: "Observo en esto una curiosa paradoja.
La especialidad menos firme de la medicina está provista de derechos y atribuciones que
no tienen las otras ramas más seguras y conocidas. Un médico general no podría mantener
internado contra su voluntad a un hepático o a un renal. En cambio un psiquiatra puede
mantener en la clausura de un asilo a una persona que presente perturbaciones psíquicas,
aunque no pueda estar más seguro de su futuro que lo que lo están los médicos sobre el
porvenir de un cardíaco desobediente". "Niego a los psiquiatras el derecho a
hacer sobre mi caso pronósticos seguros". No permitirá que el Dr. R lo deje allí.
Da a entender que llegará al pasaje al acto si es necesario. (Es muy interesante que el
propio Más de Ayala reflexione así, aunque a la luz de lo que fue el ulterior destino de
Iris Cabezudo estas palabras nos suenen como una amarga ironía. Si este texto incidió en
la decisión de Iris de consultar a Más de Ayala...¡qué fiasco!)
13) Reflexiona que no debe estar loco puesto que "es bien sabido que el enfermo
verdaderamente demente comienza por perder la conciencia de su estado". Pero
inmediatamente tiene que cuestionarse si no habrá perdido él la conciencia de su estado
y es por eso que se dice que no está loco. He aquí, a nuestro entender, el nudo
principal de la novela, que lleva a Montalbán a decir que está "en un cepo que no
tiene salida". El no puede responderse si está loco o no. Busca una nueva salida
observando a los demás internados. No halla ninguno parecido a él, lo que en principio
lo alivia, pero sabe también que ninguno de los internados ve en los otros alguno
parecido a si mismo. Los locos siempre son los otros. No hay salida. Piensa en el
suicidio.
14) Por fin los acontecimientos se precipitan: una tormenta le sorprende en un paseo por
el parque, y regresa en estado de pánico, exaltado, corriendo y pidiendo a gritos
socorro. Siente que le gritan "está loco, está loco". Queda en cama, agotado.
No podemos dejar de señalar el hecho de que el canario en cuestión para Iris llegó a su
casa enloquecido por una noche de tormenta, igual que este personaje: ambos, canario y
personaje de la novela, aparecen enloquecidos por tormentas, así como también se plantea
la autenticidad o falsedad de esas locuras. Recordemos que este es el punto que finalmente
decide a Iris a consultar. Esta persecución del canario que ella deduce puede estar
determinada por la propia literalidad en juego: un canario atormentado... Podría
tratarse de un viraje de lo litoral a lo literal, lo que determinaría que su
interpretación se funde sobre el escrito, a la manera de la lectura de un rebus. El
significante tormenta podría remitir fácilmente a tormento, lo que
habilitaría la interpretación: un canario atormentado... por su madre. Literalidad que
bordea y circunscribe en algo el real del goce del Otro, encarnado en este caso por su
madre... Sigamos con la novela.
15) A la mañana siguiente viene el Dr. R a charlar con él. Piensa que ya lo habrán
informado de lo que pasó la tarde anterior. Lo ve llegar adoptando postura de médico, no
de amigo. Está convencido de que viene a hacerle hablar de eso. Pero no es así, viene a
anunciarle que una novela suya fue seleccionada finalista en un concurso, y lo felicita
porque ya lo da como ganador. Esto cambia completamente el tono de la entrevista. La
persecución desaparece. Importante hito del relato que muestra un elemento clínicamente
relevante: la persecución desaparece cuando no lo trata como a un loco sino como a un
escritor, cuando se acerca amistosamente y valoriza sus producciones literarias, sostén
aparente de su imagen narcisista. Luego hablan del grave estado de salud del pintor:
Montalbán: "¿Cómo pudo un hombre de tal delicadeza soportar durante tanto tiempo
el dolor de saberse loco?"
Dr: R: "Es que él no creía que estuviera loco. Se sabía perseguido, calumniado,
amenazado, pero no loco. Nunca tuvo esos períodos de ansiedad y angustia que padecen los
seres normales que a menudo nos consultan, porque presos de dudas u obsesiones, creen
estar realmente locos. Tales seres sufren más que los locos verdaderos".
M: "Viviendo ustedes entre locos constantemente ¿no han tenido nunca el temor de
enloquecer?"
R: "Al principio si, hemos sentido temor. En los primeros meses de estudio de la
psiquiatría nos preguntamos si tal o cual síntoma que observamos en los enfermos del
hospital no son iguales a los que creemos tener (...)". Así "...el psiquiatra
novel es tomado con frecuencia por interrogaciones torturantes (...) provocadas por el
hallazgo inquietante de lo que él cree que son analogías evidentes. Este período de
cavilosidades exageradas, que todos los psiquiatras han pasado, correspondería a lo que
llamaría nuestra vacunación contra la locura. Tal como pasa con las demás vacunas que
la medicina utiliza, en esta también hay días de malestar, de intenso desasosiego, de
inquietudes febriles. Pero todo pasa pronto y el médico, más rico en experiencia y con
un conocimiento más profundo de las enfermedades mentales ve la enorme distancia que le
separa de los enajenados. Y es así como la firmeza y la seguridad vuelven, y ya de un
modo definitivo, a su espíritu".
M: "Se dice que ustedes los psiquiatras ven locos por todas partes, menos en el
espejo".
R: "Y es exacto. Después que hemos pasado ese período de la incertidumbre que nos
produce nuestro primer contacto con la locura, comprendemos cuan lejos nos hallamos de la
alienación. Y sabemos bien que ya no enloqueceremos jamás. El pequeño personaje loco
que teníamos dentro ha salido huyendo y ya no lo podremos ver en el espejo. (...)
Cuántos seres nerviosos se hubieran curado por el conocimiento oportuno de la verdadera
locura (...) En especial esa clase de personas aprensivas, sugestibles, llenas de
obsesiones (...)".
En la mente de Montalbán se hace la claridad. Vuelve a él la felicidad y arroja por la
ventana la caja de hipnóticos."Mi alegría es inmensa. Ya sé, no solo que no estoy
loco sino que no podré enloquecer jamás." "Mañana me iré pero no les diré
nada del personaje loco que dejo en mi pieza vacía, el que vivió conmigo y ocupó mi
traje y habló con mis labios y escribió con mi mano, y llegó a avasallarme, a ser él
quien me dirigía..."
Termina diciendo que él, con sus escritos, ha hecho también el retrato de un
loco."¿De un loco? Si, de un loco, del loco que yo maté. Le he matado y nadie
podrá resucitarlo."
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He aquí, entonces, lo que propone Más de Ayala en la novela. Vamos a tomar, a partir de
nuestra lectura, al menos dos puntos y un tercero que se relacionaría con el caso
particular de Iris.
Primero: ¿Qué se propone Más de Ayala con la novela? ¿Cómo no ver de qué manera
fuerza la lógica? ¿Cómo no advertir su salto sobre la aporía que él mismo plantea
correctamente? Porque si los locos no se reconocen como tales, si no tienen conciencia de
su locura, si para el loco siempre los locos son otros, entonces el diagnóstico de locura
tiene que venir, necesariamente, de otro. Como él mismo dice, el loco que yo maté es el
falso loco, es más bien el miedo a enloquecer, no es la verdadera alienación; es el loco
conciente de su locura, por lo tanto no está loco. La vacuna de que habla el autor es
contra el miedo a enloquecer, no contra la verdadera locura.
Esta figura del psiquiatra vacunado contra la locura es una ficción de Más de Ayala.
Lacan decía, citando a Bentham, que la verdad tiene estructura de ficción; entonces
¿qué verdad hay aquí en juego, en la ficción del psiquiatra vacunado?
La novela también reconoce que no hay ningún loco internado que se vea a sí mismo igual
que los demás. Lo de los otros es locura, lo de él es otra cosa (recordemos cómo
argunenta Schreber). Más de Ayala cree llegar a una salida diferente, a una garantía
para siempre de su ajenidad al mundo de la locura: un psiquiatra que puede, por su saber y
por su experiencia, autodiagnosticarse, tranquilizarse poniendo una enorme distancia entre
él y la alienación. Pero además lo hace extensivo a todos los psiquiatras: todos
reciben la vacuna y se libran de la peste... para siempre.
Es una posición casi desesperada de pretensión de maestría que no deja de presentar
ribetes cómicos: el personaje popular del psiquiatra loco nos lo recuerda, así como
también la sátira del escritor brasilero Antonio Machado de Assis, El alienista.
Es la verdad que toca la ficción cómica.
La novela de Más de Ayala nos dice cuál es el saber que para él cuenta, y cómo es su
relación con ese saber. Es la biblioteca-templo del saber psiquiátrico, la que anuda y
desanuda la trama del relato. La persecución viene, para Montalbán, de ese saber, lugar
del Otro encarnado por el Dr. R., y también la persecución cesa por efecto de la palabra
del médico, cuando no lo trata como a un loco y le habla amistosamente en tanto lector y
admirador de sus novelas. Lo que Más de Ayala quiere con la novela es ir más allá de un
elemento de estructura irrebasable: la persecución y el diagnóstico de locura vienen del
Otro. Es esto lo que no puede aceptar, y su respuesta es la ficción del psiquiatra
vacunado. Para ello se apoya, seguramente, en una concepción de la locura como endógena,
procesual, constitucional, hereditaria, que sería la verdadera alienación. Quiere
ponerse a una saludable distancia de los locos.
La discrepancia que observamos entre el título de la novela y su desenlace muestra con
precisión el impase al que llega. No es posible titular así la novela porque El loco
que yo maté está enunciado en primera persona, a pesar de que no lo mató él. Es
bien evidente que fue el psiquiatra quien se lo mató con su intervención. La
persecución viene del Otro, y por esta vía se resuelve en tanto que el Dr R se corre de
ese lugar hacia la posición del otro con minúscula, un semejante que entabla con él un
trato amistoso y valoriza oportunamente sus producciones literarias ligadas fuertemente,
según parece, a su imagen narcicista. Sería más preciso titularla, por ejemplo, El
loco que el Dr R me mató.
Más de Ayala demuestra, a pesar suyo (¿por el absurdo?), que el diagnóstico
psiquiátrico y la persecución tienen la misma estructura.
Segundo: El segundo punto que quisiera tomar es ¿Qué interés -aparte del académico-
manifiesta Más de Ayala por los locos internados? Sus escritos -y no solamente esta
novela- reflejan un interés humanitario por los pacientes, una actitud compasiva y
comprensiva de sus vidas desdichadas, de su soledad, de su tristeza. Pero lo que pesa más
fuertemente en sus textos es el interés estético y fisonómico, expresivo de los estados
del alma. Más de Ayala da una respuesta estética al mundo gris, sórdido, del manicomio:
hace literatura, valora la plástica. El loco como fuente de creación artística y como
creador, como productor de literatura, de retratos, de pinturas. No carece de interés el
hecho de que para Más de Ayala un loco puede producir arte, arte a secas, sin
adjetivaciones especiales y sin la pretensión de subsumir esos objetos de cultura en el
discurso de la psicopatología.
Tercero: Podríamos decir que, en términos geneales, el Dr. Brito del Pino -quien
publicó los escritos de Iris- compartía con Más de Ayala ese interés, esa sensibilidad
hacia los internados y también esa posición con respecto al saber. Estos dos psiquiatras
aficionados a las letras recibieron a Iris Cabezudo a comienzos de 1957, y ese encuentro
labró el acta de su destino. Fue valorada por ellos, lo que le valió la publicación de
sus escritos en la Revista de Psiquiatría del Uruguay, caso más que infrecuente.
Ella fue una "paciente interesante", por eso derivada a una sala donde se
practicaba la docencia, y su escrito fue entonces un documento psiquiátrico interesante.
Se convirtió en su documento psiquiátrico, es decir que en su documento
consta que es una psiquiátrica, aunque no cualquiera: es interesante. Ella está loca
pero escribe bien, hay un logro estético y hasta aciertos psicológicos (Proust,
Faulkner, Kafka, Hesse). Interés académico y estético por Iris, publicación de su
largo escrito en el marco de un trabajo sobre la peligrosidad de los paranoicos. Pero no
se le reconoce en ningún momento su enunciación, no hay lugar para su decir y para su
escrito en tanto intento de producción del saber de una verdad que la concierne en tanto
sujeto. Lo que dice no entraña verdad alguna que concierna a nadie, ni siquiera a ella
misma. No hay lugar para su planteo transferencial.
Iris fue a buscar ayuda para discernir mejor en el affaire de locura persecutoria
en espejo con su madre, y para que el psiquiatra convalide su saber de la verdad. Era
acusada por su madre de loca agresiva y los psiquiatras responden agregándole otro
adjetivo: loca-agresiva-peligrosa, y la encierran compulsivamente en el manicomio,
eximiendo a su madre de estar loca y de tener que ver con su locura agresiva. Es una
decisión inapelable, como el aspecto de los libros de la biblioteca- templo del hospital.
Ahora el Dr. Brito del Pino concluye que en un diagnóstico retrospectivo Iris siempre fue
una paranoica, y su crimen fue producto de la enfermedad. Hay que reconocer el fuerte componente
endógeno antes descuidado, probablemente constitucional, y casi seguro de
herencia inmediata. Es una personalidad de rasgos paranoicos definidos, dice. No es
falsa locura, es la verdadera alienación. El componente endógeno invocado es la marca
doctrinal de que su decir es un desvarío total, sin arraigo en ninguna experiencia
subjetiva. Más de Ayala y Brito del Pino decretan su "muerte civil", jubilada a
los 42 años y expulsada de su casa, le echan encima todo el peso de sus atribuciones como
guardianes del orden social. Veintidós años después llegó para Iris la instancia
inapelable del castigo por su antecedente y por su locura.
En su escrito de 1957 Iris respondió a los tres psiquiatras que decidieron su destino:
Camilo Payseé, Isidro Más de Ayala y Juan Antonio Brito del Pino. Pero probablemente
ella no dio a los tres el mismo lugar ni cifró en esos encuentros las mismas
expectativas. De hecho únicamente parece haber buscado el encuentro con Más de Ayala.
Pero, curiosamente, su nombre no aparece en la lista5 ,
elaborada por Iris, de personas a quienes pensaba enviar tarjetas de Navidad en 1958,
donde sí figura Brito del Pino a pesar de haber sido este quien asumió la
responsabilidad de "tratarla" para que acepte las penosas condiciones de su
liberación. ¿Porqué a este si y a Más de Ayala no? Este hecho, de estar correctamente
interpretado, reforzaría la hipótesis de este trabajo, es decir que Iris no se habría
dirigido a Más de Ayala por simple azar, sino que ese postergado encuentro habría estado
"cargado" con lo anteriormente planteado y, por lo tanto, mucho esperaba Iris de
él.
La novela de Más de Ayala muestra que el destino de Iris tuvo que ver con la posición
del saber para él y para su citado colega, tuvo que ver con el peso de los 500 volúmenes
de la biblioteca-templo del saber psiquiátrico. Ella quedó encerrada escribiendo, como
Montalbán, alegando que le tendieron una trampa su madre y los psiquiatras. Así realiza,
en parte, la novela de Más de Ayala pero no del lado de Montalbán, el falso loco, sino
del lado de la verdadera alienada.
Más de Ayala no pudo dejar de decir, a pesar suyo, que la persecución y el diagnóstico
psiquiátrico tienen la misma estructura. Iris creyó que no y lo sufrió en carne propia.
Es posible que el destino de Iris hubiera sido otro si su planteo transferencial hubiese
sido acogido como tal, es decir por alguien posicionado de manera diferente en relación
al saber. ¿Es válido preguntarse qué podría haber hecho un analista con Iris? Y si
hubiese sido necesario ¿hubiera sido suficiente? Preguntas sin respuesta, claro. La
singularidad del caso nos impide aventurarnos en especulaciones de este tipo.
Pero sí creemos válido reflexionar en términos más generales a partir de lo que
significó el corte freudiano en la economía de los saberes. Freud subvirtió la
posición del saber en juego en la clínica del caso postulando que el saber teórico debe
quedar en reserva a la hora de abordar cada caso en particular. La clínica psiquiátrica
y la clínica psicoanalítica tienen, por lo tanto, diferentes textualidades.
El psicoanálisis restablece la enunciación y el texto, la singularidad del sujeto
desechada por el saber psiquiátrico en aras de un saber sobre el síntoma. Pero,
como ya dijimos, no es la delimitación entre campos del saber lo que hace la diferencia.
La oposición psiquiatría-psicoanálisis no podría dar cuenta, en la singularidad de
cada caso, del nudo central del problema. Jean Allouch mostró, en su trabajo a propósito
de la Tesis de Lacan sobre la paranoia6 , que en algún
momento de las entrevistas que este sostuvo con Marguerite Anzieu, cambió su posición.
Lacan fue sensible a lo que una paciente le decía y se apartó del saber psiquiátrico
establecido, forcluyendo la noción de proceso. Pesó más el texto de su paciente, por lo
cual pudo decir muchos años después que ya en aquel entonces, 1932, procedió con esta
paciente con un método que no era sensiblemente diferente de lo que después haría,
" siendo" psicoanalista7 .
Es sabido el efecto de clausura que propició Freud en la relación
psicoanálisis-psicosis al sentenciar que los psicóticos no son accesibles al análisis
por no entrar en situación de transferencia. Pero ello nunca lo llevó suturar el corte.
En 1910 ponía en juego la ironía para problematizar la función del saber tal como se
juega en la locura. Escribía en una carta a Carl Jung: "Lo pongo de lado para
las vacaciones (se refiere a un libro) junto con el maravilloso Schreber, a quien habría
que haberlo hecho profesor de psiquiatría y director de asilo". 22-4-1910. Carta
187.
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Notas: