Juegos de verdad
Juan Carlos Capo
Introducción.- No solo la razón—y con ella la
pluralidad conceptual— alberga sus monstruos. Alinear en demasía, como ha
sido hecho, el psicoanálisis a las ciencias de la salud y de la salud mental,
ha hecho que el psicoanálisis se acerque a la medicina, cuando él nació
precisamente porque no podía entendérselas con ella.
Si Freud —como Marx—han sido caracterizados como instauradores de
discursividad —según Foucault, y ya entramos en materia— (En Cáp. 20 "¿Qué
es un autor?", M. Foucault, Vol. I Obras esenciales, Entre
filosofía y literatura, Paidós, Barcelona, 1999, p. 344)...desde ese nuevo
ámbito de discursividad, el psicoanálisis, si permanece fiel a sus orígenes,
no puede ser ubicado en un ámbito de cientificidad, como el de la medicina. Y
no puede ser ubicado allí, porque en el ámbito de la cientificidad, las
nociones vuelven a reciclarse en la maquinaria científica. Así un progreso de
la imagenología neurológica o de las neurociencias pertenece a la
cientificidad.
Un "retorno a Freud", en cambio, como lo designa Foucault (en Ob. cit.)
—no se puede no pensar en Lacan—tiene como fondo,
"sobrevolándolo", los (nuevos) presupuestos discursivos
que abrió Freud.
"Este retorno—dice Foucault—se dirige a lo que está presente en el
texto, más precisamente, se regresa al texto mismo, al texto en su desnudez, y,
a la vez, sin embargo, se regresa a lo que está marcado en hueco, en ausencia,
como laguna en el texto". ( Ob. cit. p. 347).
Este artículo, pues, se nutre de potencialidades heurísticas extraídas de
lecturas de Foucault, y, en menor medida, de otros dos autores próximos a
aquel. Ellos son: Gilles Deleuze y Jean Allouch.
Un teórico no demasiado frecuente.- Michel Foucault es un hito
insoslayable para afrontar ítems que incluyen una nueva mirada a la clínica, a
la psiquiatría, al psicoanálisis—tanto es así que Allouch llega, en
polémica afirmación, a enunciar que el psicoanálisis lacaniano será
foucaultiano o no será— a la locura y a la creación, creación dentro de la
locura (o imposibilidad de creación dentro de la locura)—ya que las dos
cosas, se podría decir que dijo Foucault—.
También sus textos plantean un nuevo lugar para el poder, para el placer, como
asimismo su concepto de medicalización y su batalla con médicos, psiquiatras,
y aun analistas, como también su renuencia a pasar por la psicopatología en la
problematización de tópicos que él entendió que merecían tener otro lugar y
otro abordaje, otro nombre, otra episteme.
En sus primeros libros: "Historia de la locura en la época
clásica" (1964), o en "Las palabras y las cosas" (1966) Foucault
no había abordado todavía la problemática del poder y del saber.
Un nuevo abordaje sobre el poder.- En el capítulo 10 de Obras
esenciales II, Estrategias de poder, "Entrevista sobre
la prisión: el libro y su método", Foucault precisa más su
pensamiento: ya no se trata de enfocar la historia anecdótica de reyes y
generales, ni la historia como procesos resultantes de infraestructuras
económicas; ni tampoco de una historia de las instituciones, y menos que menos
de una historia que considera las superestructuras en relación con la
economía.
A todo esto Foucault los llamará enfoques marxistas "blandos".
En nueva aproximación Foucault toma distancia de estos enfoques ya fatigados
sobre el poder y postula "una perpetua articulación del poder con el saber
y del saber con el poder" (...) .
Foucault dirá que el mandarinato universitario no es más que la forma más
visible, la más esclerotizada, y la menos peligrosa de esta evidencia. Se
necesita ser muy ingenuo para imaginar que en el mandarín universitario
culminan los efectos de poder ligados al saber, sostiene. (Ob. cit. p. 310).
El humanismo moderno se equivoca, pues, al establecer una división entre saber
y poder, agrega.
Freud y el poder.- Una conversación entre colegas, escuchada hace ya
muchos años da pie en la memoria al siguiente diálogo:
—"Freud no habla de poder en ninguna parte de su obras; su interlocutor
replica:
—¿"Y el superyo freudiano?"
Pero, ¿qué conclusión podemos extraer de este intercambio que la memoria
recobra y remodela con la imaginación?
Es cierto que Foucault dice que ni Marx, ni Freud, se ocuparon suficientemente
del poder.
Pero pienso que no menos cierto es que quizás Foucault no se haya detenido
lo suficiente en la erótica del superyo freudiano y la vuelta que a él hizo
Lacan ("figura obscena y feroz; boquete en el registro imaginario") y
con ello la posibilidad de hacer operativo este factor para los análisis de las
distorsiones analítico-institucionales en su quehacer.
Pero tanto Lacan como Foucault coinciden sí en la crítica a un imperativo
categórico, rastreable desde Freud, tomado del kantismo imperante en la época
y suficientemente fecundo en su potencialidad tanática: solo dos ejemplos: la
paranoia de autopunición de la paciente célebre ya en los ámbitos
psicoanalíticos y descrita por Lacan en su Tesis, o el título de uno de sus
trabajos: "Kant con Sade".
Pero estas son afirmaciones que hoy yo puedo escribir,
"diferenciadamente" (conceptual y temporalmente) (Deleuze).
Afirmaciones que surgen de un más allá de nostalgias y de idealizaciones,
operante en mí y asimilable a idealidades universitarias y/o religiosas que
dieron lugar a representaciones fundantes e incompletas, sobre las que tuve que
volver.
El contexto de estas líneas será pues, el del poder, visto desde un mirador
foucaultiano, que si no suscribo o me identifico in totum con él, no por
ello lo considero innecesario, sino que por el contrario, se me hace necesario
compartirlo con los lectores (en psicoanálisis y otras disciplinas), dado que
no es necesario identificarse con los autores que se leen, aunque sí es
importante conocerlos, máxime si ellos están, como lo están, afuera de los
trillos de la enseñanza institucional.
Muestras del poder en la institución analítica.- Lo que se va a leer es
paráfrasis algo extensa de un texto de Jean Allouch
"El espíritu Eitingon"—no me pertenece el enunciado, pero comparto
el concepto— que me modeló como a todo candidato nació en el Instituto de
Enseñanza de Berlín y fue retomado por la API (Asociación Psicoanalítica
Internacional) sin dejar de reconocer que procede asimismo del más puro cuño
freudiano.
Yo pienso, que, quien haya reflexionado un poco en la experiencia hecha en torno
a cómo opera la API ( en envío de trabajos, en concurrencia a congresos, en
líneas políticas verticales que de ella han "bajado" sobre las
instituciones—parámetros standarizados para el ejercicio del oficio de
analista, para la capacitación, para la redacción y publicación de trabajos
en sus publicaciones, etcétera— como asimismo en luchas de tendencias
teóricas, muchas de ellas personalizadas, con las dolorosas consecuencias que
de ello resultaron) me llevan a la conclusión, de que la API, como una central
del conocimiento, impartía e imparte, urbi et orbi, las claves del
conocimiento.
En ningún texto de Freud puede observarse tal demasía para una capacitación
analítica. Sin embargo, sin "aquello", no se operaba, ni se opera.
No fue Lacan solamente quien chocó contra eso, antes de la API, dentro de la
API, afuera de la API.
Winnicott confesó que debió "chapucear" sus escritos para que sus
intervenciones fueran admitidas.
Melanie Klein aconsejaba a sus discípulos que "predicaran" su
doctrina hasta que ella, la doctrina, fuera odiada.
¿Cómo la palabra de Freud que pudo ser recibida como una bocanada de aire
fresco podía convertirse en un collar de hierro?—esta es una pregunta que
(se) hace Allouch.
El nombre de Freud no zanja la cuestión.
¿Qué era lo que formaba legítimamente parte del campo freudiano, qué era lo
que de él debía ser excluído?
El malestar quizás podría provenir de que los guardianes del saber freudiano
en las instituciones llegaban a sostener qué es "exactamente"
lo que dijo Freud y que era preciso ceñirse a ello, como lo tuvo que
hacer Winnicott, como lo tuvo que hacer Melanie Klein, como lo tuvo que hacer
Lacan.
Por último, y no por ello menos importante, hay otro factor que se constituye
también en afluente que contribuye a la complejidad de la cuestión. El tal
afluente es que los libros de Freud no configuran un texto cerrado, plasmado en
un sistema asertivo, dogmático e incuestionable.
Discursividad de Foucault y Deleuze. La dispersión de "egos".
Abre fuego el primero:
—"Cada lucha se desarrolla en torno a un centro particular de poder (uno
de esos innumerables pequeños focos que van desde un jefecillo, un vigilante de
viviendas populares, un director de prisiones, un juez, un responsable sindical,
hasta el redactor jefe de un periódico." ( En Cáp. 4 "Los
intelectuales y el poder". Vol II de Obras esenciales, Estrategias
de poder. Paidós. Barcelona, 1999 p. 112).
En más de un diálogo que Foucault y Deleuze mantuvieran—ambos tenían una
raíz libertaria —no humanista, no progresista—se aprecia que ellos usaban
metáforas de guerreros, para avanzar en sus discursos. La retórica sofista, o
las ideas de Nietzsche, en ambos pensadores, serían prueba de ello, de la
estructura "guerrera" de sus discursos. Buscaban producir el efecto
"chispa producida por el filo de las espadas", un "efecto de
superficie", una estrategia de juego de verdades, que golpean, entrechocan,
sacuden, y abren al entendimiento.
Y en esos diálogos, ambos autores se refieren, también, a la noción de yo.
Deleuze pregunta lo siguiente:
—¿"Quién habla y quién actúa? —Y contesta: Siempre son una
multiplicidad los que hablan y actúan, incluso en la propia persona.Todos somos
todos. No existe ya la representación, no hay más que acción, acción de
teoría, acción de práctica en relaciones de conexión o de redes".
Y Foucault martillea: "De hecho, todos los discursos que están
provistos de la función autor conllevan esta pluralidad de egos. (...)
Continúa Foucault: El ego que expone el propósito, el ego que procede a la
demostración, y un tercer ego que es el que se expone para decir el sentido del
trabajo, los obstáculos encontrados, los resultados obtenidos, los problemas
que todavía se plantean.
En esos discursos, la función autor funciona de tal modo que da lugar a
la dispersión de estos tres egos simultáneos".(En Cáp. 20 "Qué
es un autor",Ob. cit. p. 343).
Esta afirmación me hace evocar "la multiplicidad de las personas
psíquicas", acuñada por Freud en su correspondencia con Fliess.
(También me recuerda un trabajo libre que presenté con ese mismo título en
Congreso de APU de 1993.)
El lugar del intelectual: los escollos de la ideología.- Foucault
dice a su colega que el intelectual estaba extraviado si creía estar en la
avanzada respecto de las masas.
—"el papel del intelectual—resumía Foucault—es luchar contra
todas las formas de poder allí donde éste es a la vez objeto e instrumento: en
el orden del "saber", de la "verdad", de la
"conciencia", del "discurso". (En Cáp. 4 "Los
intelectuales y el poder". Ob. cit. p. 107).
Foucault entendía que la ideología lo había trancado a
él como a muchas personas de su generación en su ahondamiento epistémico
personal.
La noción de ideología le parecerá, entonces, a Foucault difícilmente
utilizable. Da tres razones, que son reservas que él plantea a los efectos de
utilizar esta concepción.
La ideología—sostiene Foucault— está siempre en oposición virtual a algo
que sería la verdad; el segundo inconveniente, dice, es que pareciera referir
la ideología a un sujeto y por último, la tercera razón es que la ideología
está en posición secundaria respecto a algo que debe funcionar en relación
con ella.
"Es una noción que no se debe utilizar sin tomar precauciones",
concluye Foucault (Ob. cit. p. 48)
La cabeza de Medusa de la ideología.- La lectura de un escritor inglés,
un novelista que me parece particularmente interesante, Martin Amis, autor de "Koba
el Temible, la risa de los veinte millones", libro sobre el
stalinismo, hizo que me decidiera a transcribir unos breves fragmentos del
mismo.
Una opinión extendida sobre la ideología, es introducida por Amis de este
modo, en los párrafos que siguen:
"El programa bolchevique se basaba en los ideales de la Ilustración—partía
de Kant tanto como de Marx—motivo por el cual los liberales occidentales,
incluso en la era posmoderna, simpatizan con él o, por lo menos, nos sentimos
obligados a comprenderlo, aunque no compartamos sus objetivos políticos; en
cambio, el empeño nazi por "mejorar la humanidad", mediante la
eugenesia o el genocidio es un escupitajo a la cara de la Ilustración y no
puede producirnos más que repugnancia.
"El marxismo era un producto de la clase media intelectual;el nazismo era
sensacionalista, de prensa basura, de los bajos fondos. El marxismo exigía de
la naturaleza humana esfuerzos sin ningún sentido práctico; el nazismo era una
invitacion directa a la abyección. Y, sin embargo, las dos ideologías
funcionaron exactamente igual en sentido moral.
"La imaginación y fuerza espiritual de los malvados de Shakespeare se
detenía a la vista de una docena de cadáveres—dice Solzhenitsyn (autor de
'El archipiélago Goulag') y agrega:—Porque no tenían ideología"—
(Koba el Temible-La risa y los Veinte Millones, Martin Amis,p. 96-97,
Anagrama, 2004, Barcelona).
El poder. Las hecatombes humanas del pasado siglo.- Foucault
sostenía que el analista, como el médico, como el psiquiatra, se instalan del
lado de una normalización, inscribible dentro de un discurso de saber
que no excluye el poder, sino que, por el contrario, lo integra.
Yo, en cambio, entendía el poder solo como prohibición, como represión, como
impedimento de producción.
Foucault, por el contrario, no separa poder de producción, poder de acción
formadora de saber, e instancia inductora tanto de placer como de acción
productora de discursos.
En el capítulo 9. "Asilos, sexualidad, prisiones" del libro Estrategias
de poder, Foucault dice más:
—"Y cuando me refiero al funcionamiento del poder no me refiero
únicamente al problema del aparato de Estado, o a la clase dirigente, a las
castas hegemónicas...sino a toda una serie de poderes cada vez más
sólidos, microscópicos, que se ejercen sobre los individuos en sus
comportamientos cotidianos, y hasta en sus propios cuerpos. (...)
—Me parece que, tras el final del nazismo y del estalinismo—resume
Foucault— todo el mundo se plantea este problema, este es el gran problema
contemporáneo" (Ob. cit. p. 283).
Y, en sentido convergente, Deleuze establece lo siguiente: —"...fue el
marxismo quien definió el problema en términos de interés (el poder lo posee
una clase dominante definida por sus intereses). De repente, nos vemos obligados
a enfrentarnos a la siguiente cuestión ¿cómo es posible que gentes que no
tienen precisamente interés sigan teniendo y manteniendo un maridaje estrecho
con el poder, reclamando una de sus parcelas? (...) es que—continúa Deleuze—existen
inversiones de deseo que explican que se tenga la necesidad de desear (...)
desear de una forma más profunda y difusa que la del propio interés. Es
preciso estar dispuesto a escuchar el grito de Reich: ¡no, las masas no han
sido engañadas, ellas han deseado el fascismo en un momento determinado! Hay
inversiones de deseo que modelan el poder, y lo difunden y hacen que el poder se
encuentre tanto en el terreno de la policía como en el del Primer ministro, y
que no exista en absoluto una diferencia de naturaleza entre el poder que ejerce
un simple policía y el poder que ejerce un ministro." (Ob. cit. p. 113).
Fundar es determinar lo indeterminado. No es una operación simple—sostiene
Deleuze: "algo del fondo sube a la superficie, sube allí sin tomar forma,
más bien se insinúa entre las formas; existencia autónoma sin rostros, base
informal. Ese fondo, en tanto está ahora en la superficie, se llama lo
profundo, lo sin fondo. Inversamente, las formas se descomponen cuando se
reflejan en él; todo modelado se deshace, todos los rostros mueren, sólo
subsiste la línea abstracta como determinación absolutamente adecuada a lo
indeterminado, como rayo igual a la noche, ácido igual a la base, distinción
adecuada a la más completa oscuridad: el monstruo"(...) Diferencia y
repetición, Gilles Deleuze, p. 406 Amorrortu editores,Buenos Aires,
2002. Esta descripción me sugiere el unheimlich freudiano,
la angustia, la locura, la cabeza de Medusa, el inaccesible fundamento de
catástrofes humanas. Caben aquí los ejercicios de poder a mínima, como
el de las grandes hecatombes insensatas del pasado siglo, referidas más arriba.
Estrategias de verdad.- El sujeto de conocimiento.-Un eje de
investigación que Foucault va a privilegiar es el desasimiento de la
noción de sujeto de conocimiento y problematiza esta cuestión, a
través de un método: considerar los hechos de discurso, no por una
concatenación procesual, en que se va avanzando evolutivamente, sino que
Foucault considera los hechos de discurso como juegos de estrategia de acción y
reacción, de pregunta y respuesta, de dominación y evasión, así como de
lucha. (...)
"Este análisis del discurso como juego estratégico y polémico
constituye, (...) otro eje de investigación"—dice Foucault.( Cáp. 8 "La
verdad y las formas jurídicas" en Ob. cit. p. 171.
"—Si bien el psicoanálisis, reconoce Foucault, fue la práctica y la
teoría que reevaluó de un modo más fundamental la prioridad un tanto
sacralizada conferida al sujeto, prioridad que provenía en el pensamiento
occidental a través de Descartes, (...) si bien el psicoanálisis cuestionó de
un modo insistente esta posición absoluta del sujeto, mantuvo sin embargo la
teoría del sujeto (del sujeto del conocimiento), y continuó con su concepción
muy cartesiana y kantiana. Sujeto de conocimiento, sujeto de representación,
convertido en punto de origen a partir del cual el conocimiento es posible y se
manifiesta la verdad. (En cap. 8 "La verdad y las formas
jurídicas", en Estrategias de poder.)
Pero Foucault hete aquí que adhiere a los sofistas, porque encuentra sus
ejercicios de verdad más verosímiles que el discurso de los mismos filósofos.
—"Me parece que nos encontramos, cuando abordamos el problema de la
materialidad del lenguaje, con una especie de retorno al tema de la
sofística". (En Cáp. 8 "La verdad y las formas jurídicas", Ob.
cit. p. 281).
... me parece que también es muy importante en los sofistas la idea de que
el logos, el discurso en último término, es algo que posee una
existencia material".(Ob cit. 267.
Pero Foucault sobre todo sostiene su afiliación a Nietzsche, porque fue este
quien propuso en el discurso filósófico la relación de poder, "...llegó
a pensar el poder, pero sin encerrarse en el interior de una teoría política
para hacerlo" (Estrategias de poder, Cáp.10 Entrevista sobre la
prisión: el libro y su método p. 312).
Foucault dice que habrá de considerar en primer lugar y con gusto la
desenvoltura de Nietzsche cuando dice que el conocimiento fue inventado
en el recodo de un rincón cualquiera del Universo..."en un astro y en un
momento determinado". Con ello Nietzsche se oponía al neokantismo reinante
(año 1873), cuestionaba violentamente con esas afirmaciones las ideas de que el
tiempo y el espacio fueran formas de conocimiento, buscaba que ellas fueran
dejadas de lado, y se encontró con la resistencia de los que pensaron que eso
era algo inadmisible para la época.
Foucault se detiene en el término invención (Erfindung)
porque Nietzsche lo opone siempre a origen (Ursprung).
Y así Foucault pasará lista a la problematización que hace Nietzsche,
polemizando con Schopenhauer, al discrepar con este último en el sentido de que
habría algo innato en la naturaleza humana que relaciona un oscuro sentido
metafísico y el origen de la religión, más un supuesto origen de la poesía,
más un supuesto origen del ideal.
La noción de invención o fabricación de estas concepciones son vistas de otro
modo. Foucault les adscribe un sentido más villano, más mezquino, más de
microscópico poder capilar, laboriosamente trabajado, producido, inventado.
"A la solemnidad del origen es necesario oponer, si nos atenemos al rigor
del método histórico, la pequeñez meticulosa e inconfesable de estas
producciones, de estas invenciones, surgidas en medio de relaciones de
poder" (Ob. cit. p. 176)
Esta lectura de Foucault da pie para enunciar en él, en su discurso, en su
pensamiento, la imposibilidad de conciliar naturaleza humana y conocimiento.
Dicho en otros términos—sostiene Foucault—"el conocimiento es siempre
una determinada relación estratégica en la que el hombre está situado. Esta
relación estratégica definirá el efecto de conocimiento, y por esto sería
totalmente contradictorio imaginar un conocimiento que no fuese por naturaleza
necesariamente parcial, oblicuo, de perspectiva". (En el capítulo "La
verdad y las formas jurídicas", Estrategias de poder p. 183).
Por último Foucault acude una vez más a Nietzsche, y en un fragmento tomado de
La gaya ciencia reafirma esta idea de "invención del
conocimiento". El fragmento se denomina "¿Qué significa
conocer?" y Nietzsche carga sobre Spinoza, en el que este contraponía intelligere,(comprender)
a ridere(reírse), lugere(deplorar) y detestari(despreciar).
Nietszche dice que, por el contrario, comprendemos gracias al juego y lucha de
esas tres pasiones que son la risa, la lamentación y el odio. No será por la
vía de aproximarse al objeto, de identificarse con él, sino por una voluntad
oscura de alejarlo y destruirlo. Tal es el radical carácter avieso y afilado
del conocimiento, concluye Foucault.
Acá habría que insertar la frase de Allouch cuando sostiene — contrariamente
a Freud— que no hay una pulsión de saber.
Foucault prosigue su discurso y sostiene que no existe en el comportamiento
humano, en el apetito humano, en el instinto humano, algo así como un germen
del conocimiento; sí existe una relación con los instintos, pero no
puede el conocimiento estar presente en ellos, ni tampoco es un instinto
más. El conocimiento resulta del juego, del enfrentamiento, de la unión, de la
lucha y el compromiso entre los instintos. La deriva de superficie es esa: que
el conocimiento no es sino un resultado de superficie. El conocimiento es como
un destello, como una luz que irradia, pero que se produce mediante mecanismos o
realidades que son de naturaleza totalmente diversa. El conocimiento es (efecto
de los instintos) como un golpe de suerte, o como el resultado de un largo
compromiso. Es, en palabras de Nietzsche —prosigue Foucault—como "una
chispa entre dos espadas".
Pero, ¿qué significa conocer, entonces, para Nietzsche? Esta pregunta lo va a
llevar a Foucault a encontrar en estos textos de Nietzsche una política de
verdad. Verdad que será siempre plural, sostiene Foucault.
La antinomia Alétheia (verdad)-Lethé(olvido).-Jean Allouch en seminario
realizado el 25, 26 , 27 de octubre de 1997, en Córdoba, Argentina, seminario
publicado en dos tomos, que llevan por título:"El psicoanálisis, una
erotología de pasaje", el primero, y "El sexo de la
verdad", el segundo, y editados en 1998 y 1999, en la misma ciudad,
Allouch decía, intenta abordar la oposición verdad (Alétheia), olvido
(Lethé), articulándolas con la noción lacaniana de falo (la
"erección" de la verdad, para poner un ejemplo; su no vigencia si
pensamos en la detumescencia fálica; el derecho, como falo entendido
propiamente en su semántica literal, o la posesión del falo de los maestros,
en que su palabra es soberana, para poner otro ejemplo de esta falicización de
la verdad).
El mismo autor sostiene que la verdad no se deja atrapar ni desde el ángulo de
la realidad a la cual se dice que se adecua, (...) ni desde su idealidad,
a la cual el sujeto debería conformarse. Lo que tiene que ver con la verdad
(...) lo que la define como su contrapunto es el olvido. (...) Solo la
oposición de la verdad al olvido explica que la verdad sea plural, como decía
Foucault, y que sea también erótica; más exactamente, fálica, sostiene
Allouch. Plural porque no es la misma la verdad de los poetas, que la de los
reyes, que la de los guerrerros, que la de los sofistas.
De la accidentada consideración de ellos, puede resultar en que el
psicoanálisis tome el camino pastoral, esto es, el camino de la
religión."Yo soy el camino, la verdad y la vida". Jehová va en
auxilio de sus criaturas, aunque les imponga tareas de Job para cumplirlas. Los
hermanos se auxilian y se protegen entre ellos. Otras veces debaten y eso es
imaginarizado como fratricidio. El paraíso nos espera, así en la tierra, como
en los cielos. Esto implica un cuidar al semejante, pero también encierra una
posible implicancia de desvío hacia la "caritarización", un
afán por socorrer, y también, un obligar a recordar y a mirar, una y otra vez,
el horror.
En la p. 66 de El sexo de la verdad, al encarar posibles Versiones
de olvido, Allouch cita a un escritor inglés, John Cowper Powys, en
su libro The Art of Forgetting the Unpleasant, (1928), texto dice Allouch,
más cercano a Nietzsche que a Freud. ¿Por qué? Porque Powys formula un
"principio—moral—de placer", y no tiene en cuenta el más allá
freudiano del principio de placer, en que tomaba consistencia la reacción
terapéutica negativa, la idea del síntoma como retorno de algún
acontecimiento en el seno del olvido, el retorno de lo reprimido freudiano, que
no es tomado por Powys. Este afirma que "existe en el universo una
infinidad de horrores"; y habla de un "siniestro trasfondo de nuestras
experiencias individuales".
La experiencia de ese trasfondo evoca la cabeza de Medusa, como lo hacía la
transcripción de Deleuze, citada más arriba, en que se mentaba al
"monstruo".
Dice Powys: "Ser verdaderamente conciente del sufrimiento del otro, con una
sensiblidad tan estremecida, sería una condición a tal punto insoportable que
ningún hombre podría vivirla".
De allí, Allouch deduce una definición de la locura; la locura es no poder
apartarse, no poder olvidar, la locura tiene lugar, dice, cuando "los
estanques del olvido se secan".
Hay una fórmula equivalente al imperativo categórico en esos escribas del
horror que prescriben el afrontamiento de la verdad displacentera, que intentan
imponer a toda costa afrontar lo terrible y lo horrible, lo repulsivo, como si
el olvido y el olvido del olvido no hubiera operado—y aun no siguiera operando—con
su carga de presencia de Hypnos y Thanatos en los sobrevivientes de
dictaduras, pongamos (nos) de ejemplo.
Este no cargar las cuentas más que en el horror, son descritas por Powys, como
una presión que hace que nos debamos mostrarnos perfectamente en relación con
las letrinas del universo, si no, no pertenecemos.
Lo reprimido retorna: primer acercamiento al psicoanálisis y a la problemática
verdad/olvido. Recreemos el alborear analítico: la histeria sufre de recuerdos.
Anna O deberá hacer su catarsis, deberá poder recordar, deberá poder olvidar.
El recuerdo queda ligado a un restablecimiento no menos bienvenido que el
olvido. El olvido se encuentra con el poder dormir. Hypnos y Lethé
podrán, todavía, armonizar.
El velamiento de Alétheia se sella con lo reprimido, pero el retorno de
este es la verdad rediviva en el síntoma: verdad, saber y asunción—o no—de
Thanatos. A la verdad absoluta le ha de corresponder un
dominio no menos absoluto del falo. (Al olvido le corresponde la
detumescencia fálica). Se trata de dos valores límite que corresponden a dos
imposibilidades: 1)imposibilidad de un olvido radical:
fantasma obsesivo de una vida fuera del tiempo; 2) no asunción de la
muerte implica la imposibilidad de una verdad absoluta con un supuesto dominio
absoluto del falo (fantasma histérico de amo absoluto,
como si hubiera otro amo que no fuera la muerte, la borradura real
de la muerte).-
—¿Qué hacer ante la borradura real de la muerte?—se pregunta Allouch. Cita
a Paul Veyne que decía:
—"Tratemos más bien, de darle sentido y belleza a la muerte
borradura".
Pero la muerte implica el olvido, es olvido.
La privación de olvido es parte constitutiva de la verdad. Esta aparece como
obstáculo. La verdad es un obstáculo, reafirma Allouch. Es la que permite
discriminar psicoanálisis y religión. Esta verdad lucha palmo a palmo contra
el olvido, un combate tanto más bello cuanto que está perdido de entrada y no
ha sido declarado abierto (Allouch-En parágrafo "Verdad versus
olvido", en El sexo de la verdad-Erotología analítica II. p.
24 y siguientes).
Unas palabras sobre mis personales elecciones, sobre "mis propios puntos
de vista o mis propios pensamientos".- Tenga el lector presente la
noción "de autor"; la concepción sobre la "dispersión de los
yoes" en todo escrito que aspire a ser considerado obra, discurso, o aun en
algo de menores pretensiones, como este artículo.
Los autores transcriptos balizan mi pensamiento, pienso que con más
persuasión y claridad de lo que yo podría hacerlo con mi palabra sola. Todo
ser humano que lee a Shakespeare es Shakespeare, dijo
Borges (o yo lo inventé); así yo que he leído a Foucault, a Deleuze, a
Allouch, soy a los efectos, Foucault, Deleuze, Allouch, así sea funcional,
provisoriamente, porque en el contexto institucional desde el que escribo, fui
llevado a leer a estos autores y me brotó este escrito, seguido de muchas
reescrituras.
Pero sea: traigo a colación, para esclarecer más aún mi
conceptualización sobre los tópicos reseñados, el título de un relatorio que
escribí, cuando era candidato en análisis, en octubre de 1985, y lo presenté
en Buenos Aires, en Jornadas convocadas por lo que entonces se denominaba OCAL.
El título de las Jornadas, era: "La ideología en la formación del
candidato".
El título de mi trabajo era: "Ideología y psicoanálisis: una
asíntota" Allí dejé asentado, en párrafo final, lo siguiente:
"Quise resumir insuficientemente tramos de una prehistoria psicoanalítica
personal, con la ideología que esto conlleva, el encuentro con puntos de
la historia del movimiento psicoanalítico que particularmente me impresionaron
(el autoritarismo, el humanismo, referencias al oscurantismo
en la polémica de Freud con los surrealistas (...) la crisis de los
discursos médico y psicológico (...) como asimismo pasar revista a los
esfuerzos sincréticos psicoanalítico-marxistas (...) la invariable
oposición de Freud a estos esfuerzos, como también su preocupación por la
extensión del psicoanálisis al medio social. Lo demás es historia
presente (...): el espacio del candidato, el complejo problema de su
inserción institucional, el estudio de la problemática del exilio,
del retorno de los exiliados, de su vuelta a estar entre nosotros, con el
resurgimiento democrático, y de nuestro "insilio": las huellas que
ha dejado por los sombríos años vividos". (p. 17, Temas, abril/87,
No. 8. APU.) (Las cursivas son actuales).
En ese trabajo está la semilla de éste, pero este está escrito veinte años
después.
Creo haber reflexionado en la sucesión de los años que siguieron, sobre la
institución y sobre su instituto, sobre la API y sus resortes de poder, no
menos que sobre la APU y sus resortes de poder. Se los ha llamado de distinto
modo: bolsones superyoicos, jabberwockies, (inspirándome
en Lewis Carroll), grillos de acero, fantasmas persecutorios institucionales que
determinaron (y podrán determinar aún) consecuencias reales, desde el abandono
de la institución por parte de viejos integrantes, hasta la disminución del
deseo de otros de trabajar en ella. Esos grillos, en su acepción de anillos de
hierro, nos han modelado, pues, tan fuertemente, no menos fuertemente, que los
grillos de la API.
La crisis reciente del Grupo de los Analistas en APU y el análisis
pormenorizado y reciente de este gravoso problema que se llevó a cabo en varias
asambleas en la institución en el año 2004, y que diera lugar a un debate que
no ha terminado todavía, también hicieron que ahondara más en estas líneas
con la lectura de los escritos de Foucault, Deleuze y Allouch, escritos como se
ha visto, que tratan sobre el poder, sobre la representación fundante e
incompleta del "monstruo", sobre la verdad y el olvido, y sobre una
posible e indeseada alineación del psicoanálisis con la medicina y/o con la
religión.
Yo evocaba en ese trabajo de 1985 mis años de juventud y lo vuelvo a hacer
ahora. Se trasunta en la relectura de esos papeles viejos mis buenas intenciones
que no garantizaban nada o casi nada: ni el saber, ni las condiciones de
asequibilidad a él, ni el encontrar el qué, ni el cómo, ni el por qué.
Las pesadillas de apostolado de entonces eran no menos febriles que los anhelos
humanistas médicos e ideológicos, que hicieron de mí en aquellos años
jóvenes un militante.
La rama de la ideología sombreó mi juventud. Digo que la sombreó porque
navegué por aguas turbulentas, tuve pensamientos no menos desordenados, y no
pude concebir un trabajo libre de fuertes angustias libidinales-sociales.
(Hablo más precisamente del trabajo en el gremio estudiantil en aquellos años,
una potencia brillante otrora, convertida hoy en un farol apagado, en una verdad
de remarcable flaccidez.
Freud, Marx, Lenin y Trotski bailaban en mi interior una danza enloquecedora.
Merleau Ponty me sirvió de mucho para encarar empinadas cuestiones en aquellos
años de trabajo asistencial social).
Esta escritura de hoy—febrero del 2005— surge de un intento bastante
dificultoso para superar lo que es casi un síntoma que aún se yergue, síntoma
compuesto de nostalgia e idealidad, que allá lejos—y no solo allá lejos—
me asolaron, y que el psicoanálisis personal, más los años de praxis
analítica e institucional, hicieron que dijera adiós a cierto número de
verdades que se erigieron en mí por largo tiempo, y luego colapsaron ¿del
todo? ( Nada puede desaparecer del todo, como aquella inscripción en el escudo
de Francia, privilegiada por Freud: "Fluctuat nec mergitur":
"Flota sin hundirse".)
Debo mencionar sí, que en mí se ha instalado—como creo que queda demostrado
con las citas de Foucault y de Deleuze—la erosión del tópico ideología
como ejemplo prínceps de colmamiento de idealidad y de consiguiente irrealidad.
Con este colapso se ha derrumbado en mí también entre otras verdades, esta
otra verdad: la mitología, propia de la vida de los santos, que consiste en
ver a los psicoanalistas como almas buenas despojadas de anhelos de poder.
Sabido es que los fantasmas siempre retornan, que las verdades con
su ornato de certeza y locura—corolario obligado— siempre acechan, pero esta
es una polémica afirmación y yo debo poner provisorio punto final a este
trabajo.
Montevideo, febrero-marzo del 2005.
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-________________Historia de la locura en la época clásica. 1964. Fondo
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