Pasajes.
Celia Calvo.
Interrogada por varios adolescentes, en los lugares por donde
transcurre mi práctica, (consultorio, hospital), me vi llevada a intentar dar cuenta, de
algunas cuestiones de ese tiempo particular llamado adolescencia.
La primera cosa que se me ocurría, es que el adolescente nos convoca en nuestra propia
travesía por ese pasaje. Y lo que es de rigor a partir de la afirmación de Lacan, que
toda resistencia es del psicoanalista, es sólo en la medida de haber resuelto alguna cosa
allí, que podemos escuchar (como sucede siempre) a nuestros jóvenes analizantes. No he
sido la excepción y sólo en el aprés coup, es que me he encontrado llevando adelante,
desde hace bastantes años, el análisis con varios de ellos.
La segunda reflexión es que siempre es necesario escuchar eso que se dice de
"adolescente" del sujeto en la cura. Entendiendo esto, como algo que excede la
delimitación cronológica, ya que cierne una realidad de procesos psíquicos que nos
informa sobre la construcción misma del sujeto. Si éste es un tiempo lógico donde
vienen a desplegarse las diferentes modalidades puestas en juego, del nombre del padre,
podemos hablar de adolescencia, toda vez que un sujeto es conducido a reintroducir en su
universo psíquico, un nuevo orden significante. Esta irrupción o reaparición
significante, lo conduce a ordenarse de manera diferente frente a su deseo, obligándolo a
poner en juego, las distintas articulaciones que el deseo tiene con la ley simbólica y
entonces con la castración.
De la crisis
Una crisis se produce, cada vez que un acontecimiento vuelve
bruscamente a poner en causa, lo que era hasta ese momento, la organización subjetiva. Lo
pubertario aparece como un empuje imperioso, y en ese sentido tiene la dimensión real de
la pérdida en el duelo. Lo que es particular en el adolescente, es que al mismo tiempo en
que la puesta en juego del deseo impone movilizar los lazos que constituyen la trama de su
subjetividad, aparece un verdadero trabajo de duelo, en tanto pérdida de una forma de
relacionamiento con los otros, padres y pares. Se vive como una pérdida, la renuncia a
una relación inmediata a las cosas .
El sujeto se reapropia allí, dolorosamente de una falta, base del deseo ,esa que hace que
se corra tras los objetos que vendrían a colmarla. Intenta lanzarse en la lógica de su
deseo de manera nueva e inaugural.
El chico pierde a dos puntas: lo que él creyó ser para el deseo de sus padres y por ende
a sus padres al hacer la prueba a través del desprendimiento, de la vacuidad o de la
falta en el Otro. Entonces pérdida objetal de ese objeto "a"que era para sus
padres y que conlleva a un trabajo de duelo. Por eso muchas veces en la clínica con el
adolescente, constatamos más depresión que angustia.
Segundo despertar
A esta constricción de lo real, el adolescente la vive directamente en
las transformaciones de su cuerpo. La vive también, en los efectos de esos cambios sobre
sus pares y sobre sus padres.Estos acogen sin embargo las iniciativas del adolescente, con
una gravedad, una inquietud y una urgencia que no estaban antes presentes. La urgencia en
la que a menudo somos llamados a resolver esta crisis, viene a oponerse al tiempo de
comprender y al mismo tiempo viene a validar la creencia de la omnipotencia dada al Otro
(también en la transferencia). Sus actos son percibidos como interpelación dirigida al
Otro, generalmente alrededor de cuestiones que implican su relacionamiento con el Otro,
con el semejante, y con el otro del Otro sexo. Pero, lo sabemos, esta crisis subjetiva es
un momento lógico del pasaje de la infancia a la adultez, la cual ningún sujeto puede
ahorrársela. Bajo el efecto de la irrupción de lo sexual en su cuerpo, pondrá en juego
aquello que le permita testimoniar de eso que él desea. Esta vez, intentando que sea a
propio título.
Así, muchas veces, los actos aparecen como un recurso que dice de los avatares del
trabajo de aceptación de la falta en el Otro. Marcan los puntos de arribo, en donde el
joven tropieza con la instancia de la palabra, para pasar al afuera del campo del
lenguaje. Se corresponde entonces, con el hecho de hablar, ya que no hay existencia
subjetiva más que aquella que se da, a partir del encuentro traumático con el lenguaje.
Estos actos , en su forma radical, pueden conducir a la búsqueda de un goce real fuera de
la norma, fuera del límite, en conductas de riesgo. Irá entonces a buscar allí , los
límites que no encuentra en la palabra. Arriesgando y arriesgándose.
Doblemente excentrado, el sujeto está "en souffrance", traducción elegida por
Lacan, en el Seminario 11, para la Unterlekt, Untertragen freudiana (realidad). Tal como
lo plantea , jugando con la ambigüedad del término francés, "la realidad se
encuentra ahí en sufrimiento, esperando..."(pág.66.Ed Barral). Podríamos agregar,
esperando el encuentro que inscribe el sujeto en el lenguaje, barrándolo.
Pasajes...
En el pasaje de la infancia a la adultez, encontramos entonces un
conflicto necesario, para alcanzar la autonomía de la creación del sujeto. Pero también
la crisis nos dice de otro pasaje, esta vez al acto.
Comienza con un pasaje al acto abriendo el camino hacia la conquista de la significación
de una palabra. Si bien el pasaje al acto constituye un recurso que devela el fracaso de
la elaboración por la palabra, para el adolescente puede implicar la reapropiación del
sujeto en su propio lugar de elaboración. Así se puede entender lo sostenido por Lacan
(en el Seminario 14, el 8/3/67) cuando afirma el pasaje al acto como fundador del sujeto.
Se ubica así, del lado del sujeto en el fantasma, en tanto éste aparece allí borrado al
máximo por la barra.. El sujeto se precipita desde el lugar de la escena donde sólo
puede mantenerse en su estatuto, como sujeto fundamentalmente historizado y cae
esencialmente fuera de ella.
Los hechos al final de la fase de latencia: tales como la menstruación, el primer amor o
las primeras eyaculaciones, si aparecen validados como actos precipitan en la neurosis
adulta.
Como actos, esto es en tanto tiene participación el sujeto, conciernen a su propia
posición . El cambio radical está dado a partir del momento en que el sujeto está
implicado en lo que le ocurre, en tanto sujeto y no solamente como el objeto que era, a
partir de un saber que viene a completar el fantasma.
Podemos leer la afirmación freudiana del aprés coup en tanto el segundo acontecimiento,
revela el trauma del primero. Esto es, cosas que estaban allí, pero que develan recién
después su significación. No es traumático simplemente lo que en un momento hace
irrupción, lo que ha rajado en algún lugar un tipo de estructura, dice Lacan, que sería
imaginada como total. Sino más bien, que algunos acontecimientos vienen a colocarse en un
cierto lugar en la estructura. Y lo ocupan, tomando valor significante, manteniendo este
lugar para un sujeto determinado.
Al Acto.
El acto se plantea entonces, como el único lugar donde el significante tiene la apariencia, la función en todo caso, de significarse a sí mismo, es decir de funcionar fuera de sus posibilidades. El sujeto está representado como pura división, en donde la división es su representante. Como señala Lacan en el seminario de la Lógica del fantasma, se trata de la eliminación del Otro, en tanto campo cerrado y unificante. El acto es un significante que se repite y es en esto que es fundador del sujeto. Digamos que es imposible definirlo de otra manera más que sobre el fundamento del doble bucle, es decir de la repetición. El sujeto entra en el acto, sexual, como lo recuerda Lacan (Seminario 15, 28 /2/68), como producto y en donde sólo puede repetir la escena edípica, es decir repetición de un acto imposible. Es el equivalente de la repetición, en el único rasgo, que Lacan designa con el corte en el centro de la banda de Moebius, que es el doble bucle del significante. En el acto, el sujeto es equivalente a su significante, aunque no por eso queda menos dividido. Es por esto que de un acto verdadero el sujeto surge diferente en razón del corte.
Oscilaciones.
En el curso de esta crisis, los puntos identificatorios basculan, ya
que aquellos que los garantizaban, aparecen desfallecientes. Es entonces del lado de sus
pares, compañeros y compañeras, en donde el adolescente busca, prueba, como ante un
espejo un yo ideal un poco problematizado. Por eso en este tiempo, la preeminencia de lo
imaginario y lo especular vienen a suplir la desfallecencia simbólica y llevan a hacer
prevalecer la búsqueda del reconocimiento mutuo por el signo de la determinación
significante.
Esas partidas voluntarias, temporarias, escapes o fugas, el aislamiento o a veces el
suicidio, se dan cuando, sintiéndose sin salida, tienen el sentimiento de que no son
vistos más que al precio de desaparecer. El pasaje al acto del tipo
"niederkommen", da cuenta del proceso de repetición traumática, de la ausencia
de mediación. Repite afuera todo el deseo de muerte, pero en el morir mismo de todo
deseo, lo real de la eyección fuera de la escena (que ella sea aquella del lenguaje, del
fantasma o de la realidad), lo desaparece igualmente del sujeto. Así , la empresa gira,
menos en resituar ese momento de muerte del sujeto que, hacia intentar reconstruir aprés
coup, una lógica alrededor de eso que lo vuelve imposible. El pasaje aclara el doble
proceso polarizante: desaparición y renacimiento del sujeto traumatizado a partir del
primer encuentro, traumático, que es aquél del lenguaje, que lo divide y lo barra. Así
a la joven del "niederkommen", cuando se dan las dos condiciones esenciales,
esto es, mirada del padre e imposibilidad de hacer frente a la escena de su amiga, le
llega dice Lacan, su identificación absoluta con el "a" al que ella se reduce.
Identificada y al mismo tiempo rechazada, aparece "deyectada" fuera de la
escena.
En cuanto a las fugas, qué son, sino esas salidas vagabundas al mundo puro, donde el
sujeto, puesto en posición infantil, parte a la búsqueda , al encuentro, de algo
rehusado. La partida es ese pasaje de la escena al mundo. Y Lacan da dos registros del
mundo en el Seminario de La angustia, 23/1/63 . El sitio donde lo real se apresura a esa
escena del Otro, en la que el hombre como sujeto tiene que constituirse y ocupar un lugar
como aquél que porta una palabra, que no podría soportarla sino en una estructura que
siempre es de ficción.
El límite entre la escena y el mundo, nos indica el significado de un acto por el cual,
en cierto modo, el sujeto vuelve a esa exclusión fundamental en la que se siente el
momento mismo, en que se conjugan deseo y ley.
Del Análisis.
En eso que nos concierne, tenemos que ver con aquellos en los cuales
estos episodios no se limitan a la irritabilidad, o a la imprevisibilidad, sino que dan
lugar a resituar las anorexias, los intentos de autoeliminación, las depresiones, o
drogadicción, y que vienen a manifestar un impasse en ese trabajo psíquico necesario
para acceder a la vida adulta. Por eso el lugar del analista, siempre cuestionado, no es
de hacer entrar al adolescente en un orden familiar o social, sino de permitirle separar
eso que en sus actos, da cuenta de la búsqueda mórbida o mor tífera del goce perdido en
los tiempos de la infancia. Los pasajes al acto que se multiplican y repiten, plantean la
dificultad del adolescente de asumir sólo su fantasma, ya que cada fantas- ma es
totalmente individual. Al tiempo que implica la ruptura que lo hacía dependiente, en
tanto niño, del fantasma materno.
Si lo que hay del saber deja siempre un residuo, residuo constituyente de su estatuto, la
cuestión que se puede plantear es a propósito del partenaire, del que es allí, no
ayuda, sino instrumento para que se opere algo, que es propiamente dicho, la tarea
analizante. Se trata entonces de que el sujeto quede advertido de esta división
constitutiva, después de la cual, para él, algo queda abierto que no puede llamarse de
otro modo más que pasaje al acto esclarecido. Es por saber justamente, que en todo acto
hay algo que como sujeto, se le escapa, que vendrá a hacer incidencia y que al término
lo que hay del acto a cumplir es el relanza - miento de su subjetividad propiamente dicha.
Montevideo, agosto de 2001