Las mortificaciones narcisistas del adulto.1
Enrique Gratadoux

El amor propio de Edipo.

La saga de Edipo2 , nos cuenta que siendo éste ya mayor, fue tratado de "expósito"3 por un ocasional oponente, lo que lo condujo a descubrir que no era hijo de Pólibo y lo decidió a partir de Corinto. Es importante para este trabajo destacar este eslabón del mito: el agravio. Cuando todo hacía suponer que la vida de Edipo estaba encaminada, hijo amado de una pareja reinante, heredero del trono de Corinto, un insulto vino a darle un nuevo envión a la tragedia. Padeció un ataque verbal respecto a sus orígenes, quedó ubicado en el lugar de quién lleva un estigma, a partir de lo cual su vida cambió radicalmente. Una simple palabra: "expósito", lo avergonzó, torció su vida y aunque él no lo supiera, lo orientó al encuentro con Layo, le hizo poner rumbo a Tebas, a la Esfinge, a Yocasta. Reitero, una simple palabra. Pero "expósito" no es una palabra cualquiera, es una palabra que busca avergonzar ya que atenta contra uno de los pilares de la autoestima: los orígenes, la estirpe, la familia, máxime en una sociedad donde los varones eran identificados como "hijo de ...": Pélida, hijo de Peleo llaman a Aquiles, Laértida a Odiseo, etc.

Lo humillante aquí no fue algo realizado efectivamente por Edipo, no se le imputó alguna conducta personal impropia o descalificante, se le acusó por la conducta de sus padres biológicos, se le acusó de haber sido 4 abandonado por sus padres. Para la autoestima, no alcanza la conducta personal intachable, es necesario también ser descendiente de personas irreprochables. Al igual que "expósito", el británico "bastard", el norteamericano "son of a bitch", el hispánico "hijo de puta"5 apuntan precisamente a una situación suprapersonal que incide sobre la estima que alguien tiene derecho a tenerse. A partir del agravio, ya no pudo sentirse orgulloso por ser hijo de reyes, -aunque lo era sin saberlo-; cayendo el orgullo, apareció su contracara, la vergüenza. Este aspecto colateral del mito nos permite detectar la importancia de una de las fuentes de la vergüenza: el ataque al amor propio, a la autoestima, ataque que en este caso revela aspectos que deberían haber permanecido ignorados o secretos.

Problemas de tránsito en la Hélade.

El mito nos informa también que Edipo y Layo, sin reconocerse, se encontraron casualmente en un cruce de caminos en Fócide: "Allí, el camino esta encajado, y cuando el heraldo de Layo ordenó a Edipo que dejara paso al rey, y mató a uno de sus caballos porque no se apresuraba a obedecer, Edipo, en su cólera mató al heraldo y a Layo." (Grimal P. 1973, p. 180 las cursivas son mías)
Dada la facilidad del pensamiento mítopoyético para recurrir a lo portentoso y sobrenatural, llama la atención la banalidad del episodio: ¡un mero problema de tránsito en las rutas de la antigua Grecia!
Edipo y Layo no se enfrentaron, como en tantos episodios míticos, en alguna situación que involucrara poder, riqueza o prestigio, se enfrentaron por una trivialidad: quién tenía preferencia en el cruce. Como en todo mito, quizás tras esta aparente nimiedad, se esconda alguna verdad más profunda. Por ejemplo, la de que para la vida psicológica, para la realidad psíquica, no es trivial ser primero o segundo, ceder paso o no cederlo, tener "preferencia" o no tenerla. Podemos imaginar a Edipo cavilando: "¿porqué he de ser yo quién ceda el paso?", "que se corra él", ensimismado en estos soliloquios narcisistas pudo haberse distraído, matando el heraldo a uno de sus caballos.

¿¡Dos personas por un caballo!? ¿Dónde termina lo que podemos llamar el "empate narcisista", el criollo "quedar a mano", la mafiosa "vendetta", el "ajuste de cuentas" del hampa, enfin, la venganza como medio de resarcirse? Claro, lo que estaba en juego no era un caballo; era el derecho de exigir a otro que ceda el paso, derecho que Edipo no reconoció a Layo. También estaba en juego la posibilidad de dañar impunemente la propiedad ajena, posibilidad que Edipo no permitió al heraldo. La puja inicial respecto al derecho de precedencia, se hubiera podido sostener verbalmente por un tiempo más o menos largo, pero fue sustituida por el acto agresivo, la muerte del caballo, momento a partir del cual -para la dinámica narcisista-, el desborde era inevitable. Típicamente Edipo no atacó a ninguno de los animales de su oponente, fue directamente tras el heraldo y tras el propio Layo. En otra versión del mito, Edipo, a pié, se encontró en una angostura con la comitiva real, al no apartarse, una de las ruedas lastimó su pié tras lo cual murieron el auriga y Layo. En esta versión, a la muerte se le sumó el escarnio: "tumbando por tierra a Layo, lo enredó en las riendas y azotó a los caballos e hizo que lo arrastraran hasta morir". (Graves R. 1974) Aunque más comprensible, ya que había sido lastimado, sigue pareciendo una respuesta desproporcionada: dos vidas por un pisotón, lo que se vive como "empate" es de hecho una escalada; más moderno que Edipo, Chateaubriand recomendaba. "cuando recibas una bofetada, devuelve cuatro." La reacción de Edipo, cobró miles de años después la forma de una aristocrática divisa heráldica: "nemo me impune lacessit", "nadie me dañó impunemente". Al parecer, independientemente de la época histórica, cualquier afrenta exige venganza. "¿Y tú como reaccionaste, que hiciste (qué le hiciste)?" preguntan a veces los padres cuando sus hijos cuentan anécdotas escolares en donde aparecen como víctimas de algún destrato por parte de otro niño. "<<¿Y tú qué hiciste?>>" fue la pregunta de un Freud púber cuando su padre le relató cómo había sido vejado e insultado en la calle por un cristiano. (Freud S 1900a Amorrortu Editores (AE.) 4:211, SE, 4:197, las cursivas son mías) Es una suerte de automatismo, cada vez que un ser querido relata una afrenta, preguntamos: "¿Y tú qué hiciste?"
El mito alude entonces a otro aspecto de la dinámica narcisista; la facilidad con la que ciertos gestos, actitudes y conductas; no cualesquiera sino precisamente los que atentan contra la autoestima y contra la ilusión de omnipotencia del yo, pueden desencadenar verdaderas tormentas afectivas. El lenguaje parece haber recogido el carácter imperioso de la reacción; evocando la necesidad física, hablamos aquí de "sed de venganza". En la misma línea, Breuer describe la "pulsión de venganza" y resalta "su irracionalidad, su independencia de toda ventaja y de toda adecuación a fines, y aun su triunfo sobre los miramientos de la propia seguridad" (Breuer J.. En: Freud S. 1895d, AE. 2:216, n11, SE 2:205, cursivas mías) El "deseo" de venganza, sería así tan ciego y apremiante como el deseo a secas. Deberíamos encontrar la razón profunda que explique por qué, tanto el deseo como la ofensa -cada uno a su manera- exigen lo mismo: satisfacción.

La vergüenza y la cólera: estereotipos narcisistas.

Kohut escribe que la vergüenza y la cólera son las dos principales manifestaciones vivenciales y conductuales del trastorno del equilibrio narcisista (Kohut 1972 p. ) Encontramos ejemplos de ambos en el mito de Edipo. La saga no cuenta cual fue el destino de quién insultó a Edipo, es probable que haya salido indemne. El agravio, quizás por tener fundamento real tal como lo confirmó Pólibo, determinó una retracción. Como queda demostrado en el resto del mito, Edipo no era cobarde, no se inhibía a la hora de reaccionar violentamente, pero a raíz del insulto perdió públicamente el lugar que su autoestima le otorgaba en Corinto y por eso se marchó. Retirada que contrasta con el orgulloso "de aquí no me muevo" con que encaró a Layo y con su reacción homicida frente al desplante del heraldo.
br> El narcisismo puede herirse de diferentes modos, en general la vergüenza inhibe o promueve la evitación, mientras que la cólera moviliza, empuja hacia adelante. Homero describe poéticamente este carácter propulsivo de la cólera: cuando Aquiles "acongojado", enfurecido, estaba a punto de abalanzarse para matar a Agamenón, Atenea "púsose detrás del Pélida y le tiró de la blonda cabellera." (Homero. La Ilíada, cap. 1: versos 188-202, las cursivas son mías) Impedido de actuar por esta influencia divina, Aquiles permitió que le quitaran a Briseida y luego: "rompió a llorar, alejóse de sus compañeros [...] y dirigió a su madre muchos ruegos" (Homero. La Ilíada 1:345-351, las cursivas son mías) Hay aquí una tercera reacción posible a las afrentas, otra expresión de cólera, el llorar de rabia. "El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mi recompensa que él mismo me arrebató. Así dijo derramando lágrimas." (Homero. La Ilíada, cap. 1:352-357, las cursivas son mías) Como en los otros ejemplos, no hay proporción entre la afrenta y la venganza, Aquiles quiere que su bando pierda la guerra, le pide a su madre a que interceda ante Zeus para que "decida favorecer a los teucros [troyanos] y acorralar a los aqueos, que serán muertos [...] para que [...] comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos." (Homero. La Ilíada 365-413 las cursivas son mías) Otra vez nos preguntamos: ¿Un ejército por un atropello ? Como vimos más arriba, las equivalencias en la "aritmética" narcisista están impregnadas de desmesura. Las tropas griegas nada tenían que ver con este enfrentamiento entre los dos héroes, fueron sin embargo las que pagaron por el enojo, quizás pagaron por su pasividad en el ágora cuando permitieron en silencio el abuso de Agamenón. A veces, cuando el amor propio es lastimado, nadie es claramente "inocente", nadie es suficientemente "ajeno" al problema como para estar seguro de no verse involucrado. "¿Y yo que tengo que ver?", nos preguntamos a veces cuando redescubrimos con sorpresa esa especie de principio primordial del funcionamiento narcisista.

Si en el trasfondo de cada uno de nosotros subsiste la omnipotencia de nuestro yo infantil, podríamos afirmar desde ya que las reacciones a las afrentas narcisistas no tienen medida, son las que mejor nos iluminan sobre la desmesura. Kohut señala "la necesidad de revancha, de enderezar una falta, de corregir una herida recurriendo a cualquier medio, y una profundamente anclada e inextinguible compulsión 6 en la persecusión de aquellos fines, que no da descanso a quienes han sufrido una herida narcisística ..." Kohut 1972 Como vimos el mito de Edipo aporta ejemplos de ambos sentimientos, lo mismo podemos decir del Génesis donde la vergüenza de Adán y Eva precede por poco a la cólera de su hijo Caín ante el desaire de Dios al preferir la ofrenda de Abel.

De objetos y sujetos.

En los episodios relatados, Edipo ocupó un lugar especial: fue destinatario de un insulto, receptor de una orden a su juicio improcedente y víctima de un atropello. Aquiles también aparece como víctima de otro tipo de vejación. Receptor, destinatario, víctima, los tres términos apuntan a una misma situación, la de ser objeto de alguna acción ajena.
El lenguaje y la filosofía distinguen entre el "agente" y el "paciente" de una acción, el primero es aquel del quien emana esta, mientras que el segundo es quien la sufre o padece.( Abbagnano N. p. 27, entrada "agente") Una distinción similar se establece entre "sujeto" y "objeto": el primero como "capacidad autónoma de relaciones o de iniciativas, capacidad que se opone a ser simple ´objeto´ o parte pasiva de tales relaciones"(Abbagnano N. p. 1103, entrada "sujeto", las cursivas son mías) Una llamada de Strachey nos indica: "Por regla general, <<sujeto>> y <<objeto>> se utilizan para designar, respectivamente, a la persona en quien se origina una pulsión (u otro estado psíquico) y a la persona o cosa a la cual aquella se dirige"(Freud S. 1915c AE.14:123, n. 18, SE 14:128, las cursivas son mías) El objeto es entonces para el psicoanálisis: "aquello en o por lo cual [la pulsión] puede alcanzar su meta." (Freud S. 1915c AE, 14:117-8, SE, 14:122 ) donde el objeto aparece implícitamente como receptor pasivo de la actividad de un agente: la pulsión.

El lenguaje cotidiano, la gramática, la filosofía y aún el psicoanálisis sustentan las oposiciones: agente/paciente, sujeto/objeto y activo/pasivo. Una consideración apresurada puede llevarnos a equiparar los primeros términos y contraponerlos a los últimos: Sujeto-agente-activo versus objeto-paciente-pasivo.

En general le resulta más tolerable a nuestro yo la perspectiva egocéntrica, concebirnos como sujetos de acciones que padecen nuestros objetos, más allá del valor ético que le demos a las mismas. Por el contrario, vernos en situaciones en las que las oposiciones se invierten: sujeto-pasivo/objeto-activo, o para ser más precisos, sentirnos o vernos como "objetos" de las acciones de otros "sujetos", en general nos resulta menos tolerable. Estas situaciones ponen de manifiesto un estado de cosas en las que el yo pierde su ilusión de autonomía y control, señalan las limitaciones a las que está sometida nuestra omnipotencia, nos marcan la existencia de un mundo exterior donde suceden cosas sobre las cuales no tenemos control. Evidencian el límite de la soberanía del yo, expresión que nos viene a recordar el "his majesty the baby" (Freud S. 1914c AE.,14:88, SE, 14:91, las cursivas son mías) y los delitos de laesae majestatis" tal como son concebidos los perjuicios al yo.( Freud S. 1915b AE., 14:298, SE, 14:297, las cursivas son mías)

Las expresiones: "ser objeto de lástima", "ser objeto de críticas", "ser objeto de burla", etc., parecen señalar la fuente de displacer en el último término de cada una: este trabajo postula que la constatación de verse, sentirse o saberse objeto de iniciativas ajenas no consentidas genera displacer. Este malestar que siempre se suma al de un agravio, muchas veces es independiente del carácter "bueno" de tales iniciativas ajenas: Alejandro Magno, en el acmé de su gloria, queriendo expresarle su respeto y reverencia a Diógenes el Cínico, se paró frente al tonel que le servía de vivienda y le expresó: "Pídeme lo que quieras que te será concedido." a lo que Diógenes contestó "[lo que quiero, es] que te apartes y no me quites el sol"; no quería ser objeto de dádivas no solicitadas ni tampoco objeto de veneración. Esta anécdota probablemente falsa, pervivió hasta nuestros días, su perduración y aun su invención, parecen depender de la intuición psicológica respecto a la incomodidad que suscitan las acciones ajenas no solicitadas ni consentidas.

Ser objeto de deseo puede tornarse exasperante, como lo testimonia la incomodidad de mujeres y de hombres ante ciertos "asedios" sexuales que llegan a definirse como tales pues, precisamente, las iniciativas ajenas no son aceptadas. En un extremo, aún ser objeto de amor, y admiración puede volverse difícil de tolerar, como lo evidencia el "incógnito" que buscan las estrellas para poder llevar una vida más o menos normal. En el otro extremo, las víctimas de robos, se quejan del aspecto material del insuceso, pero sobre todo se quejan del lugar pasivo en que quedaron colocadas: "alguien estuvo con mis cosas (y yo no pude impedirlo)", el dolor trasciende lo material. Supongamos el caso ideal en que las pertenencias robadas sean recuperadas intactas, los responsables encarcelados y los daños pagados por el seguro, no puede decirse sin embargo que la víctima está "igual que antes", que "aquí no ha pasado nada", queda un resto no metabolizable. El hecho delictivo ha demostrado la vulnerabilidad y señalado el límite del yo que no siempre es capaz de "defender lo suyo" ni evitar ser objeto de lo que decidan o deseen otros sujetos.

De la pasividad omnipotente a la actividad.

Es paradójico que para el psicoanálisis coincidan en el tiempo la situación de impotencia del recién nacido (desamparo) y el narcisismo primordial omnipotente.7 Gracias al hecho de haber sido objeto de amor y de cuidados, el niño puede conservar su ilusión de grandeza. En el ejemplo del "fort-da", Freud encontró contradictorio con el principio de placer que el niño repitiese como juego una vivencia penosa: la de "admitir sin protestas la partida de la madre" (Freud S. 1920g AE., 18:15, SE, 18:15) Resolvió esta contradicción afirmando: "En la vivencia era pasivo, era afectado por ella, ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como juego, a pesar de que fue displacentera" (Freud S. 1920g AE., 18:16, SE, 18:16, las cursivas son mías) Pero no se trataba de un entrenamiento, de una mera desensibilización, el juego llevaba una carga afectiva; en este ejemplo expresaba un impulso vindicativo, "... era la satisfacción de un impulso, [...] a vengarse de la madre por su partida; así vendría a tener este arrogante significado: <<Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te echo.>>" (Freud S. 1920g AE., 18:16, SE, 18:16, las cursivas son mías) La pasividad con que el niño asistía a la partida de la madre fue sustituida por una activa expulsión, gesto vengativo que por sí mismo restituía el equilibrio narcisista 8.

Ser objeto pasivo de otras vivencias displacenteras, lleva a veces a los niños a un tipo de elaboración donde se ubican como sujetos o agentes activos de la misma situación: "En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió y así se venga en la persona de este sosias." (Freud S. 1920g AE, 18:17, SE, 18:17, las cursivas son mías)

De acuerdo a los principios de inercia neuronal (Freud S. 1950a AE., 1:340, SE, 1:296), de constancia (Freud S. 1940d AE., 1:190, SE, 1:177-178 y Freud S. 1920g AE., 18:8, SE, 18:8) y de Nirvana (Freud S. 1920g AE, 18:8, SE, 18:8), la esencia del aparato psíquico sería la de una actividad reactiva, resultándole imposible la pasividad. Esta afirmación económica se ve complementada por una consideración clínica: "Es fácil observar que en todos los ámbitos del vivenciar anímico, no sólo en el de la sexualidad, una impresión recibida pasivamente provoca en el niño la tendencia a una reacción activa. Intenta hacer lo mismo que antes le hicieron o que hicieron con él.[...].También el juego infantil es puesto al servicio de este propósito de complementar una vivencia pasiva mediante una acción y cancelarla de ese modo por así decir. [...] En todo esto se muestra de manera inequívoca una rebeldía contra la pasividad y una predilección por el papel activo." (Freud S. 1931b AE., 21:237, SE, 21:235-236, las cursivas son mías) El aparato psíquico está conformado de modo tal que la pasividad le genera oposición, contrariedad y displacer. Gracias a esta "rebeldía" de la que nos habla Freud, el ser humano atraviesa el tiempo de pasividad y omnipotencia y llega a una situación de relativa autonomía, sustituyendo progresivamente la pasividad por la actividad.


Las mortificaciones u ofensas narcisistas. 9

Al principio, reseñamos situaciones padecidas por Edipo y Aquiles, más adelante señalábamos su común denominador, el de haberse visto objeto de acciones ajenas y destacábamos el lugar pasivo en que quedaban ubicados. Postulábamos que en ello residía parte de la intolerancia que estas situaciones generan. Destacamos ahora un segundo aspecto de las acciones descritas, también tenían en común su carácter mortificante 10 u ofensivo 11.

En 1893, en conferencia ante el "Club Médico de Viena" (Freud S. 1893h AE., 3:27 y ss, SE, 3:27 y ss), Freud intentó explicar a sus colegas sus ideas en cuanto a la etiología de la histeria. Para ello recurrió a la noción de "trauma psíquico" y no encontró mejor ejemplo, que el de la "ofensa" para ser entendido por su auditorio: "Un hombre experimenta una ofensa, le dan una bofetada o algo así; entonces, el trauma psíquico se conecta con un acrecentamiento de la suma de excitación del sistema nervioso. Así las cosas, instintivamente le nace la inclinación a aminorar enseguida esta excitación acrecentada; devuelve, pues, la bofetada, y de ese modo queda más aliviado; quizás reaccionó de la manera adecuada, o sea, descargó tanto como le fue cargado [...] si la reacción a un trauma psíquico está totalmente interceptada, el recuerdo de él conserva el afecto que en su origen tuvo. Si un ofendido no puede devolver la afrenta ni dando a su vez una bofetada ni por medio de un insulto, se crea la posibilidad de que el recuerdo de ese suceso vuelva a convocarle el mismo afecto que estuvo presente al comienzo. Una afrenta devuelta, aunque sólo sea de palabra, se recuerda de otro modo que una que se debió tolerar, y es característico que la lengua llame <<mortificación>> 12 a este padecer tolerado calladamente." Prosigue Freud: "El mecanismo psíquico sano tiene por cierto otros medios para tramitar el afecto de un trauma psíquico, por más que le sean denegadas la reacción motriz y la reacción mediante palabras: el procesamiento asociativo, la tramitación por medio de representaciones contrastantes. si el ofendido no devuelve la bofetada ni insulta, puede sin embargo aminorar el afecto de la ofensa evocando en su interior unas representaciones contrastantes sobre su propia dignidad y la nula valía del ofensor, etc. Ahora bien, ya sea que la persona sana tramite la ofensa de una manera o de la otra, siempre llega al resultado de que el afecto que en el origen estaba intensamente adherido al recuerdo pierda al fin intensidad, y el recuerdo mismo, ahora despojado de afecto, sucumba con el tiempo al olvido, al desgaste" (Freud S. 1893h AE., 3:37-38, SE, 3:36-37, las cursivas son mías)

Vemos una descripción de la que hoy (post 1914) podemos llamar "dinámica" narcisista.

a) La ofensa, la afrenta, generan afectos displacenteros que invitan a la descarga, so pena de volver a sentirlos,

b) el acto agraviante descrito en el ejemplo, no implica un peligro para la autoconservación (no se trata del afecto del miedo), no se corre el riesgo de heridas, laceraciones, fracturas. Puede decirse que desde el punto de vista físico es relativamente inocuo. La bofetada del ejemplo generaría quizás un ardor, una comezón molesta pero anodina, nadie toma analgésicos por un sopapo, no se consulta en la emergencia médica por una cachetada. El dolor que provoca no es físico, es de otro orden,

c) la descarga puede consistir en una acción igual a la acción ofensora, "golpe por golpe", o bien ser sustituida por la palabra ofensiva, el insulto, equivalente a la acción: "El primero que en vez de arrojar una flecha al enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de la civilización" (Freud S 1893h AE., 3:38, SE 3:37) El ataque físico, al cuerpo, tiene su equivalente en el ataque psicológico verbal. (Recordar el "expósito" que trastornó la vida de Edipo.)

d) si el sufrimiento principal no es físico, si el denuesto, la palabra ultrajante, equivalen a la bofetada, la escena donde se juegan los avatares de lo ofensivo es una escena psicológica.

e) tan psicológico es este escenario que el "ajuste de cuentas", el resarcimiento puede ser exclusivamente psicológico: queda el recurso de la tramitación a través de la fantasía, comparando la supuesta dignidad del afectado y la supuesta indignidad del agresor; el agraviado puede decirse, o sus amigos o familiares aducir: "el agresor es un ... "X", dónde "X" puede ser sustituido por cualquier insulto a mano que denigrándolo le quita trascendencia a lo que hace o dice.

f) sin la respuesta, la "condigna respuesta" a la afrenta, el sujeto corre el riesgo de "que el recuerdo [...] vuelva a convocarle el mismo afecto", que se vuelva a sentir el mismo afecto, que el sujeto re-sienta, se re-sienta, que quede re-sentido. La "sangre en el ojo", el "entripado", son las formas populares de referirse a este fenómeno.

g) Etcheverry nos enseña que Kränkung, mortificación y Krankheit, enfermedad tienen la misma raíz. En realidad el alemán parece más moderado que los lenguajes latinos, donde mortificación tiene la misma raíz que mortal, mortífero. En resumen, las humillaciones, mortificaciones u ofensas, son perjudiciales para la salud. Un Freud joven y entusiasta escribía en 1890: "... una <<mortificación>> o un bochorno muy vivos pueden ponerle fin [a la vida] de manera repentina ..." (Freud S. 1890a AE., 1:119, SE, 101-102)

La sabiduría popular ha enseñado desde siempre que no es conveniente dejar sin respuesta las afrentas: "Al que te faz, fayle" decían los antiguos españoles, mensaje que la mayoría de los padres de hijos pequeños vehiculizan (hemos vehiculizado) en el clásico y aleccionador "defendete" que en general no sugiere maniobras de autoprotección: parar los golpes, esquivarlos, etc. sino que apunta al contraataque. La magia del lenguaje lleva a que un mensaje que claramente vehiculiza el sentido "ataca" se exprese como un paternal "defendete" (protégete), a menos que la exhortación se refiera al futuro: "(contraataca hoy y) defendete (de futuras agresiones)"

En La etiología de la histeria se aportan nuevos datos a la descripción de la "mortificación": "Uds. se acordarán de la <<quisquillosidad>> anímica, tan frecuente en los histéricos, que, al menor indicio de menosprecio, reaccionan como si se los hubiera afrentado mortalmente. [...] No es la última mortificación, mínima en sí, la que produce el ataque de llanto, el estallido de desesperación, el intento de suicidio, con desprecio por el principio de la proporcionalidad entre el efecto y la causa, [marca de fábrica de la dinámica narcisista] sino que esta pequeña mortificación actual ha despertado y otorgado vigencia a los recuerdos de muchas otras mortificaciones, más tempranas e intensas, tras los cuales se esconde todavía el recuerdo de una mortificación grave, nunca restañada que se recibió en la niñez." (Freud S. 1896c AE., 3:215, SE 3:217, las cursivas y los comentarios entre corchetes son míos)

A pesar de lo dicho en el trabajo anterior sobre el "desgaste" u "olvido" de las "mortificaciones", aparece aquí la idea de una verdadera sumatoria algebraica de estas.

Continuando nuestra reseña sobre la dinámica narcisista, agregamos:

h) La "mortificación" desconoce la mesura, puede surgir como reacción desproporcionada al "menosprecio" mínimo. La afrenta en este ejemplo ya ni siquiera tiene el carácter palpable y tangible del bofetón, es inmaterial e "ínfima".

i) Las "mortificaciones tempranas" no se olvidan, perduran latentes, preparadas para prestar su carga afectiva a cualquier menosprecio actual.

j) en el origen, hay una mortificación grave infantil

Al comienzo de su actividad psicoterapéutica, en 1890-93, Freud recurrió a las nociones de "mortificación", "ofensa", "afrenta", "menosprecio", ataques a la "propia dignidad", a la "valía". En suma, lo que podríamos llamar ataques a la autoestima, al amor propio, es decir ataques al narcisismo. En el ocaso de su vida, en 1938, recurrió a la noción de "mortificación narcisista" a la que definió como "daño temprano al yo" ubicándola en el mismo nivel jerárquico que la sexualidad y la agresividad como agentes etiológicos de la neurosis. 13

Las mortificaciones narcisistas del adulto.

Como resabio del narcisismo infantil, el yo del adulto vive una situación ilusoria de poder, control, y autonomía. La mortificación narcisista surge cada vez que estas ilusiones son impugnadas y el sujeto se encuentra en posición pasiva, objeto de fuerzas ajenas a su yo. Estas refutaciones pueden provenir de diversas fuentes, desde "adentro" por ejemplo en el lapsus y el olvido, generando sentimientos displacientes: "... el asomo de afecto que va adherido a la mostración del trastabarse, y que evidentemente es de la índole de la vergüenza. Corresponde al enojo que nos produce no recordar un nombre olvidado ..." (Freud S. 1901b AE., 6:85, SE, 6:83, las cursivas son mías) La cita expresa el desafío al dominio de sí en lo cotidiano y como se reacciona en estos casos: con vergüenza y/o enojo, afectos que expresan entonces la reacción del yo frente a aquellas situaciones que escapan a su control, que contradicen aquella ilusión de dominio que mencionábamos, enfrentándolo a la pasividad, a verse sometido a fuerzas, internas en éste ejemplo, ajenas a su voluntad. Kohut toma tambiés este ejemplo de Freud: "Es instructivo observar nuestro comportamiento luego de un lapsus, ... La reacción de la víctima es bastante específica : o bien pretende que la revelación ha sido intencional o que al menos entiende el sentido del lapsus y lo puede interpretar por sí mismo ... Nuestra tendencia inmediata es la de negar nuestra pérdida de control en lugar de obliterar el sentido inconciente" (Kohut 1972 p. )

De la banalidad de lo cotidiano, podemos pasar a la realidad más dura del mundo social. En la saga de Edipo creemos haber detectado tres circunstancias que parecen haber operado como mortificaciones narcisistas: un insulto, una orden que lo ubicaba en un lugar subalterno, un daño a su propiedad. Vimos que la reacción en un caso parece haber sido la del repliegue y la evitación, en el otro la porfía, la intransigencia y en la última el furor homicida. En los tres casos, Edipo quedó colocado en la situación de "objeto de ...", objeto de escarnio, objeto de la fatuidad de Layo y objeto de la hostilidad del heraldo. En sentido estricto, la hostilidad fue dirigida al caballo, pero la libido narcisista engloba no sólo aspectos corporales o psíquicos del individuo, sino que se adhiere a todo lo que el sujeto siente como suyo. El heraldo sabía, Edipo entendió y nosotros comprendemos que el ataque al caballo fue un ataque a la persona de Edipo. Aquí también, la pasividad, el sentirse o verse objeto de ciertas acciones ajenas no consentidas, determina los mismos afectos displacientes del enojo y/o la vergüenza aunque en un grado superlativo.

Si "... cada resto del primitivo sentimiento de omnipotencia corroborado por la experiencia, contribuye a incrementar el sentimiento de sí", (Freud S. 1914c AE., 14:94, SE, 14:97) recíprocamente, cada resto refutado por la experiencia, lo rebajará. Podemos decir que cada vez que el yo adulto enfrenta situaciones que le imponen o amenazan con imponerle su debilidad, impotencia o falta de autonomía, cuando se constata como objeto pasivo de acciones ajenas, se está en presencia de una mortificación narcisista que se traduce en el registro afectivo mediante la cólera y/o la vergüenza.

Acostumbrados a la perspectiva egocéntrica, encontramos difícil adaptarnos a nuestra condición de "objetos". El lenguaje ha captado esta condición humillante del ser tratado como objeto y recoge las pintorescas expresiones de: "ser tratado como un trapo", ser maltratado, "ser tratado como un felpudo", ser pisoteado. Las metáforas aluden a la condición de objeto de la víctima de la agresión, aún de la agresión pasiva (valga la contradicción) en el caso de "ser tratado como un mueble" o "ser tratado como un florero" es decir ser ignorado.

"Morite" o "que se muera" expresan el deseo del ofendido de que ofensor pase a integrar en forma definitiva e irreversible la categoría de lo inerte, de los objetos inanimados. Más arriba, para señalar la desmesura narcisista, nos preguntábamos: ¿Dos personas por un caballo? ¿Un ejército por un atropello?. La ley del Talión, "ojo por ojo, diente por diente", primitiva y despiadada, es después de todo una ley, define la ofensa y fija un límite al castigo, por eso parece blanda comparada con la dinámica narcisista cuyo estilo implacable, desaforado, y desmesurado queda siempre más acá o más allá de lo regulado por las normas. "En nuestras mociones inconscientes eliminamos día tras día y hora tras hora a todos cuantos nos estorban el camino, a todos los que nos han ultrajado o perjudicado [...] nuestro inconciente mata incluso por pequeñeces; como la vieja legislación ateniense de Dracón, no conoce para los crímenes otro castigo que la muerte; y hay en eso cierta congruencia, pues todo perjuicio inferido a nuestro yo omnipotente y despótico es, en el fondo un crimen laesae majestatis {de lesa majestad}" (Freud S. 1915b AE., 14:298, SE, 14:296-297, las cursivas son mías)

Es significativo que Freud atribuya la melancolía no sólo a la muerte o desaparición del objeto: "Las ocasiones de la melancolía rebasan las más de las veces el claro acontecimiento de la pérdida por causa de muerte y abarcan todas las situaciones de afrenta, de menosprecio y de desengaño ..." (Freud S. 1917e AE., 14:248, SE, 14:250-251, las cursivas son mías) Quedando establecido el nexo entre la ofensa, el desprecio y la desilusión con el sufrimiento narcisista.

Lo activo, lo pasivo, lo fálico, lo castrado, lo masculino, lo femenino.

Las fantasías primordiales nos muestran a la persona como observador, en principio pasivo, del coito de los padres, objeto de seducción y objeto de una posible mutilación. En el varón esta última confluye, en la etapa fálica, con las amenazas de las que realmente ha sido objeto y con la comprobación de la diferencia sexual anatómica, plasmándose el complejo de castración.

La polaridad sexual evoluciona durante el desarrollo sexual infantil, en el estadio sádico anal "no cabe hablar de masculino y femenino; la oposición activo pasivo es la dominante" (Freud S. 1923e AE., 19:149, SE, 19:145, las cursivas son mías) En el estadio fálico, donde "no hay primado genital sino un primado del falo", (Freud S. 1923e AE., 19:146, SE, 19:142) la polaridad activo/pasivo deviene: "genital masculino o castrado" (Freud S. 1923e AE., 19:149, SE, 19:145) Recién en la pubertad la polaridad sexual corresponde a masculino y femenino. "Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad" (Freud S. 1923e AE., 19:149, SE, 19:145, las cursivas son mías) con lo cual reencontramos, ahora reagrupadas, algunas de las polaridades que veníamos mencionando. En la afirmación de Freud, los términos parecen implicarse recíprocamente; masculino, sujeto, actividad y pene, aparecen como interdependientes: se darían todos al mismo tiempo o no se darían en absoluto. Para el varón verse "objeto" o constatarse "pasivo" está peligrosamente cerca de lo femenino y de lo castrado. El lenguaje parece haber captado aquella equivalencia, quizás por ello el valor o coraje puesto en juego para reaccionar a algunas afrentas, para no "dejarse pasar por encima", se lo metaforice en los peninsulares "cojones" o en los rioplanteses "huevos".


Esto podría explicar parte de lo que llamábamos "desmesura" en ciertas reacciones exageradas frente a situaciones en principio menores como el problema de tránsito que enfrentó a Edipo y Layo. Ante ciertas situaciones la equivalencia freudiana "lo femenino, el objeto y la pasividad" se encuentran amenazadoramente próximos y parecen aguijonear el celo y proveer al varón del ímpetu para preservar la equivalencia contraria: masculino, sujeto, actividad y posesión del pene.

En la niña la fase fálica transcurre por otras vías, la comparación de sus genitales con los del varón, desemboca en un sentimiento de "perjuicio" y "una razón de inferioridad" (Freud S. 1924d AE., 19:185, SE, 19:178, las cursivas son mías), siente haber sido objeto de un daño y su autoestima se resiente. Esta "herida narcisista" (Freud S. 1925j AE., 19:272, SE, 253-254) o "afrenta narcisista" (Freud S. 1925j AE., 19:274, SE, 19:255-256) consiste para la niña en "un hecho consumado", mientras que el varón "tiene miedo a la posibilidad de su consumación" (Freud S. 1924d AE., 19:186, SE, 19:178-179, las cursivas son mías) Quizás por ello, a veces los motivos de la mortificación narcisista difieren entre varones y mujeres. Dicho de otra manera, las situaciones en las que el varón se siente obligado o impulsado a actuar en defensa de su amor propio y autoestima, son a veces diferentes de las de las mujeres. Así parece recogerlo el lenguaje que, en las formaciones narcisistas del honor y la honra distingue a ambos sexos: "Honor. Cualidad moral que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos. [...] 3 Honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes.( Diccionario de la Real Academia. 1992, las cursivas son mías) Honra. Estima y respeto de la dignidad propia. [...] 5 Pudor, honestidad y recato en las mujeres. (Diccionario de la Real Academia. 1992, las cursivas son mías) En una visión parcial, parecería que del varón se espera coraje, el honor masculino estaría unido al "hacerse respetar", como nos lo recuerda el litigio entre Edipo y Layo. Bajo la misma óptica parcial, de la mujer parece esperarse recato y pudor; tan importante es el papel que la sociedad machista le otorga al comportamiento de la mujer, que la falta de decoro sexual no sólo la afecta a ella misma sino que también daña a las personas vinculados con ella pues habilita a los demás a insultar a su marido llamándolo "cornudo" y a humillar a su progenie llamándolos "hijos de puta." En algunos países, la "falta" no por involuntaria pierde su carácter degradante, por ejemplo en el insulto mejicano "hijo de la chingada" (violada). Llamativamente, no existen insultos que mentando al padre o a otro consanguíneo, vehiculicen un agravio equivalente

Aspectos psicopatológicos.

El narcisismo primario es difícil de captar por observación directa, pero se puede comprobar mediante inferencia desde el adulto: "el conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo, no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres ..." (Freud S. 1914c AE., 14:88, SE, 14:91 ) Así, la actitud de los padres hacia el hijo pequeño sería un "renacimiento y reproducción del narcisismo propio ha mucho tiempo abandonado" (Freud S. 1914c AE., 14:87, SE, 14:90) Se expresa entre otras por la tendencia a: "renovar a propósito de él la exigencia de prerrogativas a que se renunció hace mucho tiempo [...] Enfermedad, muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad propia, no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él, y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de la creación. His majesty the baby, como una vez nos creímos." (Freud S. 1914c AE., 14:88, SE, 14:91 las cursivas son mías)

El narcisismo originario, estado en que se encuentra el yo infantil, se desplaza al ideal del yo, portador ahora de la perfección: "No quiere privarse de la perfección narcisista de la infancia [...] procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo" (Freud S. 1914c AE., 14:91, SE, 14:94, las cursivas son mías) Una instancia particular vela "por el aseguramiento de la satisfacción narcisista proveniente del ideal del yo y con ese propósito [observa] de manera continua al yo actual midiéndolo con el ideal." (Freud S. 1914c AE., 14:92, SE, 14:95) "Grandes montos de una libido en esencia homosexual fueron así convocados para la formación del ideal narcisista del yo, y en su conservación encuentran drenaje y satisfacción." (Freud S. 1914c AE., 14:92, SE, 14:95, las cursivas son mías) Si la observación de sí, demuestra o impone una diferencia entre el desempeño del yo actual y el ideal del yo, esta libido narcisista no se drena, se acumula, se estanca y tampoco se satisface, recordemos que "cualquier moción libidinosa que tropiece con un obstáculo se vuelve directamente hostil, cruel, ..." (Freud S. 1905c AE., 8:93, SE, 8:98-99, las cursivas son mías) Esta podría ser una explicación "económica" de la irrupción de los afectos de la vergüenza y la cólera en casos de notoria discrepancia entre yo actual e ideal del yo.

En otro contexto y con otra terminología, Freud parece haber delineado algunas de las características del ideal del yo que el niño proyecta ante sí. Con coherente continuidad se refirió a lo que subyace en el juego de los niños: "El jugar del niño estaba dirigido por deseos, en verdad por un solo deseo que ayuda a su educación; helo aquí: ser grande y adulto. Juega siempre a <<ser grande>>, imita en el juego lo que le ha devenido familiar de la vida de los mayores." (Freud S. 1908e AE., 9:129, SE, 9:145-146) O bien: "... es bastante claro que todos sus juegos están presididos por el deseo dominante en la etapa en que ellos se encuentran: el de ser grandes, poder obrar como los mayores." (Freud S. 1920g AE., 18:16, SE, 18:16, las cursivas son mías) Sin referirlo al juego, también expresó sobre los deseos infantiles: "Para el niño pequeño, los padres son al comienzo la única autoridad y la fuente de toda creencia. Llegar a parecerse a ellos -vale decir, al progenitor de igual sexo-, a ser grande como el padre y la madre: he aquí el deseo más intenso y más grávido de consecuencias de esos años infantiles." (Freud S. 1909c AE., 9:217, SE, 9:237, las cursivas son mías)

El niño pequeño no parece percibir el sometimiento de los padres a factores de poder extrahogareños: el trabajo, la cultura, las diferentes jerarquías, las normas que acatan sus progenitores. Desde su óptica de entre casa, sólo percibe que ser grande, encerraría las nociones de autonomía, de ser sujeto de las decisiones, de ser dueño de su propia vida. En su experiencia los grandes ejercen el mando, tienen autoridad, es decir son sujetos de las órdenes, disposiciones, preceptos e instrucciones de las cuales él es el objeto. Estas características encerradas en el deseo de ser grandes integraría junto a otras el modelo de comparación que constituye el ideal del yo.

Las situaciones descritas más arriba contrarían en mayor o menor grado este deseo de ser grandes que albergamos desde niños, la pasividad, el vernos como objetos de otros sujetos, el padecer (no ser agentes sino pacientes de las acciones) nos retrotraerían a la situación infantil en que realmente éramos todas esas cosas y de la que tan ardientemente deseáramos salir. En alguna de estas situaciones el contraste entre el yo actual y el ideal del yo se hace mayúsculo, circunstancia en la cual la libido narcisista que se drena y satisface (Freud S. 1914c AE., 14:92, SE, 14:95) en el cumplimiento del ideal del yo pasa a estancarse apareciendo según las circunstancias alguno de los afectos penosos de la vergüenza en tanto pudor (embarazo bochorno desazón turbación) y/o la vergüenza en tanto deshonor (degradación, ultraje, humillación, ignominia.) y/o la cólera (enojo, enfado, arrebato, furia, exasperación, rabia, irritación, ira.)
Con cierta renuencia, los adultos reconocemos la existencia de un orden suprapersonal al que nos sometemos, aceptamos integrar jerarquías, recibir órdenes, ser corregidos, etc. Pero en todos los casos lo hacemos con la sensación última de ser nosotros mismos quienes decidimos hacerlo por propia voluntad, queda preservada así nuestra ilusión de autonomía.

La "hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos" (Freud S. 1930a AE., 21:109, SE, 21:112) y la cólera.

¿Como son los "otros", aquellos a quienes nos avergonzaría mostrar nuestro yo real o con quién nos encolerizamos cada vez que, queriendo o sin querer, nos hacen sentir una discrepancia entre nuestro yo real y nuestro ideal del yo? Cerca de sus 74 años, Freud escribió: "...ese extraño es, en general, indigno de mi amor; tengo que confesar honradamente que se hace más acreedor a mi hostilidad, y aun a mi odio. No parece albergar el mínimo amor hacia mí, no me tiene el menor mirarmiento. Si puede extraer una ventaja, no tiene reparo alguno en perjudicarme, y ni siquiera se pregunta si la magnitud de su beneficio guarda proporción con el daño que me infiere . Más todavía: ni hace falta que ello le reporte utilidad; con que sólo satisfaga su placer, no se priva de burlarse de mi, de ultrajarme, calumniarme, exhibirme su poder; y mientras más seguro se siente él y más desvalido me encuentre yo, con certeza tanto mayor puedo esperar ese comportamiento suyo hacia mí" (Freud S. 1930a AE. 21:107, SE, 21:110-111, las cursivas son mías) ¿Senilidad, nihilismo, paranoia o muestras de un lúcido desencanto?

Freud hace para nosotros un pequeño catálogo de las mortificaciones narcisistas de las que podemos ser objeto. Es de destacar que en esta enumeración, no se mencionan acciones ajenas que atenten contra la autoconservación, no escribe sobre ataques graves -ni siquiera leves- a la integridad física, tampoco se refiere directamente a daños o perjuicios a nuestros objetos sexuales o a nuestro vínculo con ellos. Se refiere a un campo que está más allá de la libido objetal y más allá de la autoconservación; la "burla", el "ultraje", la "calumnia", el "despliegue de poder", apuntan a afectar la autoestima, el amor propio, la imagen cargada de libido narcisista que tenemos de nosotros mismos, instalan una brecha entre nuestro yo actual y lo que ideal del yo nos exige.
Abandonando la voz pasiva enumera más abajo: "... En consecuencia, el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, inflingirle dolores, martirizarlo y asesinarlo ..." (Freud S. 1930a AE. 21:108, SE, 21:111, las cursivas son mías)

Obviamente la explotación, la violación, el robo, la estafa, la tortura y el homicidio van más allá de la mortificación narcisista, pero salvo el último, conllevan un atentado a la autoestima de quien las padece y al parecer una ganancia para la autoestima del agresor.
Continúa Freud: "Esa agresión cruel aguarda por lo general una provocación, o sirve a un propósito diverso cuya meta también habría podido alcanzarse con métodos más benignos" (Freud S. 1930a AE., 21:108, SE, 21:111, las cursivas son mías) Si incluimos entre las "provocaciones" a las mortificaciones narcisistas, encontraríamos parte de la explicación de lo que más arriba denominábamos "desmesura". En la reacción colérica aparece una urgencia por cerrar la brecha entre yo real e ideal del yo que la afrenta a generado, y que en ausencia de reacción perduraría; parece agregarse también una liberación de la "agresión cruel" que acecha en nosotros y cuya satisfacción aporta un placer también narcisista: cuando la pulsión de muerte "emerge sin propósito sexual, incluso en la más ciega furia destructiva, es imposible desconocer que su satisfacción se enlaza con un goce narcisista extraordinariamente elevado, en la medida en que enseña al yo el cumplimiento de sus antiguos deseos de omnipotencia" (Freud S. 1930a AE., 21:117, SE, 21:121, las cursivas son mías) En otras palabras, la furia destructiva expresada en la cólera contribuye a restituir el equilibrio narcisista al satisfacer el deseo de omnipotencia del yo.

Las normas pueden protegernos de los excesos de esta: "hostilidad primaria y recíproca de los seres humanos"14 (Freud S. AE. 21:109, SE, 21:112, las cursivas son mías) pero "... la ley no alcanza a las exteriorizaciones más cautelosos y refinadas de la agresión humana" (Freud S. 1930a AE. 21:109, SE, 21:112) con las que hay que aprender a lidiar. Tras un largo aprendizaje, en algún momento, las disputas entre hermanos dejan de ser dirimidas por los padres, y aquellos, "se las arreglan entre ellos", encuentran impropio recurrir a la "autoridad" para resolver los problemas de convivencia, y muchas veces son ayudados por el "no me vengan con cuentos" parental. En la escuela, el "loro", el moderno "buchón" no es sólo aquel que adula a la maestra, es también el que no pudiendo o no animándose a resolver personalmente un problema interpersonal, lo pone en conocimiento de la "autoridad". Obscuramente los niños parecen sentir que no ser capaz de resolver los propios problemas es motivo de vergüenza. "Decile a la maestra" no siempre sería el mejor consejo paterno, algunos padres recurren al aparentemente más realista "arreglátelas (solo)" esto es, "no seas pasivo frente a los problemas con tus iguales haciendo que otros te los resuelvan, arréglalos tú mismo."

La vergüenza.

La vergüenza, una forma de reacción a las mortificaciones narcisistas, es el primer sentimiento que menciona la Biblia: "Y estaban desnudos, Adam y su mujer, y no se avergonzaban." (La Santa Biblia. El Génesis 2:25) Luego de comer el fruto prohibido: "... fueron abiertos los ojos de entrambos" y "conocieron que estaban desnudos: entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales." (La Santa Biblia. El Génesis 3:7) Una semiología de la vergüenza aparece en este texto de varios miles de años de antigüedad. Adán y Eva reaccionaron a la desnudez, que antes no los avergonzaba, tapando(se), ocultando, escondiendo, cubriendo. La vergüenza queda asociada a la diferencia y en último término a la alteridad, ello nos expresa uno de los efectos (o fines?) de la vergüenza, limitar lo que se expone a la mirada o al conocimiento de los otros. La vergüenza, nos dice el Génesis, es resultado de exponer algo de uno mismo a la mirada no consentida del otro.

A pesar de ser omnisciente, Dios, infirió la falta por la reacción avergonzada de Adán: "... Y llamó Jehová Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y escondime ... ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ..." (La Santa Biblia. El Génesis 3:9, 10, 11, las cursivas son mías) La reacción de Adán señala el carácter anticipatorio de la vergüenza que no depende sólo de lo actual sino de lo eventual. La vergüenza aparece como la primera reacción mítica a la conciencia de sí. En este relato, la mirada queda privilegiada como desencadenante del sentimiento. No sólo la mirada propia ("fueron abiertos sus ojos") sino también y sobretodo la mirada ajena percibida o anticipada que ubica a Adán como objeto de la percepción ajena no consentida. Este nexo que ya encontramos en la Biblia, entre la mirada ajena y la vergüenza, señala el valor "reflejante", "espejante" que tienen los ojos ajenos los que en estos casos "devuelven" una imagen desvalorizada. Es comprensible entonces que este sentimiento tan dependiente de la mirada ajena funcionando como espejo, esté íntimamente relacionado a los avatares de la libido narcisista. Adán anticipando la mirada de otro parece encontrar una discrepancia entre como se ve y como querría mostrarse, lo cual señala una deficiencia en su yo real que lo mueve a esconderse.

Vergüenza deriva de "verecundia" la que no sólo se expresa como castidad y pudor, por el rubor cuando se asiste a conversaciones o actos que implican falta de recato sexual, también incluye el respeto ante los padres y mayores que impide realizar ciertas acciones (que los avergonzarían), incluye asimismo a la modestia y al respeto de las normas y convenciones sociales. Por ello la "inverecundia" implica no sólo la falta de pudor sino también la falta de respeto y el desdén por las normas y las leyes. El lenguaje recoge esta distinción y el "desvergonzado", el impúdico es diferente del "sinvergüenza", el deshonesto, aquél que no tiene suficiente vergüenza como para no incurrir en ciertas acciones que las normas de convivencia sancionan.

Freud vincula a la desnudez con la vergüenza, esta operaría específicamente contra los componentes exhibicionistas de la pulsión.15 En su obra, aparece casi siempre vinculada a la noción de "dique" o "parapeto", asociada al asco y la moral como poderes represores de condicionamiento orgánico. (ver por ejemplo, Freud S. 1905d AE., 7:161y 7:211, SE, 7:177-178 y 7:231) Para evitar "verse" o "ser visto" en determinados aspectos, la persona reprime ciertas tendencias que de actuar libremente lo llevarían a exponerse a la mirada ajena, a quedar en "exhibición".

También en una mención aislada, y vinculándola al invento cultural del tejido se refirió a ella en los siguientes términos: "La vergüenza, considerada una cualidad femenina por excelencia pero fruto de la convención en medida mucho mayor de lo que se creería, la atribuimos al propósito originario de ocultar el defecto de los genitales. No olvidamos que luego ha tomado sobre sí otras funciones" (Freud S.1933a, Conf 33, AE., 22:122, SE, 22:132, las cursivas son mías) Aquí Freud adhiere a la idea de que la vergüenza podría estar vinculada a la expresión de un conflicto narcisista, a una merma de la autoestima por la presencia de un "defecto" en el yo actual.

También describe otros afectos disfóricos vinculados al daño de la autoestima, por ejemplo en un pasaje del historial de "Lobos" que tiene que ver con el tema de la actividad/pasividad, con la oposición sujeto/objeto de la que venimos escribiendo. Luego de un período en el cual el paciente soñó reiteradamente que atacaba sexualmente a la hermana, evocó el episodio de la seducción de la que había sido objeto por parte de ella. Vinculando ambos hechos, Freud postuló que las fantasías que estaban en el origen de estos sueños de agresión sexual, "estaban destinadas a extinguir el recuerdo de un suceso que más tarde pareció chocante al viril sentimiento de sí del paciente, reemplazando la verdad histórica por un opuesto de deseo. Según estas fantasías no había desempeñado frente a la hermana el papel pasivo, sino al contrario: había sido agresivo había querido verla desvestida ..." (Freud S. 1918b AE., 17:20, SE, 17:20, las cursivas son mías) Recapitulando: haber sido objeto de una seducción, haber representado el papel pasivo determinó un "choque", un traumatismo a la autoestima que se expresó en un afecto disfórico emparentado con la vergüenza.

En los ejemplos señalados la disforia es señal de una tensión entre una situación fáctica, real y otra que hubiera sido preferible, más acorde con las expectativas de la autoestima: sin "defecto" en un caso, "activa" en el otro. Como vimos, Freud postuló al ideal del yo como modelo de perfección a que debe aspirar el yo-real; la realidad advierte o impone permanentemente las diferencias entre el yo real (lo que se es, se hace o se tiene) y el ideal del yo (lo que se aspira a ser, hacer o tener). En épocas de relativa calma, gracias a la omnipotencia del pensamiento, el sujeto se entretiene fantaseando situaciones en las que aparece como protagonista de hazañas, actos heroicos, aventuras sexuales, llenando así la brecha entre su yo real y el ideal del yo. Pero, "... el adulto se avergüenza de sus fantasías [...] preferiría confesar sus faltas [aquello que pueda generarle culpa] a comunicar sus fantasías [aquello que pueda generarle vergüenza]" (Freud S. 1908e AE., 9:129, SE, 9:146, las cursivas y los comentarios entre corchetes son míos) La vergüenza aparece no ya como "dique", defensa contra la sexualidad, sino como defensa de la autoestima, el fantaseador "... se esconde de los otros, las cría [a sus fantasías] como sus intimidades más personales" (Freud S. 1908e AE., 9:129, SE, 9:146, las cursivas son mías) En estos casos, no es el fantasear que avergüenza, es que los "otros" se enteren.

Frente a nosotros mismos (como el Hombre de los Lobos) o frente a los demás, no toleramos vernos o mostrarnos pasivos, víctimas (Lobos), "imperfectos" (mujeres), "pueriles" (fantaseo), no toleramos exponernos a ser objetos para los "otros". Tomando la analogía de los puercoespines de Schopenauer16, Freud escribe: "... ninguno [de los seres humanos] soporta una aproximación demasiado íntima de los otros" (Freud S. 1921c AE., 18:96, SE, 18:101) La vergüenza tendría así una función trófica al preservar la "distancia" de que nos habla Schopenhauer, eludiendo las "espinas" del otro. También puede adquirir un carácter inhibitorio desmedido, cuando la intolerancia a la posibilidad de algún malestar narcisista generado por los "otros" es desmesurada. No es extraño que la fantasía de perfección venga a presentarse como alternativa a la vergüenza, transformándose a su vez en factor de inhibición. ¿Cuantas obras de arte, manuscritos, trabajos científicos, opiniones no ven nunca la luz pública por el afán de los realizadores de perfeccionarlos indefinidamente?

Salidas elegantes a las mortificaciones narcisistas.

El tema de la mortificación narcisista no siempre da lugar a reacciones borrascosas, en algunas ocasiones, se puede salir airoso de ellas. En 1938, luego de largos e inciertos trámites burocráticos ante las autoridades nazis, sobre todo la Gestapo, Freud y su familia fueron autorizados a emigrar. Inmediatamente antes de su partida, las autoridades le exigieron firmar una declaración que establecía que no había sido sometido a malos tratos. Freud la firmó y por propia iniciativa agregó un comentario de puño y letra: "Puedo darles a todos las más altas recomendaciones de la Gestapo." (Gay P. 1989 p. 695, las cursivas son mías) Luego de cinco años de nazismo en Alemania, nadie podía ignorar los procedimientos de la policía nazi. Sin embargo aparece este gesto que fue prácticamente el último de Freud en Viena, gesto arriesgado pero que, gracias a su presencia de ánimo y a la obtusa mentalidad policial, le permitió pasar con donaire de objeto de una humillación a sujeto de una ironía. Podemos imaginar que se fue de Viena más contento consigo mismo que lo que hubiera estado de haber simplemente firmado el frío documento burocrático.

Bibliografía.

ABBAGNANO N. (1963) Diccionario de Filosofía, México, Fondo de cultura económica.
BREUER J.. En: FREUD S. (1895d) en colaboración con Breuer J. Estudios sobre la histeria. Amorrortu Editores, 2, Buenos Aires, 1980.
DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA. España (1992)
EIDELBERG, L.(1959) The concept of narcissistic mortification. Int. J. Psycho-anal., 40:163-168
FREUD S. (1890a) Tratamiento psíquico. Amorrortu Editores, 1:111, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 7:281
------------ (1893a) en colaboración con Breuer J. Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos Amorrortu Editores, 2:25, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 2:3
------------ (1896c) La etiología de la histeria. Amorrortu Editores, 3:185, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 3:189
------------ (1900a) La interpretación de los sueños. Amorrortu Editores, 4-5, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 4-5
------------ (1901b) Psicopatología de la vida cotidiana. Amorrortu Editores, 6, Buenos Aires, 1980, SE, 6.
------------ (1905)c El chiste y su relación con lo inconciente Amorrortu Editores, 8, Buenos Aires, 1980. SE, 8
------------ (1905d) Tres ensayos de teoría sexual Amorrortu Editores, 7:109, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 7:125
------------ (1905e) Fragmento del análisis de un caso de histeria. Amorrortu Editores, 7:1, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 7:3
------------ (1908e) El creador literario y el fantaseo. Amorrortu Editores, 9:123, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 9:143
------------ (1909c) La novela familiar de los neuróticos. Amorrortu Editores, 9:213, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 9:237
------------ (1910c) Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci. Amorrortu Editores, 11:53, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 11:59
------------ (1914c) Introducción del narcisismo. Amorrortu Editores, 14:65, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 14:69
------------ (1915b) De guerra y muerte. Temas de actualidad. Amorrortu Editores, 14:273, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 14:275
------------ (1915c) Pulsiones y destinos de pulsión. Amorrortu Editores, 14:105, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 14:111
------------ (1918b) De la historia de una neurosis infantil. Amorrortu Editores, 17:1, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 17:3
------------ (1920g) Más allá del principio de placer. Amorrortu Editores, 18:1, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 18:7
------------ (1921c) Psicología de las masas y análisis del yo. Amorrortu Editores, 18:63, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 18:69
------------ (1923e)) La organización genital infantil. Amorrortu Editores, 19:141, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 19:141
------------ (1924d) El sepultamiento del complejo de Edipo. Amorrortu Editores, 19:177, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 19:173
------------ (1925j) Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. Amorrortu Editores, 19:259, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 19:243
------------ (1926d) Inhibición, síntoma y angustia.. Amorrortu Editores, 20:71, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 20:77
------------ (1930a) El malestar en la cultura. Amorrortu Editores, 21:57, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 21:59
------------ (1931b) Sobre la sexualidad femenina. Amorrortu Editores, 21:223, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 21:223
------------ (1933a) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Amorrortu Editores, 22:1, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 22:3
------------ (1939a) Moisés y la religión monoteísta, Amorrortu Editores, 23:1, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 23:3
------------ (1940d) en colaboración con Breuer J. Sobre la teoría del ataque histérico. Amorrortu Editores, 1:187, Buenos Aires, 1980. Standard Edition 1:151
------------ (1950a) Los orígenes del psicoanálisis. Proyecto de una psicología para neurólogos. Amorrortu Editores, 1:211, Buenos Aires, 1980. 1:175
GAY P. (1989) Freud una vida de nuestro tiempo. Buenos Aires, Paidós.
GRAVES R. (1974) El mito de Edipo en: "CARUSO I. Freud, un muerto venerado y traicionado" Buenos Aires, Baires SRL.
GRIMAL P. (1973) Mitologías del Mediterráneo al Ganges. 3a. edición, Barcelona, España, Editorial Planeta
------------ (1993) Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona, Paidós.
HOMERO La Ilíada. Barcelona 1973, Verón
LA SANTA BIBLIA. Sociedades bíblicas unidas. Sociedad Bíblica Londres 1959
LEFEVRE H. (1974) Edipo en: "CARUSO I. Freud, un muerto venerado y traicionado", Buenos Aires, Baires SRL.
WOLFENSTEIN, M. (1969) Loss, rage, and repetition. Psychoanal. St. Child, 24:432
KOHUT H., (1972) Thoughts on Narcissism and Narcissistic Rage. Psychoanal. St. Child, 27:360



Notas:

1Trabajo comentado en la Asociación Psicoanalítica del Uruguay, Junio 1997.
2 No existe una versión canónica del mito de Edipo. La descripción que se dará puede contradecir otras. Esta versión surge de: Grimal P. 1973 y Grimal P. 1993.
3 Según otras versiones el insulto fue "simulacro" Lefevre H. 1974 p. 74
4 Confrontar mas adelante la importancia del tema actividad/pasividad en las afrentas narcisistas
5 Como se verá más adelante, una de las formas de atacar la autoestima ajena y de defender la propia es a través del insulto, de ahí que se deba recurrir a expresiones infrecuentes en trabajos psicoanalíticos.
6 Confrontar la "pulsión de venganza" de Breuer citada más arriba
7 "[...]el estado narcisista primordial no podría seguir aquel desarrollo si todo individuo no pasara por un período en que se encuentra desvalido y debe ser cuidado, y durante el cual sus urgentes necesidades le fueron satisfechas por aporte desde afuera, frenándose así su desarrollo." (Freud S. 1915c AE., 14:129, n. 30, SE 14:134, las cursivas son mías)
8 A lo que cabe agregar una observación clínica: "en lugar de pena, la reacción más común a la pérdida de un progenitor que encontramos en niños y adolescentes es la cólera" (Wolfenstein M. 1969 p. )
9 En: EIDELBERG, L.(1959) puede encontrarse un abordaje de este tema desde una perspectiva diferente. Según una aproximación descriptiva, las mortificaciones narcisistas aparecerían "... siempre que el sujeto se torna un objeto de otro sujeto" (Eidelberg p. 163) Vincula las mortificaciones narcisistas con el "hecho [de que el paciente] es también un objeto de agresión externa (no sólo un sujeto)" (Eidelberg, p. 167) y las relaciona al afecto del terror: "la descarga de agresión contra la persona produce un sentimiento de terror que moviliza la Personalidad Total en un intento por eliminar este terror, sea encarando realísticamente al agresor, sea denegando lo que ha sucedido" (Eidelberg, p. 167) En este trabajo se postula que las reacciones afectivas a las mortificaciones narcisistas son del orden de la cólera y/o la vergüenza, no del terror.
10 Mortificar. Dañar gravemente alguna parte del cuerpo.[...] 3 Afligir, desazonar o causar pesadumbre o molestia. Diccionario de la Real Academia, 1992, las cursivas son mías
11 Ofender. hacer daño a uno físicamente, hiriéndolo o maltratándolo. B. injuriar de palabra o denostar.
C. Decir o hacer algo que demuestre falta de respeto consideración o acatamiento. Diccionario de la Real Academia, 1992, las cursivas son mías
12 En nota al pie J. L.. Etcheverry acota "{<<Kränkung>> [mortificación]; de la misma raíz que <<Krankheit>>, <<enfermedad>>.} Freud S. 1893h AE., 3:38
13 " [...]lo que llamamos fenómenos (síntomas) de la neurosis son la consecuencia de ciertas vivencias e impresiones a las que, justamente por ello, reconocemos como traumas etiológicos". Entre otras características destaca que: "a) Todos esos traumas corresponden a la temprana infancia, hasta los cinco años aproximadamente [...] b) Por regla general, las vivencias pertinentes han caído bajo un completo olvido [...] c) Se refieren a impresiones de naturaleza sexual y agresiva, y por cierto que también a daños tempranos del yo (mortificaciones narcisistas)." (Freud S. 1939a AE., 23:71, SE, 23:74, las cursivas son mías)
14 También: "la inclinación a la acción agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano" (Freud S. 1930a AE., 21:117, las cursivas son mías)
15 " ... los genitales son para nosotros pudenda, provocan vergüenza ...." (Freud S. 1910c AE., 11:90, SE., 1:96, las cursivas son mías)
16 "Un helado día de invierno, los miembros de la sociedad de puercoespines se apretujaron para prestarse calor y no morir de frío. Pero pronto sintieron las púas de los otros, y debieron tomar distancias ..." (Freud S. 1921c, AE, 18:96, SE, 18:101, las cursivas son mías)