Borges, Carroll y  Él
Dr. Martín Wolf-Felder

 

Reformulación 1999 del texto expuesto - en participación con los de Hugo Achugar y Teresa Porzekansky- en el simposio-foro sobre Las ruinas circulares en: Primeras Jornadas sobre Creatividad , Montevideo, 1990.

"/.../También sabemos de otra superstición de
aquel tiempo: la del Hombre del Libro.
En algún anaquel de algún hexágono (razonaron
los hombres) debe existir un libro que sea la cifra
y el compendio perfecto de todos los demás;
algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a
un dios. En el lenguaje de esta zona persisten
aún vestigios del culto de ese funcionario remoto.
Muchos peregrinos en busca de Él *. /.../
Nadie puede articular una sílaba que no esté llena
de ternura y de temores; que no sea en alguno de
esos lenguajes el nombre poderoso de un dios */.../".

Jorge Luis Borges (1)

No sé si lo que me sale decir aquí es producto de una subjetividad trabajada desde los entornos de una red significante que en mi ha recogido palabras de los laberintos por donde han circulado las ideas de Jenny Barros, Celia Blocona, Roberto de Espada, Doris Hajer, Jorge Medina Vidal y Cecililo Peña o, en todo caso las de Jean Le Galliot, Julia Kristeva, Jacques Lacan, Jean Starobinski y hasta quizás porqué no las del propio Gustav Meyrink. No dudo que sí por allí, precisamente, estoy seguro, han revoloteado y revolotean las palabras que emanan de Borges, Carroll, Freud y Moisés, tal vez ordenadas de algún modo por lo que en mi reside para siempre de un venerado viejo maestro de la escuelita Talmud-Torá de una pequeña Sinagoga que en la década de los años cuarenta, para mi fortuna, supo ubicarse en la calle Marsella casi Vilardebó.
¿Qué de la cultura me recorre entonces para hacer brotar esta lectura de Las ruinas circulares con palabras tan lugareñas como epocales, tan mías como errantes y erróneas, ya antes pronunciadas y ahora vueltas a re-escribir?

"/.../ Podría preguntárseme si yo mismo estoy convencido de las hipótesis desarrolladas aquí y hasta dónde lo estoy.
Mi respuesta sería: ni yo mismo estoy convencido, ni pido a los demás que crean en ellas. Me parece que nada tiene que hacer aquí el factor afectivo del convencimiento. Es plenamente lícito entregarse a una argumentación, perseguirla hasta donde lleve, sólo por curiosidad científica o, si se quiere, como un advocatus diaboli que no por eso ha entregado su alma al diablo /.../", (2)

"/.../ Los descifradores, sean cabalistas o fonetistas, tienen el campo libre: una lectura simbólica o numérica, o sistemáticamente atenta a un aspecto parcial, siempre puede hacer existir un fondo latente, un secreto escondido, un lenguaje bajo el lenguaje. ¿Y si no hubiese cifra? Quedarían la interminable atracción del secreto, la espera del descubrimiento, los pasos perdidos en el laberinto de la exégesis /.../", (3)

Insisto con Freud (2) y Starobinski (3) cuando se trata de las palabras.
Lo que es, de por sí vale. Somos humanos. Elegimos. Pero, sin discriminación, todo tiene por lo menos a l g o que, e x i s t a o n o para nosotros, igual está ahí, inevitable.
¿Acaso, cuando nos ponemos exigentes y hasta casi jueces o dioses para tapar con la mano la ficción, nos convertimos en magos? ¿Para qué tanta hechicería de vuelos positivistas a los efectos de cazar pajas, con el único fin de reducirlas, atadas a un palo, a barrer?
En lugar de pedir libertades, las tomo, aunque, por supuesto, contradictoriamente autorizado por las citas de esos dos autores.
En el prólogo al libro que contiene su poema sobre el gólem, Borges reconoce su relación con Las ruinas circulares, muy anterior a aquél y publicado en 1941 con "El jardín de los senderos que se bifurcan".
En el poema, Judá León, rabino de Praga, labró un muñeco y le dio vida. "Sediento de saber", Judá hizo "lo que Dios sabe" y su Gólem parece repetir la creación de Adán.
En el cuento de Las ruinas circulares el Adán de sueño es como el Adán de polvo, ese rojo Adán que amasan los primitivos cristianos gnósticos.
El hombre taciturno del primer párrafo de Las ruinas circulares, sueña con alumnos taciturnos en el tercero y se queda con un solo alumno, un muchacho taciturno, en el cuarto.
Aquí emerge del sueño y comprende que no había soñado. En el quinto comprende que

"...el empeño de modelar la materia
incoherente y vertiginosa de que se
componen los sueños* es el más arduo
que puede acometer un varón*,
aunque penetre* todos los enigmas...".

Comprende el fracaso inicial y busca otro método de trabajo sin premeditación de soñar. Así

                                     "... soñó* con un corazón que latía...".

Dice en el sexto que lo soñó activo con grandor de puño, color granate y que con minucioso amor lo soñó catorce noches y después de la catorcena no soñó una. Soñó un hombre íntegro. Lo soñaba dormido, como un Adán de sueño, en el séptimo. A los pies de la estatua la soñó. El múltiple dios Fuego del templo circular animaría al fantasma soñado y sólo él y el soñador lo sabrían.

"...En el sueño* del hombre que soñaba*,
el soñado* se despertó...".

En el octavo párrafo el soñador dilata el sueño para no apartarse del soñado y al cerrar los ojos piensa:
                                   "...Ahora estaré con mi hijo*
                                   El hijo* que he engendrado me espera
                                     y no existirá si no voy..."
Estas dos últimas frases de letra distinta (itálica) remiten a la otra distinta letra (itálica) del epígrafe de Las ruinas circulares donde Borges cita a Lewis Carroll en boca de Tweedledde:

"And if he left off dreaming about you ..." (4)
en el capítulo IV de "Through the Looking-Glass".

En la obra de Carroll el gemelo de Tweedledum le dice a Alicia que el Rey Rojo del ajedrez la está soñando:
"...solo en sus sueños* eres algo...".

Antes ya le había dicho:
"Si dejara de soñar* contigo,
¿puedes suponer dónde estarías?
/.../

-Si el Rey despertase ahora -aseguró
Tweedledum-, tú te esfumarías..., ¡puf!,
como la llama* de una vela." (5)

Alicia había soñado que pasaba a través del espejo y ya detrás, en su propio sueño, los personajes soñados por ella le dicen que es sueño de un tercer personaje: el Rey Rojo.
El rojo del borgeano Adán de los demiurgos atraviesa el epígrafe hasta su referente Rojo también borgeano por traducción-extracción de The Red King de Lewis Carroll.
Entre el título que inicia el texto y el textual inicio de Las ruinas circulares de Borges, el intertexto en inglés de Carroll provoca la lectura intertextual, invoca el final y logra que éste convoque, al circular, lo circular del cuento; es así como el castellano relato culmina en el tallado sutil de esa suerte de instantánea chispa del soñador al "comprender" que:
"/.../él * también era una apariencia
que otro estaba soñando."
Subrayamos en los extremos a los significantes (o más bien secuencias grafemáticas):
"/.../he * /.../ él * /.../"
Ambos sintagmas parecen metonimizar toda una cadena que busca poner de manifiesto el paradigma del "soñador-soñado" o "soñado-soñador".
Y cada eslabón de cierre se convierte en nueva apertura hacia la circulación de la intertextualidad y la significación.
Entre el "he" que cubre y descubre la presencia del Red King soñado por Alice y el pronombre "él" que alude al mago-padre-soñador, el "rojo" de "Adán" anuda la red significante tejida desde lo primordial de nuestra cultura.
En dicha red queremos leer literalmente a este Borges cuando osa decir:
"...que el empeño de modelar la materia
incoherente y vertiginosa de que se com-
ponen los sueños es el más arduo que
puede acometer un varón, aunque penetre
todos los enigmas..." (6)

A este fragmento le queremos acoplar en forma desordenada otros tres posteriores:
"...su hijo estaba listo para nacer..."
"...El hijo que he engendrado me espera
y no existirá si no voy
*. ..."
"...El propósito de su vida estaba colmado;
el hombre * persistió en una suerte de éxtasis. ..." (7)

El género masculino de la tercera persona del singular que hace tocar con sinonimia la punta pronominal inglesa con la castellana, ese viril contacto que se le impone al "èl" de Borges con el "he" de Carroll, parece hilvanar al varón con su empeño más arduo y al hombre con el propósito de su vida ya colmado:
"...El hijo
....he engendrado..."
En relación al Gólem, tan vinculado a este Adán de sueño que Borges remite al rojo Adán, Jorge Medina Vidal recoge la idea de que: "/.../es, quizás, el producto de una envidia y una transgresión, es un hombre artificial engendrado como un mito de poder/.../" (8) (8’).
Por otro lado tanto el Gólem como Adán tienen como referente a Jahvé que según la hipótesis de Eduard Meyer -citada por Freud en su "Moisés"- tendría su origen en el dios volcánico homónimo de los madianitas de Qadesh, con su implícito fuego. Este último, omnipresente en Las ruinas circulares, también aparece con mayúscula: Fuego, como nombre terrenal del múltiple dios a quien las sagradas escrituras obligan a leer, contradictoriamente, como Elohim, plural de "El", nombre genérico de dios en los lenguajes semíticos, derivado del dios principal de "la tierra prometida" (Canaán) denominado "El".
La cadena significante -o de secuencias grafemáticas- transidiomatizada por Borges extrae finalmente de nuestro universo simbólico el divino protoreferente del pro-nombre en juego.
El hombre varón de nuestra cultura nunca supo que los enigmas que no penetre devienen en

"/.../el empeño de modelar
la materia incoherente y vertiginosa
de que se componen los sueños/.../"
que hicieron posible a Èl y al rojo Adán. (9)

La mujer ausente, presente en "you", segunda persona, singular, Alice, niña, sueña que zarandea a la Reina Roja hasta reducirla y transformarla ... al despertar, en su gatita negra.
Soñados por Freud en este ajedrez de Carroll de Borges, sólo hemos movido una pieza; bueno, quizás dos.
¿Y ahora? **
* Texto original modificado para esta lectura mediante negrita y/o subrayado.

Citas bibliográficas

(1) Borges, J.L.: "La Biblioteca de Babel", págs.97-8-9 "Ficciones", Alianza-Emecé, B.As, 1985.
(2) Freud, S.: citado por Wolf Felder, M.: "Cervantes, Ichthyosaura..." (pág.13), R.Viva, Mont., 1989.
(3) Starobinski, J.: citado por Wolf Felder, M.: "El lapsus ‘13’ de Freud" (pág.12), Priv., Mont., 1986.
(4) Carroll, L.: citado por Borges, J.L.: "Las ruinas circulares", pág.61 "Ficciones", Alianza-Emecé, B.As., 1985.
(5) Carroll, L.: "Alicia en el país de las maravillas / Detrás del espejo" (págs.230-1), Bruguera, Barcel., 1972.
(6) Borges, J.L.: "Las ruinas circulares", pág.64 "Ficciones".
(7) " " " " " , " 67 " .
(8) Hajer, D.: "La leyenda del Gólem", págs.386-410 T.II Nº 4 A Revista AUDEPP, Mont., 1988.
(8’) Medina Vidal, J: "J.L.Borges y el Gólem" en "Doris Hajer: La leyenda del Gólem", pág. 405 T.II Nº 4 A Revista AUDEPP, Mont., 1988.
(9) Borges, J.L.: "Las ruinas circulares", págs.64 y 67 "Ficciones".

** Nos ha resultado sugerente:

a) - Que en el mismo año de 1941, es decir, en el mismo volumen de "El jardín de los senderos que se bifurcan" -primera parte del posterior "Ficciones"- aparezca el cuento Examen de la obra de Herbert Quain junto al de "Las ruinas circulares". Veamos el siguiente extracto
"/.../Herbert Quain ha muerto/.../; he comprobado sin asombro que el Suplemento Literario del Times apenas le depara media columna de piedad necrológica/.../. Muy diversa, pero retrospectiva también, es la comedia/.../The secret Mirror/.../. El primer acto/.../ocurre en/.../la pensión judeo-irlandesa/.../. Cuando The secret mirror se estrenó, la crítica pronunció los nombres de Freud * y de Julián Green. La mención del primero me parece del todo justificada *.
La fama divulgó que The secret mirror era una comedia freudiana *, esa interpretación propicia (y falaz) determinó su éxito. /.../Quain había cumplido los cuarenta/.../. Resolvió desquitarse. A fines de 1939/.../", págs.81-6-7 "Ficciones" ("La obra de Herbert Quain").
A fines de 1939 ya Borges había cumplido los 40 años; más exactamente el 24 de agosto. Días después se enterará de la muerte de Freud en Londres el 23 de setiembre.
Ahora bien, continuemos el extracto anterior del cuento sobre "Quain":
"/.../A fines de 1939 publicó Statements: acaso el más original de sus libros/.../. No hay europeo (razonaba) que no sea un escritor/.../. Para esos "imperfectos escritores"/.../, Quain redactó los ocho relatos del libro Statements/.../. Del tercero, The rose of yesterday, yo prometí la ingenuidad de extraer Las ruinas circulares/.../", pág.87 "Ficciones" ("La obra de Herbert Quain").
¿Acaso algo de Freud se introdujo entonces en el Borges de "Las ruinas circulares"?.
b) - Que la obra de Carroll termine como la del Segismundo de Calderón.
c) - La presencia del soñar y del fuego.
Como es obvio que lo primero algo tiene que ver con Freud, veamos qué dice éste en relación al fuego:
En El malestar en la cultura (1929-30) a propósito de "la domesticación del fuego" expresa: "/.../Algún material psicoanalítico, incompleto e incapaz de ofrecer indicaciones ciertas, admite al menos una conjetura -que suena fantástica- acerca del origen de esta hazaña de la humanidad. Es como si el hombre primordial soliera, al toparse con el fuego, satisfacer en él un placer infantil extinguiéndolo con su chorro de orina. De atenernos a sagas registradas, no ofrece duda ninguna la concepción fálica originaria de las llamas que se alzan a lo alto en forma de lenguas. La extinción del fuego mediante la orina -que retoman los modernos gigantes, Gulliver en Liliput, y el Gargantúa de Rabelais- era por tanto como un acto sexual con un varón, un goce de la potencia viril en la competencia homosexual. Quien primero renunció a este placer y resguardó el fuego pudo llevarlo consigo y someterlo a su servidumbre. Por haber ahogado el fuego de su propia excitación sexual pudo enfrentar la fuerza natural del fuego. Así, esta gran conquista cultural habría sido el premio por una renuncia de lo pulsional. Y además, es como si la mujer hubiera sido designada guardiana del hogar porque su conformación anatómica no le permitía ceder a esa tentación de placer. Es notable, también, la regularidad con que las experiencias analíticas atestiguan el nexo entre ambición, fuego y erotismo uretral/.../", nota nº 3 al pie de pág.89 T.XXI O.C. Amorr., B.Aires, 1979.
En Sobre la conquista del fuego (1931-32) dice que:
"/.../la sorprendente referencia a la prohibición que rige entre los mongoles de orinar sobre las cenizas calientes de las que todavía se puede obtener fuego/.../" lo llevó a retomar el tema. Agrega: "/.../Opino, en efecto, que mi hipótesis de que la precondición para apoderarse del fuego ha sido la renuncia al placer -de tinte homosexual- de extinguirlo mediante el chorro de orina, puede corroborarse mediante la interpretación de la saga griega de Prometeo ***, si se toman en cuenta las previsibles desfiguraciones que el hecho experimentó para formar el contenido del mito. Esas desfiguraciones son de la misma índole y no más graves que las que cotidianamente reconocemos al reconstruir, desde los sueños de pacientes, sus vivencias infantiles reprimidas, pero de extrema sustantividad. Los mecanismos ahí empleados son la figuración por medio de símbolos y la mudanza en lo contrario/.../. El titán Prometeo ***/.../demiurgo/.../entrega a los mortales el fuego que sustrajo a los dioses, lo esconde en un bastón hueco, una caña de hinojo/.../símbolo de pene/.../. No es el fuego lo que el hombre alberga en su caña-pene, sino, al contrario, el medio para extinguir el fuego, el agua de su chorro de orina/.../. ¡Por tanto, son los dioses los engañados!/.../. Es/.../la vida pulsional, el ello, el Dios engañado por la abstención de extinguir el fuego; una apetencia humana se ha trasmudado en la saga en un privilegio divino. Pero en la saga la divinidad no tiene nada del carácter de un superyó; sigue siendo representante/.../de la vida pulsional/.../hiperpotente/.../. También/.../al hígado como lugar de castigo/.../lo consideraban la sede de todas las pasiones/.../, simbólicamente significa lo mismo que el fuego/.../. Entonces, al pájaro *** que se sacia en el hígado le conviene el significado del pene/.../. Un pequeño paso más lleva al Ave Fénix que tras cada muerte por el fuego renace rejuvenecida, y que probablemente se refiera al pene reanimado tras dormirse, más bien (y antes) que al sol que se sepulta en el ocaso y vuelve a salir luego/.../. La Hidra de Lerna, con sus innumerables cabezas de serpiente lengüeteantes/.../es/.../un dragón acuático. El héroe cultural Hércules/.../lucha con ella cortándole las cabezas/.../y él sólo triunfa/.../tras quemarle mediante el fuego la cabeza inmortal/.../. (La cabeza inmortal es sin duda el falo, y su aniquilación es la castración.) Ahora bien, Hércules es también el liberador de Prometeo ***, el que mata al pájaro *** que le devora el hígado/.../. Prometeo *** -como la ley de los mongoles- había prohibido extinguir el fuego; Hércules lo consiente para el caso del incendio que amenaza infortunio. El segundo mito parece corresponder a la reacción de una época cultural más tardía frente a la ocasión de la conquista del fuego/.../", págs.173 a 177 T.XXII O.C. Amorr., B.Aires, 1979.

d) - Finalmente que en Las ruinas circulares Borges escriba:

"/.../lo prometieron *** algunos signos.
Primero (al cabo de una larga sequía)
una remota nube en un cerro, liviana
como un pájaro ***, pág.68 "Ficciones".

*** Las negritas y los subrayados son nuestros.

ANEXO

LECTURA SUBRAYADA (*) DE LAS RUINAS CIRCULARES DE JORGE LUIS BORGES

(Se incluye el texto mismo del cuento al sólo efecto de hacerse viable la comunicación de BORGES, CARROLL Y ÉL que sólo podría haber surgido en aquél).

"/.../ And if he* left off dreaming about you...

Trough the Looking-Glass*, VI

Nadie lo vio* desembarcar en la unánime noche, nadie vio* la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie* ignoraba que el hombre taciturno* venía del Sur* y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris* besó* el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular* que corona un tigre o caballo de piedra*, que tuvo alguna vez el color* del fuego* y ahora el de la ceniza*. Ese redondel* es un templo* que devoraron los incendios antiguos*, que la selva palúdica* ha profanado y cuyo dios* no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó* el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado, cerró los ojos* pálidos* y durmió*, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo* era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas* de otro templo* propicio, también de dioses incendiados y muertos*; sabía que su inmediata obligación era el sueño*. Hacia la medianoche lo despertó* el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño* y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapò con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar* un hombre: quería soñarlo* con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre* o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado*, porque era un mínimo de mundo visible*; la cercanía de los labradores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir* y soñar*.
Al principio los sueños* eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba* en el centro de un anfiteatro circular* que era de algún modo el templo incendiado*; nubes de alumnos taciturnos* fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia; los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia* y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño* y en la vigilia, considerabva las respuestas de sus fantasmas*, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches* comprenmdió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño*, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno*. Era un muchacho taciturno*, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador*. No lo desconcertó por mucho tiemplo la brusca eliminaciòn de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño* como de un desierto viscoso, miró* la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado*. Toda esa noche y todo el día, la iintolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzò entre la cicuta unas rachas de sueño débil*, veteadas fugazmente de visiones* de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas* de ira le quemaban los viejos ojos*.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños* es el más arduo que puede acomter un varón*, aunque penetre* todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación* que lo había desvíado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar* y casi acto continuo logró dormir* un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó* durante ese período, no reparó en los sueños*. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios*, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso* y durmió*. Casi inmediatamente, soñó* con un corazón que latía*.
Lo soñó* activo, caluroso, secreto, del grandor* de un puño cerrado, color granate* en la penumbra de un cuerpo humano aún sin cara ni sexo; con minucioso amor lo sóñó*, durante catorce* lúcidas noches*. Cada noche*, lo percibía* con mayor evidencia. No lo tocaba; se limitaba a atestiguarlo, a observarlo*, tal vez a corregirlo con la mirada*. Lo percibía*, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche* catorcena* rozò la artreria pulmonar con el índice y luego todo el* corazón*, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó* durante una noche*: luego retomó el* corazón*, invocó el* nombre* de un planeta* y emprendió la visión* de otro* de los órganos* principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó* un hombre íntegro*, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos*. Noche tras noche, el hombre lo soñaba* dormido*. En las cosmogonías* gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán* que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemmental como ese Adán de polvo* era el Adán de sueño* que las noches* del mago habìan fabricado. Una tarde, el hombre casí destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del rìo, se arrojó a los pies de la efigie* que tal vez era un tigre* y tal vez un potro*, e ilmplorò su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soño* con la estatua*. La soñó* viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro*, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad*. Ese múltiple dios* le reveló que su nombre terrenal* era Fuego*, que en ese templo* circular* (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que màgicamente animaría al fantasma soñado*, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego* mismo y el soñador*, lo pensaran un hombre de carne y hueso*. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviara al otro templo despedazado* cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño* del hombre que soñaba*, el soñado* se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego*. Intimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagògica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño*. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresiòn de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo*. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy*.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente-. Esa noche lo besó* por primera vez y lo envió al otro templo* cuyos despojos* blanquean río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre* como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje*.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra*, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares*, aguas abajo; de noche* no soñaba*, o soñaba* como lo hacen todos los hombres. Percibía* con cierta palidez* los sonidos y formas del universo: el hijo* ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado*; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron* dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo* del Nortre*, capaz de hollar el fuego* y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios*. Recordò que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego* era la única que sabía que su hijo* era un fantasma*. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre* ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo*, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas*.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron* algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos*. Las ruinas* del santuario del dios del fuego* fueron destruidas por el fuego*. En un alba sin pájaros el mago vio* cernirse contra los muros el incendio concéntrico*. Por un instante, pensó refugiarse* en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar* su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego*. Estos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustiòn. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo*. /.../" **.

  * El subrayado no pertenece al texto de "Las ruinas circulares".

** "Las ruinas circulares", págs.61 a 69 de "Ficciones", Alianza-Emecé, B.Aires, 1985.