Erotismo y anonimato en la cultura del ocio.
Rasia Friedler

En las sociedades occidentales posindustriales, el ciberespacio se ha convertido en una especie de laboratorio subjetivo donde los nuevos homos ludens exploran posibilidades eróticas desconocidas. Parecería que en ese gran campo de referencia libidinal, lo erótico se ha transformado en una recreación en sí misma. Hay un apetito visual y una búsqueda de goce apoyado en un más allá de la materialidad de los cuerpos y de las formas genéricas e identitarias. Los cibernautas somos invitados a experimentar el estremecimiento de la entrega y la incertidumbre amorosa con la conciencia de su inverosimilitud. El pensamiento pragmatizado se orienta por una economía del goce desplegada en la esfera fusional, un goce "sin trabas" que regula y limita su alcance para denegar la falta.
Ahora bien, ¿qué interrogantes nos surgen como psicoanalistas frente a tales promesas dionisíacas? Si consideramos que todo el desarrollo histórico de la civilización ha descansado sobre la opresión del potencial pulsional al servicio de relaciones sociales de dominación, ¿cuáles son los rasgos represivos de la era digital, en que se pretende dar libre curso a los potenciales pulsionales reprimidos?
La tecnología ha adquirido una legitimación social que lleva a que se acepte sus contenidos con llamativa docilidad. En tanto los cuerpos virtuales se tornan objeto de una exhibición casi carnavalesca lo negativizado reaparece; no hay conjura posible para el malestar en la cultura. La accesibilidad casi ilimitada del objeto virtual trastoca el deseo en simulación. Además, se perfila una tendencia social alienante: la proximidad electrónica compite con la proximidad física. La brevedad de los intercambios recíprocos está al servicio de una lógica de consumo orientada a asegurar un flujo continuado de recambios objetales. Todo eso puede redundar en "desafecciones" (McDougall, 1984), con una pérdida de sentido de los vínculos intersubjetivos, o bien en "vacíos por saturación" (Sternbach, 2000). Las virtualidades del erotismo se rigen por la lógica narcisista de la instantaneidad: se minimiza la espera y el pudor, la alteridad y la ajenidad. Posible trampa del paraíso electrónico: una vez resguardada de todas las tensiones que trae pertenecer a un vínculo, la voluptuosidad puede apagarse.
Consignar el lado oscuro y sórdido de este campo de experiencia humana no significa alentar una visión neofóbica o apocalíptica de las nuevas tecnologías. Tampoco se trata de justificar cualquier práctica realizada en nombre del placer, ni de promover la canalización virtual de todo lo que no puede ser tramitado por vía simbólica. Entiendo, sin embargo, que una sociedad que se pretende menos represiva no debería ostentar la saturación sexual del dominio público ni la violencia sexual que revela actualmente.
Abrumados como estamos por la ubicuidad de los medios de comunicación, pretendemos aunar el reconocimiento y el anonimato. Nada resulta más paradójico: la red tiene un potencial sin precedentes de destruir la privacidad de una forma irrevocable: toda la información incorporada a Internet se difunde muy fácil y rápidamente por las redes. Además, lo íntimo, lo privado y lo público se confunden y desdibujan en los nuevos mercados de bienes materiales y simbólicos.
La búsqueda de anonimato en los contactos eróticos que se establecen en la red es uno de sus rasgos más notables. En Internet las referencias identitarias parecen muy tenues: la dirección de correo electrónico, el historial del navegador con los sitios visitados, etc. pero sabemos que no lo son y si bien algunos usuarios recurren a distintos procedimientos para preservar su privacidad, siempre está presente el posible asedio de los hackers. ¿Qué angustias primarias se pretende alejar bajo esa pérdida de referencias identitarias? ¿En qué mecanismos inconscientes se apoya la nueva sacralización del sexo anónimo?¿Cómo se da el proceso que puede llevar a experiencias intersubjetivas traumáticas a partir de escenarios fantasmáticos virtualizados?
Evitar ser identificado con intenciones eróticas no es un fenómeno novedoso en la historia, ha formado parte de las estrategias y tácticas de los rituales de coqueteo y seducción desde los tiempos más remotos. Allí están los bailes de máscaras, las cartas anónimas, el anonimato forzado de muchos autores de la literatura erótica que debieron enfrentarse a la justicia a causa de sus libros. Parecería que el anonimato siempre ha sido un recurso para la liberación pulsional. La vida erótica, sabemos, se potencia con el secreto, el riesgo y el misterio. Sin embargo, entre los griegos y los romanos la literatura erótica llegó a mostrarse a plena luz.
El ocultamiento de las señas identitarias cobra una nueva dimensión en nuestra sociedad trivializada: se ha convertido en una pauta distintiva de la vida erótica virtual. El anonimato como una aspiración social es la contracara de los famosos cinco minutos de gloria televisiva, efectos de un sistema económico que favorece al mismo tiempo el cultivo del exhibicionismo y del aislamiento social. Es una cualidad medular del proceso de espectacularización y globalización efectivizado a través de la tecnología. La sexualidad liberada de sus restricciones sociales tradicionales se va estructurando de un modo transhumante en el juego móvil de los registros semióticos y significantes.
Como condición de inmersión sensible en el campo erótico-virtual, el anonimato potencia la ilusión de retorno al estado naciente de la subjetividad. Esa forma de desinformar puede enriquecer la producción de subjetividad. Al desconectarse de las conformaciones dominantes de socialidad, el ocultamiento de datos identificatorios puede facilitar una reactivación fantasmática inconsciente capaz de generar nuevas aperturas vinculares: se suprime el mundo tangible para hacer comparecer nuevas modalidades de subjetivación.
Por otro lado, en tanto expresión de empobrecimiento y de renegación de las referencias identitarias, el anonimato puede constituir una forma de alienación recíproca de las subjetividades. El anonimato, como condición relacional, puede reflejar el desgarramiento del tejido social, el debilitamiento y la fragmentación de las pertenencias institucionales y la pérdida de inserción social.
En fin, este escrito ha apuntado a una ampliación del campo de lo posible en la realidad social concreta, más allá de las sustituciones ilusorias o de los caminos virtuales que se pueda recorrer para favorecer su transformación. Quedan más preguntas que respuestas. ¿Cumplirá la tecnología su promesa de enriquecimiento de la vida fantasmática y de ampliación de la vida erótica? ¿Permitirá la aceptación social creciente de la sexualidad plástica un mayor desarrollo de las potencialidades emancipatorias de los seres humanos? ? ¿Hará la realidad virtual revelaciones más asombrosas acerca de los placeres sensuales o se limitará a repetir lo ya conocido? ¿Cuáles serán los nuevos destinos de los viejos placeres carnales?

Bibliografía

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