Interpretación y subjetividad (1)
Enrique Gratadoux

Desplegando algunas connotaciones de la palabra "interpretación", se intenta fundamentar ciertas opiniones del autor en cuanto al quehacer psicoanalítico.
Ciencia y Psicoanálisis
¿Cómo ubicar nuestra tarea como psicoterapeutas y/o psicoanalistas?
Preguntémosle al Estado dónde podría ubicarse nuestro quehacer; quizás éste nos responda a través del Código Penal que, en su artículo 366 entre las 'Faltas contra la Propiedad", dice textualmente:

Art. 366 - Será castigado con 10 a 100 UR de multa o prisión equivalente;

1) El que con objeto de lucro interpretare sueños, hiciere pronósticos o adivinaciones, o abusare de la credulidad, de otra manera semejante.

Una parte de nuestro quehacer podría -aunque forzando un poco las cosas- entrar en este artículo. El Estado no ve con buenos ojos la interpretación de los sueños. El artículo anterior al mencionado, pena la hipnosis salvo "cuando el hecho fuera realizado por un médico con un fin científico o terapéutico". Sí alguna vez nos viéramos involucrados en aquella situación, podríamos defendernos alegando que lo que hacemos es una ciencia.
¿Pero es una ciencia lo que hacemos?
Interroguemos nuevamente al Estado. En el nivel preuniversitario, ¿entre qué materias se ubica el estudio de la mente? La respuesta la vivimos todos: la mente no se estudia entre las ciencias, sino dentro de la ... Filosofía!!!
Preguntémosle a la ciencia, a la ciencia dura. Quizás nos respondería que para formar parte de este selecto círculo, deberíamos presentar nuestros resultados según el esquema habitual de presentaciones científicas (introducción, material y métodos, resultados, etc.). Con el estilo ideal de la comunicación científica, donde la palabra "yo" está prácticamente abolida y las vivencias, sentimientos y expectativas del investigador están ausentes. El texto científico ideal carecería de sujeto, no importaría quién lo hace: si "los hechos hablan por sí mismos", no precisan entonces un vocero.
Luego de publicar nuestros resultados de esta forma, deberíamos esperar que nuestro trabajo, al igual que todos los trabajos de esta. ciencia dura, sea replicado y verificado por investigadores independientes, para recién después poder ser aceptado como conocimiento válido.
Es obvio que la repetibilidad está ausente en nuestro quehacer y ello por la presencia de la subjetividad, de dos subjetividades. En cuanto a la del paciente, no hay dos pacientes iguales, no hay un paciente igual a sí mismo en dos momentos diferentes y aún en el mismo momento, frente a dos observadores, reaccionará diferente frente a cada uno. Pero lo que hoy interesa destacar más, es la subjetividad del terapeuta.
La "dureza" de las ciencias podría caricaturizarse calibrando la repetibilidad y predictibilidad de los efectos de un golpe. En el área de la física, los efectos de un golpe son casi cien por ciento predecibles y repetibles; podríamos saber exactamente dónde irá a parar la piedra que golpeamos y, como lo sabe el golfista, podríamos repetir el golpe llegado el caso, con casi idénticos resultados. En biología el resultado del golpe es ya un poco menos predecible: el perro que golpeamos puede amedrentarse, escapar o bien puede mordernos; la predicitibilidad disminuye. Repetir el experimento con otro perro lleva a resultados inciertos. En el área de la psiquis, el mismo golpe dado a una persona puede conducir desde a una pelea a un sometimiento, y a veces quizás hasta un enamoramiento: "¡¡¡pegame que me gusta!!!"
A modo de conclusión, diríamos: si nuestro quehacer se trata de una ciencia, ésta es una ciencia muy especial. Como en ella se trata de la subjetividad, entran en consideración infinitas variables, imposibles de aislar las unas de las otras; sería a lo sumo una ciencia "blanda", de escasa predictibilidad y ninguna repetibilidad.
En suma, pues, ni el Estado ni la ciencia "dura" nos incluirían con facilidad entre lo "serio", lo científico y ello en buena medida por la dimensión subjetiva de nuestro quehacer.

Interpretación paranoica interpretación psicoanalítica

También debe tener algún significado profundo el hecho que tanto en español, francés e inglés, designemos con la misma palabra "interpretación", a la actividad tanto del paranoico como la del psicoterapeuta psicoanalítico. La confusión no se da en alemán donde "deutung" es claramente diferente de "ínterpretation" y de "auslegung". De todos modos el equívoco a que se presta el castellano, sirve para introducir un aspecto del tema de nuestra actividad.
Si buscamos, podemos encontrar varias analogías entre ambos. Propongamos un ejercicio.
Pregunta: En la siguiente cita extraída de 'Psicopatología de la vida cotidiana", X, ¿designa al psicoanalista o bien designa al paranoico?

"Un rasgo singular de los X es el de interpretar y utilizar como base de subsiguientes deducciones, dándoles gran importancia, los pequeños y triviales detalles que observan en la conducta de los demás ..." (Freud; Psicopatología de la vida cotidiana; B.N., t. IV, p. 916)

Hace dudar, sobre todo por el trabajo donde se origina la cita; pues bien, X designa al paranoico. La razón de la comparación es la de resaltar en una especie de razonamiento por el absurdo, cual es a mi juicio la postura analítica.
El paranoico se ubica en la postura del Saber, en el lugar de la Verdad (habría que escribir un trabajo sobre el uso de las mayúsculas en los textos paranoicos), es lo que le da el carácter dogmático a su presentación. Es desde ese lugar de Saber y Verdad que interpreta. En realidad, la interpretación es tramposa porque el sentido de lo que acontece preexiste al acontecimiento. Los acontecimientos de la realidad sólo sirven de excusa para que ese sentido preexistente se encarne, cobre forma en algún dato de la percepción. Dado que el sentido preexiste a los hechos y está albergado en el paranoico, su escucha es dirigida, está orientada a la confirmación de ese sentido preexistente.
La postura nuestra es, o debería ser, diferente. No porque no nos guste la certeza, la seguridad, sino porque el análisis personal, el trabajo clínico y la supervisión nos han llevado (todos) a otro "lugar". Un lugar de no-saber, de incertidumbre, donde los sentidos y significaciones no preexisten en nosotros a nuestra actividad, sino que son a buscar -no necesariamente a encontrar. La significación sí está, está en el objeto; no en nosotros, por ello la escucha es "flotante".
El paranoico busca excusas para seguir creyendo lo que cree, el analista interpreta sin un significado a priori, tratando de encontrar un nexo entre lo manifiesto y lo latente.
La comparación sirve entonces para destacar en la subjetividad del analista una posición de falta, de carencia (algo que puede evocar la castración simbólica), que es la que posibilita su escucha.
A propósito de ello, no sólo el paranoico tiene una escucha dirigida; todos los profesionales la tienen: el mecánico, el sanitario, el médico, escuchan buscando "algo" significativo para su función.
El cardiólogo, por ejemplo, "sabe" qué parte de lo que le dice el paciente es "pertinente" para su función; y sabe, además, que lo "pertinente" lo puede recoger provocando las respuestas que necesita a través del interrogatorio directo. Sabe también que gran parte de lo que le dirán no servirá a sus propósitos; por cortesía puede escuchar, pero no está siendo cardiólogo mientras escucha lo "no pertinente", por ejemplo, en las explicaciones que puede darse el paciente de sus malestares. "¿Qué piensa de ese dolor", "¿qué se le ocurre de ese malestar?", son preguntas que no tienen mayor sentido formuladas por el cardiólogo, y que más bien serían alarmantes en el caso que se formularan. La probable respuesta sería: "¡Que importa lo que yo pienso; ¿qué piensa usted?"
Otros profesionales tienen, entonces, una escucha orientada por un fin; "quieren" y "necesitan" escuchar ciertas cosas, un "sí", o un "no" que cierren el proceso diagnóstico.
El psicoterapeuta no "quiere" ni "necesita" nada, nada concreto al menos. Tampoco sabemos qué aspecto de discurso será "pertinente", qué "parte" será significativa y qué "parte" será sólo "ruido". Tanto no lo sabemos que no seleccionamos de los cuadernos de nuestros pacientes, pasajes, trozos, deshaciéndonos del resto, sino que a veces los conservamos durante años, sin animarnos a desecharlos, con la idea quizás que un retorno a los mismos nos traiga nuevos esclarecimientos. Pero el hecho que no orientemos el discurso, que no lo detengamos, que escuchemos "todo" con pareja atención, no quiere decir que seamos competentes en todo, sino más bien que no sabemos cómo delimitar nuestra competencia. Nuestra escucha es abierta, no por ser más comprensiva o más abarcativa, sino por ser incapaz de especificarse.
Como interpretamos desde el no saber, nuestras intervenciones tienen el carácter de la hipótesis, del interrogante y no de la afirmación, del fallo (judicial).
Ahora bien, la realidad es que tanto los pacientes como los supervisandos, y nosotros mismos en esos papeles, no nos avenimos bien con la idea de que el otro, uno, no sepa, no garantice a priori el hallazgo de la significación.
Es lo que encierran las eternas preguntas siempre implícitas y a veces explicitadas: "¿qué le parece, Doctor?", "¿qué hago?" o los pedidos: "dígame algo (de esto que le estoy relatando), "¿no me va a decir nada?" En la supervisión: "¿qué le digo?", "¿qué le tendría que haber dicho?"
La pregunta implícita repetida hora a hora en el consultorio puede llevarnos a la peligrosa situación de creer en algún momento que realmente "sabemos" (al estilo dogmático paranoico) lo que realmente es "mejor" para el paciente, para el supervisando. Resumiendo, pues, éste es uno de los aspectos de la subjetividad en la tarea analítica; un no-saber-a priorí, que es el que posibilita nuestra escucha "flotante".

Interpretación como comunicación de sentidos

La interpretación puede abordarse también comparándola con otras actividades y procesos que tiene que ver con la búsqueda y comunicación de sentidos.
De lo más elemental a lo más complejo, podemos distinguir así:

Transportador
: traspasa o entrega exactamente la misma información que recibió, sin ninguna modificación. El mejor ejemplo, es el cartero que transporta la misiva cerrada y la entrega sin hacerle nada al contenido; cuando la función se cumple eficientemente, la subjetividad está ausente.
Transformador: modifica la forma del mensaje, pero se supone que no cambia su contenido. El mejor ejemplo es el del taquígrafo que transforma lo sonoro en signos taquígrafos y éstos en palabras escritas a máquina. No hay garantías que la subjetividad del transformador no influya en el contenido del mensaje; por eso las actas se revisan y recién después se aprueban. En la supervisión actuamos en buena medida como transformadores por lo menos del texto de la sesión. Se pierden el tono, la prosodia, la vivencia, los tiempos, los silencios. Aún así es dudoso que seamos fieles transformadores aunque esto parece no importarnos. No usamos transformadores- más fieles (cassettes, videocassettes, etc.), porque allí tampoco está la "totalidad".
En esta función, cada vez que "aparece" la subjetividad, el resultado es pernicioso, a veces mortal. A propósito de la irrupción de la subjetividad del transformador, vale la pena recordar un episodio histórico, que dio lugar a una película. Luego del asesinato de Venancio Flores, el Jefe de Policía de Montevideo telegrafió a los jefes políticos de diferentes localidades del interior el siguiente mensaje: "Mataron a Venancio Flores, reúna a su gente y véngase". En un Departamento, el telegrafista transformó el mensaje en: "Mataron a Venancio Flores, reúna a su gente y vénguese", con los resultados que son del caso suponer.
Los procesadores modifican la forma y el contenido de la información, pero lo hacen de un modo rutinario, convencional, mecánico. Por ejemplo, el contador que recibe datos sobre débitos y créditos y los reordena para crear un balance, una declaración de impuestos. Es lo que hacemos cuando en lugar de detallar los datos de un paciente, hacemos una especie de resumen diagnóstico.
Las expresiones corrientes: "un discurso obsesivo", "un comportamiento histérico", suponen que quien escuchara o presenciara ciertos comportamientos procesaría los datos de la entrevista de modo de llegar a la misma conclusión.

Hasta aquí lo subjetivo tiene poco alcance; a lo sumo un alcance negativo del cual habría que precaverse; cuanto menos subjetividad en estos niveles, mejor.
El próximo paso es el del intérprete que cambia forma y contenido y agrega dentro de ciertos límites marcados por su pericia, toda la creatividad que su dimensión subjetiva (conocimientos, imaginación, intuición, etc.) le permite para reestablecer el significado que supuestamente tenía el mensaje inicial, el contenido inicial. Aquí conviene distinguir entre el intérprete propiamente dicho y el traductor. Del último se espera una participación subjetiva menor, que su proceder se acerque más al del procesador. Del primero, se espera una participación activa, creadora de sentido, no un sentido arbitrario, sino el sentido que estaba en el mensaje original pero que sería intraducible. Por ejemplo para traducir la expresión inglesa "to kick the bucket" deberíamos decir en español "estirar la pata" y no "patear el canasto"
El dicho "Tradutore,- traditore" encierra dos enseñanzas: primero la advertencia respecto a los peligros de la subjetividad (no controlada) en quien intermedia en el transporte de sentidos. Es además un ejemplo de lo intraducible: el impacto afectivo y el efecto semántico que se logra al cambiar una sola letra: una "u" por una "i" no se recoge al traducir: "el traductor es un traidor".
Otro ejemplo, selbstgefühl es traducida por "sentimiento de sí" (2), literal, pero no tan expresiva como "autoestima"(3) que nos acerca más al narcisismo. Lo inverso se da con "trieb"; el instinto(4) insta, la pulsión (5) pulsa y siempre se insta a algo concreto, concretud que no se encuentra en el pulsar.
Como vemos, el traductor/íntérprete según sus elecciones, agrega o quita sentido a lo original. ¿Cuánto de subjetividad agregamos al material del paciente para llegar a formular una interpretación? Se espera que mucho y también se espera que eso que agregamos no distorsione, sino que recree el sentido original del material, allí ingresa entonces nuevamente el aspecto subjetivo que, como vemos, no sólo es inevitable sino imprescindible.

En resumen, como intérpretes estamos llamados a agregar mucha subjetividad -controlada- al material. Así como Etcheverry y López Ballesteros en los ejemplos que anotamos nos dan dos versiones diferentes del texto freudiano, dos intérpretes cualesquiera casi seguramente hagan interpretaciones diferentes del mismo material: lo que se subraya, lo que se omite, lo que se simplifica o generaliza, etc., dará lugar a versiones interpretativas diferentes, lo cual nos aparece como no subsanable.

Otras significaciones de "interpretar"

Por último, otra connotación de la interpretación viene dada por el uso de las palabras "intérprete" e "interpretación". En otros contextos (música, teatro, cine, canto), nos referimos como intérpretes a los que interpretan roles, partituras, etc.
Aquí es donde se vería más claro la importancia de la dimensión subjetiva del intérprete, del interpretar y de la interpretación. Más allá del director, es diferente Hamlet interpretada por Sir Lawrence Olívier o por Mel Gibson; ambos interpretan diferente el rol. Interpretar aquí quiere decir que lo juegan, pero para jugarlo antes tienen que "interpretar" lo que el director y antes que él, el autor quiere/quiso que representaran. Tiene que "meterse en el personaje", "interpretar" qué es lo que el personaje significa, representa y debe transmitir.
Esto es lo que explica que no nos asombremos ni nos llame la atención que alguien no nos acompañe al cine. "Ya la vi", nos parece razón suficiente para no ir nuevamente. La excusa no sirve en teatro, música, canto; la misma pieza será interpretada por dos personas diferentes y aún cuando sea la misma, de una representación a otra el intérprete cambia como persona, por ello se puede oír al mismo músico en dos de sus giras sin el sentimiento de lo repetido, o ver dos versiones teatrales de la misma obra. Algo parecido sucede aún con las películas, sólo que en este caso los que cambiamos somos nosotros y por ello la podemos interpretar diferente; desde el banal "mirá que joven que ésta" (que en buen romance quiere decir "qué viejos que estamos"), pasando por los errores de nuestra memoria, hasta la nueva subjetividad con que vemos hoy el film de ayer.
Lo que se quiso expresar, entonces, es que la palabra interpretación y nuestra función de intérpretes, implica una dimensión subjetiva caracterizada entre otras, por una postura de no saber a priorí, de búsqueda que a pesar del equívoco, nos aleja del conocimiento dogmático paranoico;.la necesidad de agregar algo nuestro (imaginación, conocimientos, intuición, etc.) al material del paciente, para "redondear" un sentido; y que así como no es lo mismo un actor que otro, un músico que otro, dos analistas no pueden ni deberían interpretar forzosamente lo mismo ante el mismo material.



Notas :

1 Versión ligeramente modificada de una exposición realizada en A.U.DE P.P. en 1993.
2 Traducción de J. L. Etcheverry (Amorrortu)
3 Traducción de L. López Ballestero (Biblioteca Nueva)
4 Traducción de L. López Ballestero (Biblioteca Nueva)
5 Traducción de J. L. Etcheverry (Amorrortu)

 

Bibliografía

En la confección de este trabajo no se siguieron autores específicos; sin embargo, puede ser de utilidad la lectura de:

WATZLAWICK Paul. Teoría de la comunicación humana. Ed. Herder, Barcelona, España, 1981.
LANTERI LAURA G. Psychologie pathologique. Encyclopedie Médico Chirurgicale, Psychiatrie, T. 1, fascículo 37032 C10 Paris 1968.
CARRETERO M., GARCIA MADRUGA J. (compiladores) Lecturas de psicología del pensamiento. Alianza Editorial, Madrid, 1984.