Los inicios del tratamiento analítico más allá del contexto hospitalario.
Pablo Fidacaro

Extracto

Este testimonio se puede reordenar a partir de un interrogante inicial, resultado de una experiencia clínica ante la cual me encuentro a diario: ¿que ocurre cuando el hospital responde a la turbulencia de la angustia, el aplastamiento subjetivo, el resorte del acting/pasaje al acto y la profunda tristeza de un sujeto con un trato "hospitalario"? La paradoja acontece y el tan actual trastorno de personalidad interroga y desconcierta a quien se acerque. El psicoanálisis no es una excepción en este sentido, lo que conduce a repensar las condiciones de entrada, a un tiempo que confirma la chance terapéutica ya que de otra cosa que cuidar la vida se trata su ética. El hiato de los discursos y las posiciones se revela y da lugar finalmente al psicoanálisis como instrumento eficaz que encuentra un lugar inédito en la institución de la salud.

Introducción

La institución médico - hospitalaria cuida, asiste y cura a los enfermos. Cuidar la vida y lograr el bien del paciente se traduce en una máxima ética e ideal que exige el Otro de la Salud. La significación de lo "hospitalario" se desliza en este sentido y circula por salas y corredores, puertas de urgencia, consultorios y quirófanos. El sufriente demanda la cura a su padecer, mediante la parafernalia científica, técnica y humana que "bisturea", contiene, protege o enmudece el sufrimiento, sueño que promete la postergación de la muerte y el despojamiento de la verdad del sujeto.
Ante esta escueta cartografía que esboza aristas de la significación hospitalaria, hemos de introducir nuestro testimonio, a saber, el que versa sobre la clínica de la salud mental en un hospital. Allí también lo hospitalario hace su presencia, infiltrándose en la sala de internación, centro de egreso y consultorios. Las practicas y los discursos se ven afectados por dicho imperativo, y existe una cierta aplicación del psicoanálisis que apuesta a semejante tendencia. No obstante, no se trata aquí de elevar un testimonio de denuncia sino por el contrario, pensar las consecuencias lógicas y éticas de una "aplicación hospitalaria" del psicoanálisis en el tratamiento de las especies de sufrimiento humano que golpean la puerta de la salud mental.
Este testimonio se puede reordenar a partir de un interrogante inicial, resultado de la experiencia clínica – hospitalaria con la cual me encuentro a diario: ¿que ocurre cuando el hospital responde a la turbulencia de la angustia, el aplastamiento subjetivo, el resorte del acting/pasaje al acto y la profunda tristeza de un sujeto con un trato "hospitalario"? La paradoja acontece y el tan actual "trastorno de personalidad" interroga y desconcierta a quien se acerque. El psicoanálisis no es una excepción en este sentido, lo que conduce a repensar las condiciones de entrada, a un tiempo que confirma la chance terapéutica ya que de otra cosa que cuidar la vida se trata su ética. El hiato de los discursos y las posiciones se revela y da lugar finalmente al psicoanálisis como instrumento eficaz que encuentra un lugar inédito en la institución de la salud.
El presente trabajo intenta pensar este inicial espacio-tiempo a crear en medio de una institución que en su funcionamiento suscita "interferencias" a la transferencia, ensanchando el hiato de las posiciones discursivas y éticas. Para ello se presenta el inicio de una cura con sus avatares y zigzagueos producidos en el serpentín hospital, planteándose en tres tiempos que considero hacen a un mismo preliminar, las distintas intervenciones realizadas con sus errores y aciertos, puntos de obstáculo y relevo en relación a la giratoria puerta hospitalaria que conduce al inicio de un tratamiento y viabilizan una determinada dirección de la cura.

 

Hospistorial

Se trata de una joven mujer llamada Beatriz (28), quien vive hasta el matrimonio en una ciudad al norte del país con su madre y hermanos. Acude a Salud Mental hace algunos años cuando es internada luego de un fracasado intento de autoeliminación sobre suelo de tristeza que se precipita a causa de diferencias en la pareja y ciertos síntomas depresivos y rituales obsesivos que molestan al entorno familiar y desencadenan la expulsión de su hogar. Vive desde ese entonces en una zona suburbana en condiciones de precariedad junto a su abuelo paterno.
En su florida historia clínica rotan los diagnósticos que la codifican con episodios depresivos de distintas tallas, trastornos histriónicos, obsesivos compulsivos y otros de impulsividad según los tiempos de la asistencia. A modo de corolario, síntesis de su singular historial, que se articula a las nuevas circulaciones sociales del síntoma y neoformaciones clínicas, diremos que se trata de una paciente ubicada en el borde, grave y de riesgo, impulsiva y sobre la cual no había que sorprenderse si un día se quitaba la vida. En su transcurso ha recibido tratamiento psicofarmacológico, una terapia cognitiva, y el pasaje por el Centro de Egreso luego de la última internación. En el historial clínico se insiste desde hace años a modo de recomendación, la derivación a "psicoterapia de apoyo, contención y seguimiento". Figura terapéutica que cada vez cobra mayor presencia en la receta de los profesionales psi. Este es el encargo que en Comité de Psicoterapia al elegir el caso, acepto a modo implícito, enlazándome en las distintas transferencias que se articulan a un Hospital que cuida de su buena salud, previene recaídas, des-angustia y evita altos gastos de internación. Importa destacar también que la psicóloga del Centro de Egreso, con la cual la paciente ha establecido una operativa transferencia, realiza el proceso de derivación en el que acuerda los motivos del tratamiento a iniciar: hablar de sus dificultades como madre.

 

Pensando lo Preliminar

Es así que en la primera entrevista, intentando hacer pantalla en blanco y suspendiendo este pedido hospitalario encomendado, inicio el proceso que ingenuamente creía de entrevistas preliminares. Desde el momento en que le planteo mi deseo de escucharla en lo concerniente a lo que le aqueja Beatriz se precipita, llora y relata catárticamente los sufrimientos que la acompañan desde hace años, cuando fue internada por primera vez, luego de ser echada por el padre de su hija. Evoca distintos intentos de desaparición que se re - actualizan en su pedido de no vivir más, se culpabiliza de haber enfermado a su familia y de haber perdido a su hija, se lamenta por no poder compartir una mesa más con el padre de ésta, y revela el desborde que su pequeña le causa, la demanda de ésta se vuelve insoportable, despertando las vertientes del amor y el odio, las que confundidas interpelan su maternidad. Me dirigía una palabra coagulada y enquistada en un pasado del que ya no podía haber retorno, y en lo hondo del caos subjetivo, le pregunto en que la puedo ayudar: enfáticamente ruega estar con su hija en el día del cumpleaños de ésta. El mal estar que le causaba la demanda de la niña parecía ser la fina y única hebra de síntoma, en el sentido de queja, con el cual iniciar el trabajo preliminar.
La clínica de los inicios supone desde Freud un procedicimiento en donde han de tomarse las primeras semanas a modo de ensayo o prueba, donde poner en juego las reglas analíticas, con cautela y escucha, evitando comunicaciones en torno a lo sintomático, verificando manifestaciones y trazando diagnósticos diferenciales, a efectos de aplicar los criterios de analizabilidad, para aceptar luego al paciente en tratamiento. En su retorno a Freud, lo preliminar para Lacan, implica en el campo de la neurosis, el tratamiento de la demanda, mediante la implicación del sujeto en su goce envainado en el síntoma y la interrogación por la causa de éste, dirigiendo la pregunta al analista. Las coordenadas de la trama preliminar tienen un común denominador en los Drs. Freud y Lacan, y es que hay que evitar soluciones y respuestas inmediatas a la demanda de ayuda que el sujeto va a exigir, puesto que el furor curandis tiene como consecuencia el cierre definitivo del inconsciente y el abandono del tratamiento. No obstante, el psicoanálisis no soporta mecanizaciones y estas coordenadas de inicio eran interpeladas por la consistencia del sujeto arriba descrito, en donde los efectos imaginarios, pasajes al acto, profunda tristeza, y el inicial déficit simbólico evidencian el estatuto de otra clínica, rica en formaciones, pero de naturaleza que en principio podemos interrogar si trata de retornos de lo reprimido de una clásica neurosis. Carecía de diagnóstico o más bien los que tenía no hacían más que generar confusión puesto que al tratarse de una estructura límite, trastornada, de desborde subjetivo, lábil e impulsiva, se advertía la zona de riesgo y el escaso margen de acción.
Lo preliminar suponía un inicio ajustado; se trataba en este primer tiempo del establecimiento de la transferencia, empezar a conocer algunos de los elementos y datos de la historia de la paciente para poder llegar a esbozar mi propio diagnóstico en transferencia, a un tiempo que intervenir en relación a la paciente puesto que me habían encargado que la "siguiera" y "continentara".

 

Primer maniobra clínica

La prisa por intervenir se debía en parte también a que estábamos en fechas de riesgo, el aniversario de nacimiento de su hija se aproximaba y Beatriz en la primer entrevista decía querer desaparecer a un tiempo que demandaba al Otro estar en el festejo del cumpleaños junto a la niña. Dándole a entender que ante su esbozo suicida no podíamos hacer nada, le planteo que con respecto al segundo pedido existía una chance distinta. Respuesta afirmativa a una demanda concreta que la alejaba de un nuevo intento y que se traducía en la primera maniobra clínica en la que se intenta generar un falso nudo que provisoriamente ligue a Beatriz a este incipiente dispositivo. Tiempo de establecimiento de la transferencia en donde siguiendo los pasos de Freud, el primer fin es siempre "ligar al paciente a la cura y a la persona del médico".
El discurso de Beatriz es en este tiempo de una monotonía absoluta, se repite una y otra vez el dolor encapsulado y recubierto por un lenguaje vago y pobre que parece hasta serle ajeno, se limita únicamente a llorar lo perdido, coagulada en este sufrimiento que parece incompartible, y que ante cada intento de mi parte por acotarlo imaginariamente, éste se acrecentaba, revelando lo inoperante de la palabra ante semejante posición subjetiva. Bajo este depresivo panorama que Beatriz desplegaba en la incipiente transferencia una única intervención empezaba a surtir efecto y a entrecortar ese estado del alma que la palabra no sofocaba. Y este punto tenía que ver con aquellas intervenciones en donde ella quedaba ubicada del lado de la maternidad y por ahí una tibia señal de implicación subjetiva. Es así como en una de estas sesiones al llorar con su rostro al piso dice "no quiero nada con la vida, yo ya lo perdí todo, mi hija, mi esposo, mi casa….interrumpo y ataco su discurso a través de una alineación de la que no le queda más que elegir: ¿no queres nada con tu hija o no podes con ella?" Opta por la segunda y le exhorto a que narre situaciones de la vida cotidiana en donde se ve dificultada de responder a la niña-hija en tanto sujeto de la demanda. La dirección que tomaba la sesión posibilitaba apaciguar a Beatriz en un tiempo de conmoción fantasmática y muecas de desaparición que la palabra y su ensalmo empezaban a revertir. A partir del corte producido por la intervención alienante se produce un nuevo lazo en el dispositivo analítico en donde ubicado en posición universitaria busco la producción de un sujeto dividido mediante la autoridad de un significante perteneciente a otro y que oculta al amo en el lugar de la verdad. Discurso de la ciencia en la pluma de Lacan que se traduce en enseñarle a Beatriz un saber-hacer su maternidad, respondiendo imaginariamente a su primer demanda de cura. El objeto imaginario corría el riesgo advertido por Freud, anteponiendo el principio hospitalario de solución de cura a la dinámica de la verdad del sujeto, riesgo que apostaba a una ganancia transferencial. No obstante, en este tiempo Beatriz, de implicarse y voluntad de saber lejos se situaba. Agenciado en este lugar, y haciendo jugar una baraja doltiana de su fantástica obra emitida en una emisora radial, le planteo a modo de sugerencia, poder pasar el día del cumpleaños con la niña, y a escondidas entregar al padre una carta para que éste en el festejo de la noche se la lea. El argumento imaginario le posibilita a Beatriz resolver un festejo signado por el Otro de la cultura con alegría, afectos y emociones.
Este primer tiempo de intervención se cierra cuando Beatriz plantea con cierta felicidad plasmada en su rostro, que la niña le regala sus producciones escolares y otros elementos que hacen creer que ya no se veía desintegrar ante la presencia de ésta, encontrando una nueva posición no sin angustia "cuando ella se iba corriendo para su casa, luego de darle unos regalos, sentía que la perdía, era como un vacío…". Su mirada empezaba a ser colocada de otro modo en el consultorio, empieza a poner el ojo en el practicante, señal que la transferencia se positivizaba. El primer tiempo se cerraba, en relación al hospital revelaba su eficacia ya que la paciente había sido apoyada en relación a su padecer, evitándose internaciones y hasta lográndose algo en torno a la felicidad.

 

Tiempo de actings …

Pero poco duraría la misma y las dificultades de vivir reaparecieron en la primera sesión luego de reintegrarme de la licencia. El rostro flagelado de Beatriz al entrar al consultorio hablaba de por sí, repetía un intento de autoeliminación: "fue cuestión de minutos, soy muy impulsiva, me había levantado de la siesta y me empecé a poner mal y tomé las pastillas del monedero, a la vez que las iba tomando miraba los regalitos que mi hija me hizo". El intento revelado en el acting, es mostrado en la transferencia. Le propongo hablar de sus recuerdos, lo que desencadena nuevamente la aparición de este monótono y doloroso discurso del que no quería salir y que parecía denotar un lenguaje moribundo. Pero algo del orden del desconsuelo, y esto marcaba una repetición en acto diferente que le puntuó, la llevaba a plantear que no entendía lo que le había pasado puesto que había ido a bailar la noche anterior y se sentía bien. Intentaba de este lado levantar una lógica de sospecha sobre este intento que ella decía no entender, pero los mínimos movimientos eran detenidos por el nulo crédito que su palabra portaba, en su pobreza metafórica y su gran pasión por la ignorancia. Se sintió triste, pensó en su hija, los recuerdos y se intentó eliminar. Y de allí devino en el espacio analítico el monólogo melancoloso que intento entrecortar afirmándole su deseo de vivir: "¿no habían motivos para no hacerlo?", respondiendo una vez más en relación a su hija como razón de vivir, le afirmo entonces su razón de vivir por ella, y su deseo de vivir al elegir concurrir a la sesión, y en un intento laboral que empieza a realizar. Mi intervención apuntaba a reanimarla mostrándole ciertos elementos rescatables de esa constelación depresiva en donde habían indicios de querer seguir viviendo. La gravedad del nuevo acto me demostraba en los hechos el nivel de actuación y riesgo de la paciente a la cual -recuerden- implícitamente la psicoterapia ha de "continentar, apoyar y seguir", y ahora también "reanimar". Empezaba a haber de mi lado una cierta renuncia a la palabra en transferencia, respuesta especular con respecto a la paciente. Opto de aquí en más por no avanzar por la vía de la pregunta y me limito a escucharla, a apoyarla y sostenerla. Tal vez demasiada prudencia de mi parte justificada en que se trataba de una estructura aun confusa como para llegar a trazar un diagnóstico definitivo bajo un fondo de transferencia que no alcanzaba a establecerse.
La velocidad de las actuaciones en este tiempo empezaban a tomar una intensidad que me colocaban como un simple testigo que las miraba pasar y la irregularidad de su concurrencia duplicaba la fuerza del acting, sus permanentes actuaciones empezaban a ser dirigidos ahí donde esperaba palabras, convirtiéndose en enunciados que leía retardadamente y que denunciaban que algo no andaba.
En una de esas actuaciones que se convertían en un estilo de vida, Beatriz luego de un mes concurre a relatar las nuevas…un hombre con el cual en menos de un mes de conocido se había comprometido –hasta ese entonces ella moraba en lo de su abuelo- y con el cual ya estaba viviendo en pareja. El próximo paso sería llevarse con ella y su compañero a la niña. Beatriz soñaba con rearmar un hogar donde ella pudiera vivir con su hija. Avanzaba en arenas movedizas. Y su reciente pasado se taponeaba de lábiles sueños que intentaban remediar todo aquello que días atrás lamentaba y dolía haber perdido. Para consolidar esta mudanza realiza ensayos en donde poner a prueba el vínculo de la niña con el compañero, y es justamente a partir de esta escena escópica que dividida ella construye, en donde mira como la niña es mirada, el goce se activa y en su exceso, la angustia asalta. El comprometido partenaire miraba a la niña en una forma que despertaba sospechas en Beatriz, y en la sesión previa a la mudanza, angustiada, plantea el temor a un posible mal trato que pudiera infringirle a la niña. Emergencia de la angustia, y asociación a un recuerdo traumático de su propia infancia. Angustia como afecto que no engaña, que en su real tambalea al castillo imaginario y baliza la articulación trauma – repetición- goce en el que el objeto "a" mirada se presentificaba en la niña. Acting-out que a un tiempo la dejaba a ella en posición fuera con respecto a una escena mostrada, cuya consistencia escópica imaginaria llamaba a una respuesta. ¿Cual? Me sirvo nuevamente de esta posición discursiva en donde porto el saber para hacerla reflexionar en torno a lo precipitado del acto, vinculando los ruidos y la agresividad que la hija mostraba en ese momento en la escuela, aclarando además que la niña no tiene porque vivir las cosas que su madre ha sufrido. Intervención sancionante que en principio tuvo efectos. Pero poco duró el intento de prevención y lo ineducable del goce interpela la intervención. Luego de dos sesiones que no concurre, llora y dice que todo ha terminado, que está nuevamente viviendo con su abuelo. Fue en el fin de semana en que ella estaba en la nueva casa con su hija, ya había realizado la mudanza de la niña, cuando Beatriz nuevamente es echada. Definitivamente no se trataba de "prevenir" la respuesta a dar por parte del practicante, y los resultados de tal prevención están a la carta. Una nueva respuesta hospitalaria mostraba el fracaso y hacía repensar la respuesta a este llamado. El interrumpido establecimiento de una transferencia simbólica, en donde la rememoración que le propongo en relación a aquellos recuerdos que la llevan a un intento de suicidio fracasan, denotando cierto fallecimiento de su discurso, revela como un sujeto hace una puesta en acto de sus conflictos inconscientes procurando soluciones inmediatas en la realidad. Se actúan fragmentos esenciales de la historia de la paciente en lugar de reproducirlos verbalmente decía Freud. Se trataba de un movimiento de registros de la palabra al acto, y Beatriz estaba repitiendo en la acción algo del orden de lo hasta ahora reprimido. Se trataba de la repetición en acto sobre el espacio analítico que ponía en juego una transferencia sin analizar. Sin analizar ante todo porque de mi lado hubo resistencia, quedando ubicado del lado del que apoya a que esta cadena de actings no terminara siendo fatales y empezando lenta y especularmente a desfallecer el poder que a la palabra le suponía. Luego de este suceso relatado Beatriz concurre al hospital y pide ser internada, encontrando del lado de la psicóloga del Centro de egreso un enfático no que la reenvía a sesión. Paradójicamente el agente hospitalario le denegaba una nueva asistencia y de este lado un practicante de psicoanálisis cuidaba, apoyaba y seguía a una paciente que en su despliegue transferencial empezaba a poner en jaque el supuesto inicio.

 

…Restos a analizar

Luego de ser reenviada por su referente de la unidad a la sesión, Beatriz, una vez más derrumbada, enarra la caída de un sueño que por horas había componía su realidad, apelando a la melancolosa frase de pérdidas que la habita. Y en su escueto decir angustiado, aparece un nuevo significante articulado que se presenta como un resto del acting luego de ser echada: "Estoy cagada, soy una máquina de hacer cagadas, soy una mierda... ¿Desde cuando sos una mierda Beatriz?....desde que me separé de mi marido...y antes ?...no." Dicha intervención que la sorprende ubica el primer efecto de la palabra en análisis. Poca hospitalidad del practicante. Le creo que es una mierda. Nuevamente se niega a decir pero con firme insistencia le repito...y antes que? No sin esfuerzo confiesa que tuvo una infancia de mierda y que pasaba de casa en casa....como ahora le pregunto? Luego de la afirmación nuevamente sentencia que no quiere vivir más, motivo por el cual le planteo una nueva alienación entre seguir siendo una mierda, desaparecer como lo supo hacer su madre cuando niña o buscar nuevas puertas..."parece que seguís los pasos de tu madre en esto...", lo niega enfáticamente y le digo que hasta ahora no ha hecho otra cosa y si desaparece, su hija se queda sin madre. La intervención la implicaba en su sufrimiento, al tiempo que se empezaban a enlazar al simbólico los restos de sus actuaciones. Le planteo que si no es así que venga el lunes para continuar trabajando. Sin advertírselo le duplico la frecuencia de la sesión, y en el mes siguiente concurre al total de las sesiones. Recordemos que lo que va de tratamiento hasta esta fecha concurrió a catorce sesiones en seis meses, en una concurrencia intermitente y que hacia obstáculo al proceso.
En una sesión de este tiempo, al llegar tarde dice: "quise seguir de largo pero me desperté a las 8.00, hora que le recuerdo coincide con el inicio de la sesión, motivo por el cual le comunico que se despertó a la sesión, que por eso mismo no siguió de largo. "Vine para no fallarte" razón que justifica su venida y elemento que advierte un movimiento transferencial " Si, para no fallar como has fallado con los demás verdad? Si. Pues te cuento que si tu no venías únicamente a ti misma te fallabas y te despertaste, tarde pero te despertaste....estoy cansada de ponerme las máscaras, decirle a todo el mundo que estoy bien cuando en realidad yo no doy más..no doy más...no puedo más....la interrogo en cuanto a que sucedería si dejara caer las máscaras con que se ha mirado en todo este tiempo, las de ser una mierda y fallar? Y que sería de Beatriz si además empezara a buscar otro camino? Cual? exclamaba como pidiendo un milagro......hay que buscarlo...y para eso también hay que hablar". Su rostro de sorpresa acuñado de un silencio que detiene el llanto revela que algo del orden de lo identificatorio empieza a ser interpelado.
Cambio de psiquiatra mediante, que hace énfasis en su depresión y en el aumento de antidepresivos, me sirvo de esta verdad médica para localizar su sufrimiento. "Ah, quiere decir que tenés una gran depresión. Si, yo antes era fuerte y ahora estoy en un pozo. De un pozo se puede salir. Llora y pregunta...porque caí...la interrumpo y le digo...porque caíste al mundo, es esa tu pregunta? Siempre le pregunté a mi madre porque me trajo al mundo si me dio esta vida de mierda. Una cosa es porque mierda te trajo al mundo, y otra cosa sos tú, Beatriz, que estas acá, viva". El discurso se empezaba a histerizar, y ligado a los pozos depresivos y la mierda presentábase la relación a una madre amada-odiada a partir de la cual con palabras empezaba a separar. Y este primer gran amor habilita posteriormente el trabajo de metáfora mediante la ficción de un duelo amoroso con respecto al padre de la niña, el que se presenta como el gran salvador de Beatriz en esta vida de mierda. Nuevo tirabuzón analítico en el que la operación implica construir una versión de su historia de amor desde la primer mirada fascinante, pasando por sus deseos de tener hijos, y el momento en que es echada, como el cierre de una historia que ya no tiene retorno.
Y este mojón de trabajo posibilita inmediatamente abordar la relación a un hombre que en tanto padre amenazaba fanstasmáticamente con hacerle daño a su hija, lo que en el correr de las sesiones siguientes empieza a ser reconocido en relación a su propio abuelo y a ella en tanto hija-nieta. Nuevamente el discurrir de los significantes del acting permite con posterioridad enlazar simbólicamente un recuerdo traumático que repetía imaginariamente. La transferencia estaba instalada y el diagnóstico de neurosis era a esa altura certero. Empieza a plantear que con su abuelo las cosas están mal, que días atrás discutieron y ella le plantea a éste, que en la única persona en quien confía es en su psicólogo. En esa misma sesión anuncia "voy a dejar de ser la niña mimada". Y es luego de algunas sesiones cuando Beatriz dice que al abuelo no lo entiende "te tengo que contar algo, él me dijo que sentía hacia mí cosas distintas, que no me quería como nieta, esta confundido. Y tu que le dijiste? Que no lo quiero como otra cosa que no sea como abuelo. Le recalco que tiene que decírselo cada vez que el lo dude. Indago aún más la situación y me permito encarnar la ley: Debes dejar su habitación!"! Posición de interdicción con la cual habilitar la salida de la pere-versión, de un abuelo-padre que era el único que la cuidaba y mimaba, un abuelo muy pero muy hospitalario. El inicio del tratamiento llega a su fin. El elefante de la transferencia salvaje había entrado en el cercado analítico.

 

Puntuaciones

El presente trabajo intenta describir una posible entrada en tratamiento en donde las razones estructurales de un sujeto determinan el ingreso a través de una cadena de actos –y no decires- expresados en el plano imaginario al modo del acting out, los que han de ser incluidos en la clínica de los inicios a efectos de poder dirigir la iniciación del tratamiento. Se trata de tomar la actuación allí donde falta la palabra. Dichas actuaciones que tienen historia en el hospital han sido abordadas desde el punto de vista del fenómeno de superficie, privilegiándose esa fachada actuadora como signo, verdad y ley de la enfermedad, quedando solo y a la deriva el sujeto del inconsciente, deslizándose al paciente a ser codificado en la bolsa de los que no son. Porque no es neurosis, porque no es psicosis, porque no es perversión. Y esto conduce fatalmente al diagnóstico de borde, de trastorno y gravedad, que tiene consecuencias a nivel de pronóstico y tratamiento. Beatriz recorre distintos caminos en el laberinto del hospital que la conducen al final a la psicoterapia para ser apoyada y continentada. Se pone en juego aquí la articulación categoría diagnóstica-inanalizable como un prejuicio que sumado al aditivo del peligro de muerte terminan teniendo consecuencias en el inicio del tratamiento puesto que el prejuicio y el saber sirven entre otras cosas para obturar la escucha.
Los tiempos uno y dos de este inicio revelan los distintos lugares ocupados por el practicante en donde el saber universitario, el saber al servicio del reforzamiento del yo, el saber al servicio de la prevención rotan y revelan un avance necesario pero no suficiente. Las razones estructurales de Beatriz la llevan a repetir en acto y la resistencia del practicante, lo lleva a responder especularmente obturando la escucha, leyendo como signo la actuación, cayendo la confianza en el significante y las posibilidades de decir en relación al sujeto que este comporta. La transferencia es salvaje, el paciente exige e insiste en otra respuesta, cachetea para que despierte el practicante, y como dirá Lacan, el sujeto exige una respuesta más justa.
Allí sucede un viraje de posición en donde del acto se va hacia la búsqueda de un sentido de palabra, el acting pasa de ser un fenómeno loco que hay que cuidar o evitar o prohibir, a configurarse como puerta de acceso a lo reprimido y traumático que por la vía rememorativa fracasaba. Dirigiendo un movimiento de implicación subjetiva en relación a estas repeticiones actuadas como efectos del icc, en donde el resto del acto hace palabra que se instala finalmente en la transferencia. Se trató hasta ese entonces en términos transferenciales de un amago como dice Lacan, una amago transferencial, un permanente llamado a responder de otro modo. "Soy una mierda" implica la articulación a un segundo significante que se desprende del acting y desde allí es posible rememorar porque mierda fue traída al mundo por su madre y las distintas identificaciones encebolladas. Es desde el acting que también queda al descubierto la posición en relación a un abuelo sexualizado que habrá que matar ya no con actos sino con palabras. La palabra en transferencia. El pasaje que da entrada en tratamiento fue posible a partir de que se agujerea una significación de lo hospitalario que cuida y sostiene, que paradójicamente se traducía en una respuesta injusta y que irremediablemente conducían a lo peor, la permanente actuación de la paciente, y el riesgo último de que algún día por un mal cálculo terminara con su vida.
La política del psicoanálisis va del síntoma al significante para arribar a la verdad del sujeto, política que implica una determinada estrategia y táctica a efectos de enfrentar al león salvaje de la transferencia, agiornando la técnica como una herramienta hecha a la medida del caso y de la practica hospitalaria que no sin hospitalidad puede ir más allá de los atravesamientos y encargos institucionales a efectos de resolver el hiato inicial del psicoanálisis, el hospital y sus intersticios.