Acerca de "25 watts", o la circularidad en penumbras de la morosidad.
David Amorín Fontes.

Tomaré como punto de partida para este artículo la película uruguaya "25 watts", condensando las ideas generales que he propuesto en los debates de cine-foro en los que he participado a propósito de este film. Con esta excusa aludiré, en versión muy sintética, a la noción de morosidad que manejan diversos autores psicoanalistas franceses la cual permite acercarse a fenómenos de la clínica del adolescente, así como a situaciones frecuentes en la crisis de adolescencia hoy.

Un ritmo circular, opresivo, agobiante, se cierne sobre el espectador cerrándose cual callejón sin salida, mientras el gris de las imágenes impregna los ojos, y más allá, abonando una sensación de parálisis e impotencia que atenta contra nuestras posibilidades de pensar.

Desde la butaca uno se siente más vacío (o "vaciado") al terminar la película. He aquí - en resumen - el propio sentir de los jóvenes que nos muestra esta historia, seres que no están nada lejos, son nuestro propios jóvenes, nuestros propios hijos en el sentido más amplio del término. Cómo decía una colega en una de las discusiones sobre el tema: "esta película la he visto cientos de veces, todos los días a la vuelta de mi casa".

Esa dificultad para tomar distancia, que puede llevar a que la angustia nos tome por asalto, debe dar paso a una reflexión que permita pensar en las peculiaridades de la subjetividad de estos personajes que también a veces despiertan sonrisas al espectador, aunque más no sea a modo de coartada hipomaníaca que nos permite a los adultos renegar parcialmente de la responsabilidad que tenemos en relación a lo que es el mundo hoy.

El film propone una estética del encierro, algo así como una suerte de mito del eterno retorno donde no hay salida y el destino parece depender de cuestiones tan accidentales como pisar algo indeseado en la vereda.

La historia se enmarca en un ritmo circadiano en el que el mundo da una vuelta entera sobre sí mismo, sin que en ese lapso estos jóvenes encuentren un atajo para transformar en espiral el circulo que oprime su existencia, corriendo prácticamente una suerte reificadora que hace que se asemejen demasiado al vehículo que transita las calles difundiendo publicidad sonora; o al disco de vinilo que gira hasta "rayarse" (¿expresión metafórica de la locura que contiene toda la anécdota por más cotidiana que nos parezca ?); o al hamster que seguramente sueña con pasear libre mientras agita sus patitas en una rueda-noria que no lo lleva a ninguna parte; o la pelota que es dominada hasta el hartazgo subiendo y bajando una y otra vez mientras alguien persigue un patético record que lo lleve a la fama; o la abuela que deambula por la casa al son de las campanadas que marcan la hora y definen donde debe ir y que debe hacer, automatismo que condensa dramáticamente cuanto de la crisis evolutiva de la vejez se emparenta con la de los jóvenes hoy día; etc.

Propongo tomar como herramienta para leer el relato que narra esta historia algunas de las características del concepto de morosidad (morosité) propuesto por Pierre Mâle, (citado por P. Gutton) (3), estado emocional que bascula entre el hastío y el tedio con su corolario de aburrimiento, sin llegar a constituir (técnicamente) una depresión neurótica o narcisista, ni una psicosis propiamente tal. No encontramos en estos casos ansiedades relativas a situaciones de pérdida y duelo, ni la tristeza con autorreproches, o la alteración del principio de realidad y la reconstrucción delirante. Si bien la situación de morosidad como estado emocional se ha descripto en relación a fenómenos patológicos francos como ser la delincuencia, toxicomanías, trastornos alimenticios, intentos de suicidio o suicidios, fugas, etc. lo tomaremos como referente aplicable a la anécdota que nos propone "25 watts".

En términos generales, la metapsicología asociada a tales cuadros parece más bien girar con énfasis en torno al eje de lo económico, los flujos pulsionales se presentan con una debilidad tal que casi no hay capacidad para investiduras que sostengan y cohesionen saludablemente la interacción compleja mundo interno/mundo externo.

Se instala una dinámica de desafectivización, como si el deseo, pulsiones, afectos, emociones, etc. hubiesen entrado en peligro de extinción. Se quiebra la homeostasis psíquica dando por resultado un bloqueo de lo pulsional, estasis empobrecida que ensombrece el sentir apagándolo, debilidad libidinal y tanática que en su máxima expresión llevaría a un verdadero estado de afánisis.

El observador externo percibe al sujeto como desvitalizado, afectado incluso en sus actitudes posturales y en general en el modo de manejar lo psicomotor, como si el uso del esquema corporal en el espacio estuviese alterado en sus posibilidades operativas. Una aureola general de cansancio y desgano remata el cuadro. Es de suponer que el sujeto en estas condiciones no vive con placer sus actividades En el film de referencia se observa como el consumo (tabaco, alcohol, imagen televisiva, etc.) constituiría, más que un medio, un fin en sí mismo destinado a agotarse sin dejar experiencia agradable, como si no constituyese acontecimiento del cual el sujeto se apropie en un gesto de autoría confirmatorio de su propia identidad. La sexualidad misma parece constituir una acto aislado de los afectos, una rutina cuasi-mecánica y descolorida.

Apelemos aquí a los aportes de J. McDougall, autora que ha trabajado notablemente la idea del "paciente desafectivizado": "el uso del prefijo latino "dis-", que indica "separación" o "pérdida", puede sugerir metafóricamente que ciertas personas están psicológicamente separadas de sus emociones y que pueden por cierto haber "perdido" la capacidad de estar en contacto con su propia realidad psíquica. Pero también me gustaría incluir en este neologismo la importancia del prefijo griego "dys-" con sus implicaciones respecto de la enfermedad. Sin embargo, he evitado escribir la palabra de ese modo puesto que entonces habría inventado una nueva enfermedad. Aunque podría alegarse que lo fuera en casos graves de patología de los afectos (...). (5). (Las negritas me pertenecen).
Estas estructuras de personalidad reposan, grosso modo, sobre un trasfondo narcisista donde la fragilidad interna parece ser la nota dominante. Los desarrollos de afecto se encontrarían coartados en su expresión, siendo su destino la sofocación. Históricamente, el planteo de que el afecto podía ser coartado fue desarrollado por S. Freud y J. Breur en su "Comunicación preliminar" (1), unido notoriamente a la noción de trauma y de defensa. Así entendido, la supresión del afecto sería una forma extrema y última de represión, constituyéndose en uno de los posibles destinos de aquél.
El afecto, estrechamente ligado a la energía del aparato psíquico, está en relación directa con las catexis que invisten las representaciones. Esta mecánica interna puede precipitar en la conciencia como cualidad sensible dando por resultado diversos sentimientos asociados a expresiones emocionales. Por otra parte los afectos están ligados sin solución de continuidad a las fuerzas pulsionales que por vía de sus representantes se erigen justo allí donde lo somático y lo psíquico se encuentran sin poder diferenciarse. Profundizando en el espesor de lo inconsciente, sólo encontramos más internamente el deseo inaprensible pero ubicuo. En algún o algunos de los eslabones de la cadena: deseo - pulsiones - desarrollos de afecto - catexis representacional - cualidad sensible conciente - vínculo con los objetos externos y el mundo se produce un cortocircuito que define la subjetividad de los jóvenes de esta saga posmoderna titulada "25 watts".

Siguiendo a A. Green (2), "los "afectos", ya sean producidos desde afuera o nacidos desde adentro, pertenecen a ese terreno contrastado de los estados de placer o de dolor. (...). A la categoría de afecto se opone la de representación (...). Si bien se le reconoce al afecto ser provocado por una causa exterior, se admite que existe una tendencia interior hacia tal o cual desarrollo afectivo".

Es justamente la constelación afectiva empobrecida de los personajes en cuestión lo que nos impresiona como relevante a modo de expresión cuasi-"patognomónica" de esta experiencia de morosidad, "ya que el afecto, tal y como se presenta en la organización psíquica de tal o cual individuo, es lo que se identifica más a menudo con lo que ese individuo presenta de más irreductiblemente singular, de más singularmente individual". (ídem)..

Este estado vivencial, así descripto, es subjetivado en clave de hastío, aburrimiento y tedio, en tanto sentimiento de vacío en relación con el entorno, sentido como "(...) disminución de los estímulos del medio ambiente. La señal es la desilusión, la inadecuación entre los estímulos internos y externos y de allí la desesperanza del sujeto". (Haynal) (3). De lo anterior se desprende que también están empobrecidas las representaciones que deberían interactuar dando vida anímica a las fantasías intrapsíquicas que orienten a la libido en su búsqueda de objetos.

Es en esta encrucijada, en la cual suponemos que la escena interna oficia de guión con el motor de la compulsión a la repetición como acicate para sujetar al sujeto de deseo a una existencia soldada con su historia donde pretendo detenerme ahora. Sin embargo voy a proponer el camino inverso: transitar la dirección que lleva del ambiente y sus vicisitudes – internalización mediante – al aparato psíquico imprimiendo efectos dramáticos en su estructura. En síntesis, intentar pensar qué del mundo externo puede devenir productor de morosidad en algunos jóvenes, afectando de manera sustancial su psiquismo y sus vidas.

Es menester recurrir a la idea de interacción, eje sin el cual no habría sujeto, adelantando que "(...) el concepto de interacción conlleva una visión del organismo como interdependiente en sus relaciones con los otros organismos, de manera que la mente, más que residir en el individuo, se manifiesta en el mundo intersubjetivo". (7).

La hipótesis para avanzar en estas elucubraciones podría esbozarse ahora de la siguiente manera: la experiencia de morosidad, en estos casos, sería reflejo-defensivo en el joven de lo que (descolorido y pobremente) le ofrecen la realidad externa y los adultos como modelos (véase por ejemplo el personaje que emplea a uno de los jóvenes en su negocio de publicidad ambulante, o el vecino estereotipado del ascensor, o el blandengue descompensado por su insalubre trabajo) para proveer de apuntalamientos a su narcisismo e identidad. En última instancia entonces, este encorsetamiento de la subjetividad no estaría solamente referido a experiencias tempranas fallidas en donde relaciones arcaicas dan paso defectuosamente al mundo representacional, sino fundamentalmente a los efectos que imprime la llamada "mutación civilizatoria" en la producción de subjetividad juvenil hoy. De todos modos podemos suponer que la emergencia de aspectos de la vida mental primitiva está disparada por el debilitamiento de la cohesión yoica en el joven, producida por el impacto que la actual realidad circundante imprime en el yo ideal y los ideales del yo entre otras dimensiones del psiquismo.

Parece ser esta mezcla caótica de transformaciones vertiginosas que algunos describen como mutación civilizatoria - que interpela a las ciencias humanas haciéndoles revisar casi todos sus postulados a la luz de las flagrantes alteraciones que la cotidianidad humana ha sufrido - la que puede ofrecernos algunas claves para aproximarnos al mundo que padecen hoy los jóvenes.

La revolución tecnológica, tercera gran transformación de los medios de producción, se ha procesado a un ritmo tal que los sujetos no han podido acompasar ni asimilar los cambios producidos, viendo acrecentar el hiato existente entre ellos y la información que fluye día a día. Es esta misma velocidad de las transformaciones la que imprime alteraciones en la experiencia temporal subjetiva, cuestión sobre la que volveremos más adelante. Los valores éticos y morales no sólo se han desdibujado ostensiblemente, sino que muchos de ellos se han transformado en su propio negativo merced a la imposición de anti-valores vehiculizados preponderantemente por los mass media. La exigencia de una satisfacción inmediata de las necesidades, anhelos e ideales - la mayoría de los cuales están enmarcados en una lógica adictivo-consumista - promueve pasajes al acto individualistas con pérdida de confianza en el otro. La familia como grupo primario ha sufrido transformaciones dramáticas fundamentalmente desde la mitad del siglo veinte en adelante, obligando la redefinición de los roles de padre, madre e hijo (en la película no aparecen figuras parentales directamente). En lo que respecta a lo evolutivo, "la cultura contemporánea ha extendido el proceso adolescente, y parecería que tiende a no terminar nunca. De esa manera se prolonga el conflicto edípico y se exacerban los aspectos narcisistas primarios. También se aísla al sujeto de la vida en comunidad , se fragmentan las relaciones y eso refuerza la participación en grupos en los que prevalece la satisfacción narcisista en detrimento del bienestar común y de la convivencia social integrada". (4). El film en cuestión muestra con claridad la importancia que tienen los vínculos amistosos (pero sin ningún tipo de expresión de afectividad) que despliegan los tres personajes centrales en el seno de su reducido grupo. El grupo oficia, a veces, de burbuja protectora ante los peligros externos, de hecho uno de los personajes es "capturado" por otra "tribu" de jóvenes, viviendo una experiencia desagradable. El fenómeno de la banalización sin duda conlleva un perjuicio en relación a los jóvenes, quienes ven escamoteada la posibilidad de asumir con dignidad cuestiones trascendentes tales como la sexualidad, el amor, las solidaridad, la amistad, el trabajo, el tiempo libre, la amistad, el crecimiento y desarrollo personal, la transgresión como expresión del conflicto intergeneracional, etc. Respecto de este último punto, en la película vemos pseudo-transgresiones infantiles como jugar al "ring-raje", escuchar rock por los altoparlantes, etc. Un agravante dificulta aún más las cosas, el fenómeno de la adolescentización. La instauración del modelo juvenil (fundamentalmente corporal pero no exclusivamente) erigido en ideal para la sociedad, desdibuja las singularidades generacionales tornando más borroso el perfil del adulto al que los jóvenes deberían enfrentarse como forma de promover modificaciones en algunos componentes de la estructura social, es como si la tarea social que otrora les cupo a las generaciones jóvenes hoy no hubiese quien la lleve adelante.

En otro plano, el mundo laboral ha visto estallar su estructura la cual ya no alberga ni sostiene a los trabajadores como ocurría años atrás; la desocupación aumenta en el mundo a pasos agigantados, y la desafiliación y exclusión parecen generar más miedo en los adultos que la enfermedad o la guerra. Hoy los jóvenes parecen no encontrar ofertas educativas que les reaseguren frente a las angustias e incertidumbres que presagia el mundo del trabajo. La inestabilidad, la competencia salvaje y la tecnocracia del éxito a cualquier precio no parecen seducir demasiado generando un aferramiento al presente - al punto de recalentarlo- como estrategia fallida para evitar que llegue el mañana.

En un mundo donde el cambio más que excepción se ha vuelto constante, escuchamos permanentemente plantear que todo está en crisis, en este esquema de fracturas y pérdidas, la crisis adolescente y juvenil se vive en situaciones de riesgo y con muy pocos factores de protección, aumentando la fragilidad y vulnerabilidad yoicas.

Parece quedar claro que son esencialmente las condicionantes externas que definen hoy la vida cotidiana las que impactan en la subjetividad juvenil alterándola hasta el extremo de llegar a paralizar el desarrollo emocional, en tanto que "(...) es mediante la cultura que el individuo organiza su self, la vida pulsional y las funciones que le permitirán la interrelación en los niveles intra, inter y traspsíquico. Una cultura poco continente y que disocia, se convierte en factor fundamental para que se instale una organización fallida de la estructura y de la dinámica del sujeto, de las relaciones familiares y de la sociedad en sí". (ídem).

La dimensión temporal se presenta como una de las variables identitarias más distorsionadas. El film trasunta claramente la percepción subjetiva del tiempo que sus personajes viven como enlentecido, casi paralizado, dando vueltas sobre sí mismo sin llevar a ninguna parte, donde la vida misma parece demorada a la espera de nada.

Según A. Moffatt, "el hombre primitivo tuvo que inventar el mundo, la realidad, la cultura. Especialmente, debió crear un artificio, una ficción, una construcción imaginaria que llamó tiempo. (...). Debió inventarlo para sostener la sucesión de presentes caóticos de actos y percepciones que apenas realizados se desvanecen". (6) Para este autor, la sensación crítica de vacío tiene que ver con la desestructuración emocional que produce la vivencia de tiempo paralizado, (similar a lo que podemos suponer que acontece para los jóvenes de "25 watts"). De alguna manera, el futuro - espacio virtual donde deberían anidar sueños, proyectos, anhelos y deseos - se anticipa como amputado, allí donde debería reinar la utopía aparece la incertidumbre inmanejable, cuando no la nada.
La compleja articulación entre tiempo (histórico) y temporalidad (dimensión del sujeto) desborda los límites de este artículo. Sólo mencionaremos que la identidad del sujeto está sostenida en una red compleja multidimensional de tiempos paradójicamente muchas veces contradictorios entre sí, "la historia, sea la de un ser vivo o la de una sociedad, no podrá jamás ser reducida a la sencillez monótona de un tiempo único". (8).

Es como si para nuestros jóvenes el tiempo se volviese una trampa en donde no hay apelación posible al pasado para auto-reconocerse dando sentido a la historicidad personal y reparar la identidad amenazada, ni tampoco un presente que oficie de articulador creativo de los yoes que fuimos con los que aspiramos a ser. De esta forma el futuro no "ilusiona" y sólo promueve des-esperanza dado que "(...) la generación de jóvenes no está sintiendo que haya un mundo que los espera ni en lo laboral, ni en los valores, ideales, o algo de mitos que los estén esperando, o esa presencia de esas memorias personales o colectivas por venir; y que son ellos los que reciben como bofetada, el legado de la cultura de la instantaneidad". (9).

"25 watts", concebida como un film de guión, prácticamente ha devenido un documental dramático sobre la realidad de muchos jóvenes uruguayos (sinopsis de las vidas de otros tantos latinoamericanos) que, desde el punto de vista clínico, ni siquiera hacen síntoma, pero son ellos mismos síntoma y analizadores de la sociedad toda. Ojalá, entre todos, tengamos las suficientes "luces" para encontrar posibles cambios y alternativas válidas para recuperar el futuro que algún día pareció pertenecernos.

 

Bibliografía.

1.- Freud. S. Estudios sobre la histeria. (1893). Obras Completas. Tomo II. Amorrortu.

2.- Green, A. El discurso vivo. Una concepción psicoanalítica del afecto. Ed. Promolibro. 1998. Valencia,

3.- Gutton, P. La morosidad: más bien el hastío que la barbarie. Revista N/A. Nº 9. 1996. Bs. As.

4.- Levisky, D. Depresiones narcisistas en la adolescencia y el impacto de la cultura. En "Los duelos y sus destinos. Depresiones hoy II"). A.P.U. 2000. Montevideo.

5.- McDougall, J. El paciente desafectivizado. En Revista de Psicoterapia Psicoanalítica. Tomo I, Nº 4. A.U.D.E.P.P.. 1985. Montevideo.

6.- Moffatt, A. Terapia de Crisis. Teoría temporal del psiquismo. Ed. Búsqueda. 1982. Bs. As.

7.-Ponsi, M. Interacción y transferencia. En Libro Anual de Psicoanálisis XIII. Ed. Escuta Ltda.. 1997. San Pablo.

8.-Prigogine, I. Stengers, I. La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia. Madrid. Alianza Editorial. 1983.

9.-Viñar, M. La experiencia freudiana hoy. En "Vigencia y porvenir del Psicoanálisis". Serie Interrogantes Nº 2. Audepp. Editorial Fin de Siglo. 1995. Montevideo.