El deseo parental. El ayer y hoy de una construcción compleja.1
Elina Carril


Introducción

En las últimas décadas del siglo XX, se han producido importantes cambios en los procesos de subjetivacion de varones y mujeres, producto de las modificaciones sociales y culturales de los lugares, funciones y prácticas tradicionalmente asignados. Esta afirmación, supone el alineamiento teórico con aquellos postulados, que sostienen que la subjetividad se construye en un contexto social histórico, en el cual además de las representaciones imaginarias hegemónicas, coexisten y se disputan la producción de significación, las representaciones que aparecen como alternativas. Como sostiene Castoriadis (1988), la sociedad no es un todo homogéneo, sino un magma de significaciones imaginarias, en el que existen diversos sectores. Cada sujeto, está precedido aún antes de su nacimiento, de un universo simbólico propio de la sub cultura de la cual emerge. Ese universo simbólico, propone valores y creencias, que se incorporarán al sistema de ideales del yo del sujeto. Las representaciones acerca del género, forman parte de ese sistema de ideales, que incluyen las prescripciones y prohibiciones acerca de lo esperado para cada uno de los géneros, y que incluyen las representaciones acerca de la maternidad y la paternidad. Estas representaciones tradicionales y hegemónicas, coexisten con otras alternativas, no sólo en el cuerpo social, sino dentro de la propia subjetividad.
La complejidad de la constitución de la subjetividad, hace necesaria entonces, el recurso a diferentes disciplinas, y asimismo utilizar un paradigma que no recurra a explicaciones simplificantes, sino que incluya la complejidad (Morin, 1994). En el campo específico del psicoanálisis y género, no podemos dejar de considerar la multidimensionalidad del ser humano en tanto unidad biológica, cultural y psicológica. Tampoco debemos perder el punto de vista de que es parte de una cultura y al mismo tiempo, productor de esa cultura, que es objeto y sujeto. El observador mismo, sujetado a sus propias pautas culturales, está incapacitado para ser un investigador totalmente objetivo. Cada nuevo conocimiento, a la vez que devela, va creando nuevos interrogantes generadores de incertidumbre, de incapacidad para lograr la certeza o de formular una ley general. (Allegue; Carril, 2000) Desde esta perspectiva, el entrecruzamiento de los Estudios de Género con la teoría psicoanalítica, lejos de significar una simplificación reduccionista, agregan una nueva mirada que complejiza aún más, la comprensión de la subjetividad.(Allegue, Carril; 2000)
Me propongo establecer algunas líneas que permitan pensar, cuál puede ser el lugar psíquico que un hijo ocupa para los varones y mujeres tradicionales, comparándolos a los que podríamos llamar, siguiendo una categoría propuesta por Irene Meler(1998, 2000), como "innovadores". En ellos buscaré qué madre se construye - qué deseo de madre en contraposición a un modelo de actividad exclusiva- y qué deseo de padre se construye - en contraposición a un modelo de padre ausente y alejado de las prácticas de crianza.
¿Qué entendemos por decisiones reproductivas? Sería el cómo(quiero ser padre o madre), con quién quiero tener hijos, cuántos quiero tener, y cuándo.
En tanto psicoanalista sostendré que, detrás de estas decisiones, siempre están presentes determinantes inconscientes, resultantes de las circunstancias histórico biográficas de cada quien, y de aquellas provenientes del contexto histórico social, que a través de los procesos identificatorios forman parte del bagaje intrapsíquico. En tanto teoría que da cuenta del inconsciente, el psicoanálisis puede aportar no tanto a la comprensión de las decisiones en sí, es decir al deseo consciente, la voluntad de tener un hijo y/o en el número de éstos, sino qué representa, qué significación inconsciente, subyace a las decisiones acerca de tener o no tener hijos.
Necesariamente haré generalizaciones, con el sólo propósito de facilitar la comprensión, a sabiendas que los conjuntos a los que me referiré no son homogéneos y que, precisamente tomando en cuenta la complejidad de la temática, habría que incorporar para realizar un estudio más refinado, otras variables y/o dimensiones tales como la clase social, la etnia, la edad, niveles de educación, etc. Me estaré refiriendo entonces, fundamentalmente a mujeres y varones de clase media urbana, cuyos proyectos de vida y prácticas de sí permiten incluirlos en la categoría de innovadores o posmodernos.

Amor maternal, amor paternal..

Ph. Ariés (1973) en un trabajo ya clásico, muestra cómo la indiferencia materna ante los bebés caracterizaba a la sociedad tradicional. E. Shorter,(1977) por su parte, agrega que este desasimiento emocional, que en la nobleza europea fue paulatinamente desapareciendo, persistió en las clases bajas hasta fines del siglo XVIII o principios del siglo XIX, llegando en algunos sectores y regiones, a perdurar hasta bien entrado el siglo XIX . El ejercicio maternal entendido como un conjunto de prácticas basadas fundamentalmente en el afecto que se supone emana de la biología y que conlleva necesariamente el sacrificio, el altruismo y el renunciamiento a los logros personales, tuvo su máxima expresión desde mediados del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX (I. Badinter, 1980) y perdura hasta nuestros días en los sectores más tradicionales.
Si bien siempre ha existido un afecto residual entre madre e hijo, producto de la relación biológica, sostiene Shorter que hubo un cambio en la prioridad que ocupó el niño en la jerarquía racional de valores de la madre. Aunque en la sociedad tradicional la madre había sido preparada para tener muchas consideraciones - casi todas ellas vinculadas a la desesperante tarea por sobrevivir- más allá del bienestar del niño, en la sociedad moderna el niño ha llegado a tener una importancia suprema: para una madre, ningún interés puede sobreponerse al bienestar de su hijo. Esta premisa conlleva ideales de sacrificio y altruismo, que se incorporan al sistema de ideales y marca los imperativos éticos y de cuidados del superyó femenino. La psicoanalista argentina Irene Meler dice:
(...)" la exigencia materna desmesurada se comprende si se relaciona la magnitud de la renuncia requerida a las mujeres, en cuanto a la autonomía y el despliegue pulsional, así como respecto de gratificaciones narcisistas que no deriven del ejercicio de la maternidad"2
La maternidad como actividad exclusiva y privilegiada, promueve que el lugar psíquico de ese hijo tenga una dimensión narcisista. Para las mujeres para quienes la maternidad ha sido la mayor o única fuente de gratificación narcisista, los hijos son representados en ocasiones como productos propios, retoños de su propio deseo, hijos partogenéticos. El papel del hombre en la gestación, admitido racionalmente, queda luego desvirtuado a través de las producciones inconscientes que develan fantasías de autogestación. "Este va a ir adonde yo vaya, porque es mío", decía una paciente embarazada mientras se tocaba su vientre, aludiendo a un lazo sustentado en la biología, pero que trasciende la misma. La madre como única fuente de cuidados y sustento, ha promovido la creencia de que el hijo es de su propiedad. Sólo ella sabe mejor y más que nadie, sobre los requerimientos y necesidades de su cría, porque la naturaleza así lo ha dispuesto.
Algunos discursos psicoanalíticos, han reforzado estas creencias ilusorias. Así, Phillipe Julien, psicoanalista de orientación lacaniana, sostiene:
"En efecto. ¿qué hay mejor en el mundo para un hijo que el amor de la madre? Ella posee una intuición que proviene al mismo tiempo del corazón y de la experiencia física de la gestación, del parto y de la lactancia. Tiene un saber que ningún hombre, ni siquiera el mejor del mundo, podría verdaderamente reemplazar o imaginar. Es por ello, que si el padre es eminentemente intercambiable en su papel de educador, la madre, por el contrario, no lo es y no puede ser reemplazada por el padre)"3
La teoría psicoanalítica ha caracterizado y puesto el énfasis fundamentalmente en el deseo de las mujeres de ser madres, extrayendo estas conceptualizaciones sobre un modelo de mujer, cuyo ideal prevalente era la maternidad y con un alto grado de sexualidad reprimida. Los hijos como prolongaciones narcisistas o como sucedáneos eróticos, tal como lo describe Freud han sido - y aún lo son- un observable frecuente, en la clínica, pero tal descripción no puede hacernos perder de vista las condiciones de subjetivación.
La sangre o la continuidad de un linaje parecían ser en las épocas premodernas, aquello sobre lo que se asentaba la paternidad. Desde mediados del siglo XIX la sociedad industrial le imprime nuevas características a la familia. Los hombres se ven forzados a trabajar todo el día y el contacto entre los padres urbanos y los hijos se reduce considerablemente. Se impone de hecho, una profundización entre el espacio público y el privado, quedando los hombres como soberanos del público y las mujeres del privado. El modelo hegemónico de masculinidad, incluye la producción de un padre y marido proveedor y ejecutor de la ley.
El padre de la Modernidad, a la importancia de la transmisión del apellido, le agrega el amor por la madre: el hijo es fruto de éste. Pero este ejercicio de la paternidad ha estado ligado a las obligaciones que ésta implica y no a la satisfacción o alegría que puede brindar una relación tan próxima. Los padres modernos han estado ausentes en la vida de sus hijos, tratándolos muchas veces con extrema severidad como una forma de trasmitir la disciplina y autoridad que se han supuesto parte de sus deberes.
Para Freud, la paternidad ha sido tratada fundamentalmente desde el ángulo de la relación del hijo con el padre. El psicoanálisis ha centrado sus hipótesis explicativas en la figura del padre, como aquel cuya tarea es separar al niño de su madre, instaurar la ley, prohibir el incesto y ofrecerse como un modelo de hombre que le permitirá el acceso a otras mujeres. Para Víctor Seidler (1994), el padre freudiano está, a partir del nacimiento del infans, en el "patio del fondo", listo para, en el momento apropiado, hacer su aparición desde su función de corte, de manera que el niño pueda hacer su propia transición desde la dependencia hacia la independencia. Sostiene este autor, que parecería que para Freud, el desarrollo está concebido en términos masculinos, como un movimiento que va de la dependencia a la independencia y autonomía, siendo el padre el representante de estas últimas.*
Badinter, por su parte, agrega que la teoría freudiana de la identificación del hijo en la relación edípica con el padre, es una ironía de la historia, ya que justamente mientras desarrollaba sus conceptualizaciones los padres de las ciudades abandonaban masivamente el hogar para trabajar por fuera y las niños quedaron al cuidado exclusivo de la madre.

Tener un hijo. La construcción de un deseo.

El deseo de hijo depende de determinantes psíquicos singulares: vivencia de embarazo, goce del hijo, experiencia de la femineidad materna o de la paternidad. Para Michel Tort (1994) a ese conjunto de objetivos se le puede considerar como las nuevas normas ideológicas grupales. Dice Tort:
"(...) Separado de las grandes maniobras de la reproducción social, el deseo de hijo se vuelve un punto focal en las apuestas deseantes de la "pareja" esa transitoria reunión de dos sujetos. Al mismo tiempo se hace tributario de las fragilidades de ese deseo, de su acción conjugada, sus incertidumbres. Es cada vez más, dependiente de las componentes inconscientes de la relación con el Otro y cada vez más, independiente de la relación con tal otro en la medida en que cada sujeto - hombre o mujer- se reivindica en su individualidad de sujeto deseante que estalla en posibles nuevos encuentros y en repetidas separaciones."4
En cada sujeto, el deseo de hijo depende de objetivos narcisistas y edípicos inherentes a su historia y por lo tanto independiente de las gravitaciones sociológicas de la reproducción en la sociedad o la especie. Pero no independiente, como lo hemos señalado de las determinaciones provenientes del imaginario social.
¿Cuál es la complejidad deseante que subyace al deseo de tener un hijo y convertirse, desde ahí en madre o padre?
El deseo parental es producto, de un largo proceso que se gesta en la infancia, y está directamente relacionado con el desarrollo psicosexual de la niña/ o niño y determinado por los procesos identificatorios con ambos padres, que incluyen las identificaciones de género, Procesos identificatorios, del niño/a con los padres, resultante a su vez de la implantación en la mente del hijo/a (J. Laplanche, 1987) de mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/femineidad y que incluyen las representaciones sobre la maternidad o la paternidad.
Para el relato tradicional del psicoanálisis, la niña querrá tener un hijo, en primer lugar de su padre, como sustituto del pene que la naturaleza y luego su padre, le negaron y que ella anhela. Querrá primero entonces tener un hijo- pene, de su padre. Recién, luego de la pubertad, se identificará con su madre, y querrá tener un hijo de un hombre, instalada en una femineidad normal definida por el deseo maternal.
La psicoanalista Silvia Tubert distingue entre el "deseo de hijo al deseo de maternidad". El primero alude al registro del tener (un hijo) en tanto el segundo compromete al ser (madre) El tener un hijo, está más relacionado con la conformación del Ideal del Yo de la niña, que al tiempo que resuelve su peripecia edípica, se identifica con los emblemas culturales respecto de su género sexual. El deseo de maternidad en cambio proviene de un ser - como la madre, dominio del Yo Ideal, núcleo duro y remanente del narcisismo infantil en la mente del adulto. Se alude entonces a lo preedípico, al registro de la identificación primaria con la madre, objeto del apego y de los cuidados autoconservativos, semejante de género. Se querrá ser madre para ser una con mamá.
¿Cual es la naturaleza del deseo de ser padre?
Así como el padre de la Modernidad ha estado significativamente ausente en la vida de sus hijos, las teorizaciones acerca del deseo de paternidad, son prácticamente inexistentes en la reflexión psicoanalítica. El psicoanálisis -y en particular el de cuño lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos
Juego de presencias y ausencias: el que sí ha estado presente es "el padre ausente". Esta es una figura ya clásica de la literatura psicoanalítica, que alude a la ausencia no de las prácticas de crianza, sino a su función de corte, de ejecutor de la prohibición del incesto, de regulador necesario entre la madre y el infante. Ese "padre ausente", ha sido por otro lado, interpretado como dejado ausente por el deseo de la madre, que no le da un lugar. Esta ausencia de padre, y el apropiamiento del hijo por parte de la madre, lo hemos señalado más arriba , es la resultante de los ordenamientos sociales en las sociedades modernas, donde la responsabilidad de los hijos ha sido dejada totalmente en manos de las mujeres. La maternidad como la única actividad productiva y legitimada para la mujer, han facilitado que los hijos sean tomados como propiedad privada, posesiones narcisistas.
En el relato lacaniano, el padre real, concreto, no existe. Sí habla del padre imaginario o del padre simbólico. La función paterna estaría ligada a la posición subjetiva de la madre, que a su vez habilita al hijo a que la adquiera (la función) Autoras como I. Meler (1998) y E. Dio Bleichmar(1997), han concluido que sólo en un período histórico donde fuera tan notoria la ausencia real del padre del hogar, pudo haberse elaborado una teoría que diferenciara tanto los conceptos de función paterna y de práctica paternal. Y si en realidad, el "padre ausente" no se corresponderá con una realidad de la constelación familiar tradicional moderna, más que con un deseo de la madre de dejarlo afuera... El psicoanálisis - y en particular el lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos.
Siguiendo la línea propuesta para la constitución del deseo de tener un hijo por parte de la mujer, abordaremos ahora qué lugar ocupa un hijo para los varones cuya masculinidad se ha constituido de acuerdo a un modelo tradicional y hegemónico. Los estudiosos de la masculinidad, tanto en sus vertientes de los Men´s Studies como de los Estudios de Género, han mostrado que "hacerse" hombre, es bastante más complejo de lo que el fundador del psicoanálisis lo había supuesto. También para el varón su objeto primero es la madre, con quien establecerá sus primeras identificaciones, con lo que se conformaría, siguiendo a Stoller, una "protofemineidad". De esta femineidad inicial deberá desprenderse, no sin costos, y será el padre quien se propondrá como modelo identificatorio para la adquisición de una identidad de género masculina, sin fisuras. Pero esta identidad, no incluye a la paternidad como un referente identitario fuerte. Los ideales del yo masculinos, incluyen la destreza y la fuerza física, la fortaleza emocional, la consecución del éxito, el predominio de la razón, etc. Los niños quieren ser "grandes" como sus padres, pero no ser "papás", aunque se ejerciten en el rol en algunos juegos, generalmente mixtos y no con sus pares. El deseo de hijo entonces, si bien tiene su origen en identificaciones con los objetos primarios y en los deseos narcisistas de perpetuación, no se ha integrado de un modo tan íntimo a su identidad masculina.
No desconozco por otra parte, las diferencias que la propia diferencia de los sexos, imprime a la paternidad y/o maternidad. El cuerpo de la mujer, que desde la infancia está marcado por la espera (se espera la menarca, el embarazo, el climaterio...), imprime en el psiquismo, marcas propias. Pero un óvulo fecundado, un cuerpo embarazado, no alcanzan para construir una madre, así como un espermatozoide, no hace a un padre.

Las nuevas generaciones.

Planteé al inicio de este trabajo, mi intención de esbozar algunas líneas que nos permitieran pensar que lugar psíquico pueden ocupar los hijos en las nuevas generaciones de madres y padres. Es innegable que estamos asistiendo a cambios muy rápidos a nivel de las prácticas, lo que no necesariamente implica su incorporación subjetiva, ya que los tiempos históricos son siempre más rápidos que los tiempos subjetivos.
Haciendo la necesaria - y redundante - salvedad que no me estoy refiriendo a un universo homogéneo, se pueden observar cambios en las modalidades del ejercicio maternal y paternal.
La maternidad para las mujeres jóvenes , bascula por un lado entre el deseo de realizar un proyecto personal y el deseo de tener un hijo. La difícil articulación entre el egoismo -utilizado aquí no en un sentido peyorativo, sino en la línea planteada por Freud, del interés del yo por sí mismo- y las renuncias y postergaciones inevitables que implican el cuidado de otro. Aún cuando la crianza sea compartida y los cuidados se hagan " a dúo" con el padre. De todas maneras, ser madre no aparece ya como la única meta del proyecto de vida femenino, otros ideales se le han propuesto al Yo. El hijo entonces, no ocupa todo el espacio psíquico y aún considerando de que la relación de la mujer con su embarazo, facilita las fantasías de hijos productos del propio cuerpo, los hijos se conciben tanto conciente como inconscientemente, predominantemente como el fruto de un vínculo afectivo sexual con el hombre. Esto último, lleva implícito, que esa mujer, antes niña, pudiera incorporar durante su desarrollo el papel gestante del padre para la procreación.
La intervención temprana del padre y la voluntad de los varones de implicarse cada vez más en la crianza de los hijos, parecería ser un indicador de los cambios respecto a la paternidad. Menos asustados de sus supuestos aspectos femeninos, los padres jóvenes -algunos , no todos- empiezan a disfrutar de un vínculo basado en la ternura, en la relación cuerpo a cuerpo con los hijos, que incluye también, la dimensión erótica necesaria para la futura capacidad deseante del hijo. Los padres divorciados, comienzan a reivindicar su derecho a participar en la educación y cuidados de los hijos, que por inercia social y resistencia de las mujeres a ceder espacios, aún siguen mayoritariamente a cargo de las madres. Ser padre, para algunos varones está dejando de ser una lista de obligaciones y se empieza a significar como algo más que una prédica docente sobre habilidades y destrezas. Quizás, los varones comienzan a conectarse más con el "niño que fueron". Niño escondido que, como decía J. Mc. Dougall (1977) es "la causa de su malestar y su sufrimiento psíquico, pero también, la fuente de la creatividad y de la riqueza de la existencia".5 Desde ahí, iniciar un vínculo distinto con sus hijos.
El deseo de hijo incluye, debería incluir también al otro y diferente de sexo, condición necesaria en nuestra especie para su reproducción. ¿De quien se quiere un hijo? El panorama actual en este terreno se nos presenta complejo y con movimientos contradictorios: mujeres que quieren tener hijos con prescindencia de quien sea el padre, hombres que reclaman su paternidad en esos casos de esperma donado; padres que se niegan a asumir una paternidad que no quisieron; parejas homosexuales que reclaman sus derechos a tener hijos.
Los psicoanalistas, deberemos crear herramientas teóricas que nos permitan pensar cómo se va armando esa relación y dejar de sostener, que cuando un hombre hace algo más que separar al hijo de la madre, lo tiene que hacer en clave "femenina". Un padre que asume con placer las tareas de cuidados,( que no se remiten únicamente a cambiar pañales o dar mamaderas) no deberían interpretarse como que tienen "aspectos femeninos o maternales". Las conductas de apego pueden, si las condiciones de subjetivación cambian, brindarlas ambos géneros.
Como sostiene M. Tort /(1994) nada impide en todo caso considerar una posible articulación de las funciones parentales que tenga en cuenta de otra forma la actividad de los deseos masculinos y femeninos y que haga de ella una ley.


Ponencia leída en el 2do. Coloquio: Los cambios en las relaciones sociales de género y su impacto en las decisiones reproductivas de mujeres y varones, organizado por la Cátedra Libre Salud Reproductiva, Sexualidad, y Género
Facultad de Psicología- Universidad de la República Junio 2000

Otra versión de este trabajo fue presentada en el Primer Congreso Virtual "Los Psicoanálisis en castellano al Sur del planeta", organizado por la Revista Topía (Arg.) Octubre 2000.
www.topia.com.ar/congreso


Notas:

 

1 Psic. Elina Carril- Psicoterapeuta psicoanalítica- Prof. Asist. del Área de Psicoanálisis de la Fac. de Psicología de la Universidad de la República- Especialista en Psicoanálisis y Género.
Fco. Muñoz 3092/201 -(11300) Montevideo/ Tel: (598-02)709-0344/ E-mail: ecarril@multi.com.uy
2 Meler, Irene; "Los padres" en Varones. Subjetividad y Género, de Burín, M. y Meler, I.- 2000. Edit. Paidós. Buenos Aires.
3 Julien, Ph. El manto de Noé. Ensayo sobre la paternidad. 1993. Alianza Editorial, Buenos Aires.
* La psicoanalista norteamericana Jessica Benjamin (1996), sostiene algo similar al destacar la importancia del padre para los hijos así como la de una madre que posicionada como sujeto, pueda también ella promover la autonomía y la independencia.
4 Tort, M. El deseo frío. Procreación artificial y crisis de las referencias simbólicas 1994. Nueva Visión. Buenos Aires
5 McDougall, Joyce - "Pladoyer pour une certaine anormalité ". p. 15- Ed. Gallimard. 1978- Paris.

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