Desplegando algunas connotaciones de la palabra
"interpretación", se intenta fundamentar ciertas opiniones del autor en cuanto
al quehacer psicoanalítico.
Ciencia y Psicoanálisis
¿Cómo ubicar nuestra tarea como psicoterapeutas y/o psicoanalistas?
Preguntémosle al Estado dónde podría ubicarse nuestro quehacer; quizás éste nos
responda a través del Código Penal que, en su artículo 366 entre las 'Faltas contra la
Propiedad", dice textualmente:
Art. 366 - Será castigado con 10 a 100 UR de multa o prisión equivalente;
1) El que con objeto de lucro interpretare sueños, hiciere pronósticos o adivinaciones, o abusare de la credulidad, de otra manera semejante.
Una parte de nuestro quehacer podría -aunque forzando un poco las
cosas- entrar en este artículo. El Estado no ve con buenos ojos la interpretación de los
sueños. El artículo anterior al mencionado, pena la hipnosis salvo "cuando el hecho
fuera realizado por un médico con un fin científico o terapéutico". Sí alguna vez
nos viéramos involucrados en aquella situación, podríamos defendernos alegando que lo
que hacemos es una ciencia.
¿Pero es una ciencia lo que hacemos?
Interroguemos nuevamente al Estado. En el nivel preuniversitario, ¿entre qué materias se
ubica el estudio de la mente? La respuesta la vivimos todos: la mente no se estudia entre
las ciencias, sino dentro de la ... Filosofía!!!
Preguntémosle a la ciencia, a la ciencia dura. Quizás nos respondería que para formar
parte de este selecto círculo, deberíamos presentar nuestros resultados según el
esquema habitual de presentaciones científicas (introducción, material y métodos,
resultados, etc.). Con el estilo ideal de la comunicación científica, donde la palabra
"yo" está prácticamente abolida y las vivencias, sentimientos y expectativas
del investigador están ausentes. El texto científico ideal carecería de sujeto, no
importaría quién lo hace: si "los hechos hablan por sí mismos", no precisan
entonces un vocero.
Luego de publicar nuestros resultados de esta forma, deberíamos esperar que nuestro
trabajo, al igual que todos los trabajos de esta. ciencia dura, sea replicado y verificado
por investigadores independientes, para recién después poder ser aceptado como
conocimiento válido.
Es obvio que la repetibilidad está ausente en nuestro quehacer y ello por la presencia de
la subjetividad, de dos subjetividades. En cuanto a la del paciente, no hay dos pacientes
iguales, no hay un paciente igual a sí mismo en dos momentos diferentes y aún en el
mismo momento, frente a dos observadores, reaccionará diferente frente a cada uno. Pero
lo que hoy interesa destacar más, es la subjetividad del terapeuta.
La "dureza" de las ciencias podría caricaturizarse calibrando la repetibilidad
y predictibilidad de los efectos de un golpe. En el área de la física, los efectos de un
golpe son casi cien por ciento predecibles y repetibles; podríamos saber exactamente
dónde irá a parar la piedra que golpeamos y, como lo sabe el golfista, podríamos
repetir el golpe llegado el caso, con casi idénticos resultados. En biología el
resultado del golpe es ya un poco menos predecible: el perro que golpeamos puede
amedrentarse, escapar o bien puede mordernos; la predicitibilidad disminuye. Repetir el
experimento con otro perro lleva a resultados inciertos. En el área de la psiquis, el
mismo golpe dado a una persona puede conducir desde a una pelea a un sometimiento, y a
veces quizás hasta un enamoramiento: "¡¡¡pegame que me gusta!!!"
A modo de conclusión, diríamos: si nuestro quehacer se trata de una ciencia, ésta es
una ciencia muy especial. Como en ella se trata de la subjetividad, entran en
consideración infinitas variables, imposibles de aislar las unas de las otras; sería a
lo sumo una ciencia "blanda", de escasa predictibilidad y ninguna repetibilidad.
En suma, pues, ni el Estado ni la ciencia "dura" nos incluirían con facilidad
entre lo "serio", lo científico y ello en buena medida por la dimensión
subjetiva de nuestro quehacer.
Interpretación paranoica interpretación psicoanalítica
También debe tener algún significado profundo el hecho que tanto
en español, francés e inglés, designemos con la misma palabra
"interpretación", a la actividad tanto del paranoico como la del psicoterapeuta
psicoanalítico. La confusión no se da en alemán donde "deutung" es claramente
diferente de "ínterpretation" y de "auslegung". De todos modos el
equívoco a que se presta el castellano, sirve para introducir un aspecto del tema de
nuestra actividad.
Si buscamos, podemos encontrar varias analogías entre ambos. Propongamos un ejercicio.
Pregunta: En la siguiente cita extraída de 'Psicopatología de la vida cotidiana",
X, ¿designa al psicoanalista o bien designa al paranoico?
"Un rasgo singular de los X es el de interpretar y utilizar como base de subsiguientes deducciones, dándoles gran importancia, los pequeños y triviales detalles que observan en la conducta de los demás ..." (Freud; Psicopatología de la vida cotidiana; B.N., t. IV, p. 916)
Hace dudar, sobre todo por el trabajo donde se origina la cita; pues
bien, X designa al paranoico. La razón de la comparación es la de resaltar en una
especie de razonamiento por el absurdo, cual es a mi juicio la postura analítica.
El paranoico se ubica en la postura del Saber, en el lugar de la Verdad (habría que
escribir un trabajo sobre el uso de las mayúsculas en los textos paranoicos), es lo que
le da el carácter dogmático a su presentación. Es desde ese lugar de Saber y Verdad que
interpreta. En realidad, la interpretación es tramposa porque el sentido de lo que
acontece preexiste al acontecimiento. Los acontecimientos de la realidad sólo sirven de
excusa para que ese sentido preexistente se encarne, cobre forma en algún dato de la
percepción. Dado que el sentido preexiste a los hechos y está albergado en el paranoico,
su escucha es dirigida, está orientada a la confirmación de ese sentido preexistente.
La postura nuestra es, o debería ser, diferente. No porque no nos guste la certeza, la
seguridad, sino porque el análisis personal, el trabajo clínico y la supervisión nos
han llevado (todos) a otro "lugar". Un lugar de no-saber, de incertidumbre,
donde los sentidos y significaciones no preexisten en nosotros a nuestra actividad, sino
que son a buscar -no necesariamente a encontrar. La significación sí está, está en el
objeto; no en nosotros, por ello la escucha es "flotante".
El paranoico busca excusas para seguir creyendo lo que cree, el analista interpreta sin un
significado a priori, tratando de encontrar un nexo entre lo manifiesto y lo latente.
La comparación sirve entonces para destacar en la subjetividad del analista una posición
de falta, de carencia (algo que puede evocar la castración simbólica), que es la que
posibilita su escucha.
A propósito de ello, no sólo el paranoico tiene una escucha dirigida; todos los
profesionales la tienen: el mecánico, el sanitario, el médico, escuchan buscando
"algo" significativo para su función.
El cardiólogo, por ejemplo, "sabe" qué parte de lo que le dice el paciente es
"pertinente" para su función; y sabe, además, que lo "pertinente" lo
puede recoger provocando las respuestas que necesita a través del interrogatorio directo.
Sabe también que gran parte de lo que le dirán no servirá a sus propósitos; por
cortesía puede escuchar, pero no está siendo cardiólogo mientras escucha lo "no
pertinente", por ejemplo, en las explicaciones que puede darse el paciente de sus
malestares. "¿Qué piensa de ese dolor", "¿qué se le ocurre de ese
malestar?", son preguntas que no tienen mayor sentido formuladas por el cardiólogo,
y que más bien serían alarmantes en el caso que se formularan. La probable respuesta
sería: "¡Que importa lo que yo pienso; ¿qué piensa usted?"
Otros profesionales tienen, entonces, una escucha orientada por un fin;
"quieren" y "necesitan" escuchar ciertas cosas, un "sí", o
un "no" que cierren el proceso diagnóstico.
El psicoterapeuta no "quiere" ni "necesita" nada, nada concreto al
menos. Tampoco sabemos qué aspecto de discurso será "pertinente", qué
"parte" será significativa y qué "parte" será sólo
"ruido". Tanto no lo sabemos que no seleccionamos de los cuadernos de nuestros
pacientes, pasajes, trozos, deshaciéndonos del resto, sino que a veces los conservamos
durante años, sin animarnos a desecharlos, con la idea quizás que un retorno a los
mismos nos traiga nuevos esclarecimientos. Pero el hecho que no orientemos el discurso,
que no lo detengamos, que escuchemos "todo" con pareja atención, no quiere
decir que seamos competentes en todo, sino más bien que no sabemos cómo delimitar
nuestra competencia. Nuestra escucha es abierta, no por ser más comprensiva o más
abarcativa, sino por ser incapaz de especificarse.
Como interpretamos desde el no saber, nuestras intervenciones tienen el carácter de la
hipótesis, del interrogante y no de la afirmación, del fallo (judicial).
Ahora bien, la realidad es que tanto los pacientes como los supervisandos, y nosotros
mismos en esos papeles, no nos avenimos bien con la idea de que el otro, uno, no sepa, no
garantice a priori el hallazgo de la significación.
Es lo que encierran las eternas preguntas siempre implícitas y a veces explicitadas:
"¿qué le parece, Doctor?", "¿qué hago?" o los pedidos:
"dígame algo (de esto que le estoy relatando), "¿no me va a decir nada?"
En la supervisión: "¿qué le digo?", "¿qué le tendría que haber
dicho?"
La pregunta implícita repetida hora a hora en el consultorio puede llevarnos a la
peligrosa situación de creer en algún momento que realmente "sabemos" (al
estilo dogmático paranoico) lo que realmente es "mejor" para el paciente, para
el supervisando. Resumiendo, pues, éste es uno de los aspectos de la subjetividad en la
tarea analítica; un no-saber-a priorí, que es el que posibilita nuestra escucha
"flotante".
Interpretación como comunicación de sentidos
La interpretación puede abordarse también comparándola con otras
actividades y procesos que tiene que ver con la búsqueda y comunicación de sentidos.
De lo más elemental a lo más complejo, podemos distinguir así:
Transportador: traspasa o entrega exactamente la misma información que recibió, sin
ninguna modificación. El mejor ejemplo, es el cartero que transporta la misiva cerrada y
la entrega sin hacerle nada al contenido; cuando la función se cumple eficientemente, la
subjetividad está ausente.
Transformador: modifica la forma del mensaje, pero se supone que no cambia su
contenido. El mejor ejemplo es el del taquígrafo que transforma lo sonoro en signos
taquígrafos y éstos en palabras escritas a máquina. No hay garantías que la
subjetividad del transformador no influya en el contenido del mensaje; por eso las actas
se revisan y recién después se aprueban. En la supervisión actuamos en buena medida
como transformadores por lo menos del texto de la sesión. Se pierden el tono, la
prosodia, la vivencia, los tiempos, los silencios. Aún así es dudoso que seamos fieles
transformadores aunque esto parece no importarnos. No usamos transformadores- más fieles
(cassettes, videocassettes, etc.), porque allí tampoco está la "totalidad".
En esta función, cada vez que "aparece" la subjetividad, el resultado es
pernicioso, a veces mortal. A propósito de la irrupción de la subjetividad del
transformador, vale la pena recordar un episodio histórico, que dio lugar a una
película. Luego del asesinato de Venancio Flores, el Jefe de Policía de Montevideo
telegrafió a los jefes políticos de diferentes localidades del interior el siguiente
mensaje: "Mataron a Venancio Flores, reúna a su gente y véngase". En un
Departamento, el telegrafista transformó el mensaje en: "Mataron a Venancio
Flores, reúna a su gente y vénguese", con los resultados que son del caso
suponer.
Los procesadores modifican la forma y el contenido de la información, pero lo
hacen de un modo rutinario, convencional, mecánico. Por ejemplo, el contador que recibe
datos sobre débitos y créditos y los reordena para crear un balance, una declaración de
impuestos. Es lo que hacemos cuando en lugar de detallar los datos de un paciente, hacemos
una especie de resumen diagnóstico.
Las expresiones corrientes: "un discurso obsesivo", "un comportamiento
histérico", suponen que quien escuchara o presenciara ciertos comportamientos
procesaría los datos de la entrevista de modo de llegar a la misma conclusión.
Hasta aquí lo subjetivo tiene poco alcance; a lo sumo un alcance
negativo del cual habría que precaverse; cuanto menos subjetividad en estos niveles,
mejor.
El próximo paso es el del intérprete que cambia forma y contenido y agrega dentro
de ciertos límites marcados por su pericia, toda la creatividad que su dimensión
subjetiva (conocimientos, imaginación, intuición, etc.) le permite para reestablecer el
significado que supuestamente tenía el mensaje inicial, el contenido inicial. Aquí
conviene distinguir entre el intérprete propiamente dicho y el traductor.
Del último se espera una participación subjetiva menor, que su proceder se acerque más
al del procesador. Del primero, se espera una participación activa, creadora de sentido,
no un sentido arbitrario, sino el sentido que estaba en el mensaje original pero que
sería intraducible. Por ejemplo para traducir la expresión inglesa "to kick the
bucket" deberíamos decir en español "estirar la pata" y no "patear
el canasto"
El dicho "Tradutore,- traditore" encierra dos enseñanzas: primero la
advertencia respecto a los peligros de la subjetividad (no controlada) en quien intermedia
en el transporte de sentidos. Es además un ejemplo de lo intraducible: el impacto
afectivo y el efecto semántico que se logra al cambiar una sola letra: una "u"
por una "i" no se recoge al traducir: "el traductor es un traidor".
Otro ejemplo, selbstgefühl es traducida por "sentimiento de sí"
(2), literal, pero no tan expresiva como "autoestima"(3) que nos
acerca más al narcisismo. Lo inverso se da con "trieb"; el instinto(4)
insta, la pulsión (5) pulsa y siempre se insta a algo concreto, concretud que no se
encuentra en el pulsar.
Como vemos, el traductor/íntérprete según sus elecciones, agrega o quita sentido a lo
original. ¿Cuánto de subjetividad agregamos al material del paciente para llegar a
formular una interpretación? Se espera que mucho y también se espera que eso que
agregamos no distorsione, sino que recree el sentido original del material, allí ingresa
entonces nuevamente el aspecto subjetivo que, como vemos, no sólo es inevitable sino
imprescindible.
En resumen, como intérpretes estamos llamados a agregar mucha subjetividad -controlada- al material. Así como Etcheverry y López Ballesteros en los ejemplos que anotamos nos dan dos versiones diferentes del texto freudiano, dos intérpretes cualesquiera casi seguramente hagan interpretaciones diferentes del mismo material: lo que se subraya, lo que se omite, lo que se simplifica o generaliza, etc., dará lugar a versiones interpretativas diferentes, lo cual nos aparece como no subsanable.
Otras significaciones de "interpretar"
Por último, otra connotación de la interpretación viene dada por
el uso de las palabras "intérprete" e "interpretación". En otros
contextos (música, teatro, cine, canto), nos referimos como intérpretes a los que
interpretan roles, partituras, etc.
Aquí es donde se vería más claro la importancia de la dimensión subjetiva del
intérprete, del interpretar y de la interpretación. Más allá del director, es
diferente Hamlet interpretada por Sir Lawrence Olívier o por Mel Gibson; ambos
interpretan diferente el rol. Interpretar aquí quiere decir que lo juegan, pero para
jugarlo antes tienen que "interpretar" lo que el director y antes que él, el
autor quiere/quiso que representaran. Tiene que "meterse en el personaje",
"interpretar" qué es lo que el personaje significa, representa y debe
transmitir.
Esto es lo que explica que no nos asombremos ni nos llame la atención que alguien no nos
acompañe al cine. "Ya la vi", nos parece razón suficiente para no ir
nuevamente. La excusa no sirve en teatro, música, canto; la misma pieza será
interpretada por dos personas diferentes y aún cuando sea la misma, de una
representación a otra el intérprete cambia como persona, por ello se puede oír al mismo
músico en dos de sus giras sin el sentimiento de lo repetido, o ver dos versiones
teatrales de la misma obra. Algo parecido sucede aún con las películas, sólo que en
este caso los que cambiamos somos nosotros y por ello la podemos interpretar diferente;
desde el banal "mirá que joven que ésta" (que en buen romance quiere decir
"qué viejos que estamos"), pasando por los errores de nuestra memoria, hasta la
nueva subjetividad con que vemos hoy el film de ayer.
Lo que se quiso expresar, entonces, es que la palabra interpretación y nuestra función
de intérpretes, implica una dimensión subjetiva caracterizada entre otras, por una
postura de no saber a priorí, de búsqueda que a pesar del equívoco, nos aleja del
conocimiento dogmático paranoico;.la necesidad de agregar algo nuestro (imaginación,
conocimientos, intuición, etc.) al material del paciente, para "redondear" un
sentido; y que así como no es lo mismo un actor que otro, un músico que otro, dos
analistas no pueden ni deberían interpretar forzosamente lo mismo ante el mismo material.
Notas :
1 Versión ligeramente modificada de una exposición realizada en
A.U.DE P.P. en 1993.
2 Traducción de J. L. Etcheverry (Amorrortu)
3 Traducción de L. López Ballestero (Biblioteca Nueva)
4 Traducción de L. López Ballestero (Biblioteca Nueva)
5 Traducción de J. L. Etcheverry (Amorrortu)
Bibliografía
En la confección de este trabajo no se siguieron autores específicos; sin embargo, puede ser de utilidad la lectura de:
WATZLAWICK Paul. Teoría de la comunicación humana. Ed. Herder,
Barcelona, España, 1981.
LANTERI LAURA G. Psychologie pathologique. Encyclopedie Médico Chirurgicale, Psychiatrie,
T. 1, fascículo 37032 C10 Paris 1968.
CARRETERO M., GARCIA MADRUGA J. (compiladores) Lecturas de psicología del pensamiento.
Alianza Editorial, Madrid, 1984.