PRÓLOGO

Las conferencias de José Luis Etcheverry dan su perspectiva en la traducción de S. Freud, por obra de su elección de nuevos sustantivos en la de las cartas a W. Fliess.
La última opinión que días atrás recogiéramos en este sentido, fue la de del novelista y traductor vienés Erich Hackl ("Sara und Simón", Diógenes Verlag, Zürich, 1995): En castellano no hay mejor término que "querencia" para traducir Trieb. A pesar de respetar esta opinión y la propia rigurosa producción filológica Trieb-Querencia de José Luis, nos cuesta aceptar la aplicación de tal ecuación semántica. Es por esto que según él mismo fuimos los primeros en preguntarle sobre la pertinencia de ese léxico giro técnico del castizo de J. Ruíz 1330-43 (Libro de buen amor), en 1632 en la Gerarda -catedrática de amor- de Lope (La Dorotea) con igual sentido que nuestro rural actual.
En la edición de Amorrortu de las cartas, nos impactó en 1994 casi mas que Freud, dicha osadía traductoral. Fue para dar cuenta de ella que le invitáramos a José Luis al Área de Psicoanálisis, Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
Pensamos que lo revolucionario de sus propuestas reside en innovar como aporte a desligar el psicoanálisis de lazos discursivos que impiden rescatar de él lo central pues, hoy, vaya paradoja, sufre de identificación por un exceso de lucha contra la misma.
Sintonizaba José Luis en ello con lo que anhela el demos de la Universidad con relación a los apegos encarnados en el repetitivo supuesto uso técnico siempre transitorio de modismos que en su iteración hacen síntoma de lo que por transcurrir en el seno de la creencia se erige en cerrada circulación axiomática.
Con querencia por pulsión y población por investidura, Etcheverry logra "llamar" la "atención", es decir, reclamarla, demandarla, "atraerla" como freudiana "sobreinvestidura" para que arribe aquí a lo nuevo y no se dedique por inercia en tanto que pulsional, a eso que vuelve siempre al mismo lugar como atención o querencia que puebla un lenguaje de humana radicación como enlace social.
Lo del gran traductor argentino se trata de un llamado magistral al movimiento de aquello saussuriano que hace a la adhesión al uso de un significante como si fuera un signo que por definición sólo tiene acoplado un único significado.
Es una operación que habilita facultar al uso de una clave maestra orientada hacia sacudir costumbres hilvanadas desde el más puro idiomático colonial poder discursivo institucional sobre una propicia permeabilidad a la identificación unificante.
Más allá de toda discusión acerca de una absoluta adecuación semántica de los nuevos vocablos propuestos, valoramos la propia acción efectiva causada por la irrupción sorprendente de la novedad. Hay allí el resultado de una investigación que implica una superación de esa pereza-caballo-de-Troya que somete a la propia materialidad de esa repetición que oculta y muestra de por sí un origen traumático que señala una diferencia que sólo se puede dibujar con la tinta del afán sobre el papel del dogma.
Tarea quijotesca de un traductor. Corominas nos recuerda querencia en el Quijote. ¡Cosas veredes Sancho! Etcheverry responde en un momento histórico muy preciso a la orientación fundamentalista de pretensiones hegemónicas de corporaciones y discursos de supuestos practicantes del psicoanálisis, al descubrirse en conflicto de identidad por el ejercicio de una praxis contradictoria con la médica, en el propio seno del mercado de valores de ésta última. Testimonios de O. Fenichel en las 119 Rundbriefe 1934-1945 (Hg. Elke Mühlleitner und Johannes Reichmayr, Stroemfeld V., F. am Main und Basel, 1998) en el marco de sufrir primero clandestinidad en Europa y después exilio en EEUU, prefiguraban ya los efectos que iba a generar el desarrollo de una práctica oríginada en una otra precedente. La misma medicina que había fallado en isomorfismo por relación a un objeto epistémico que ya no podía ser el suyo y obligaba a la divergencia que habría de devenir en el emerger del psicoanálisis, tendería luego a hacerlo converger hacia ella.
La muerte de Fenichel después de su esfuerzo para ser reconocido como médico y así poder ejercer el psicoanálisis en EEUU y el nacimiento de la figura de Jacques Lacan como la expresión opuesta de un intento de trazar con nitidez la diferencia radical del psicoanálisis con la medicina, señalan el comienzo de un proceso conflictivo identitario que recorre instituciones, discursos, teorías, prácticas, sujetos y praxis.
Fue por una técnica traducción al inglés, sobre todo de la Standard Ed. de J. Strachey que -según Bruno Bettelheim (Freud y el alma humana, Grijalbo, Bar., 1983)- ese problema identificatorio adquiriera su más seria expresión al acartonar nada menos que el singular, literario y coloquial alemán escrito de Freud que precisamente por su estilo y gran cultura había sido premiado como tal en 1930 con un "Goethe"... de literatura. Somos testigos de su efecto en nuestro medio. Ante la duda de algún detalle de traducción en López Ballesteros, salvo excepciones como las de T. Bedó y D. Hajer, se recurría a la Standard en lugar de a las Gesammelte Werke. Pereza por falta de públicas exigencias y luego adulteración privada de la identidad del texto por identificación y transmisión. Esto, antes, drama del fundador del psicoanálisis que, justamente, temía el riesgo querencial del psicoanálisis en relación con la medicina: el retorno del nuevo método de los significantes, al viejo método de los signos; la vuelta de la escucha, a la clínica semiológíca; el regreso de una atención flotante dirigida a las secuencias fónicas de las palabras, a una otra atención dispuesta a sumergirse en supuestos significados (por ejemplo: si hay o no demanda de análisis); el desprecio por los repentinos laberintos que puedan abrir imprevistos errores del hablar, en aras del aprecio por las certeras respuestas que pueden dar frases bien construidas a preguntas formuladas a priori.
El peligro de "traición" por traducción constituía uno de los factores más importantes de aquel riesgo. Hablar de lo mental no era lo mismo que hablar de lo anímico por relación a lo psíquico. Bueno, precisamente la traducción de Trieb fue paradigmática en la ilustración de esta trascendente cuestión de identidad que muestra en forma cruda la relación entre lo identificatorio y lo identitario. Si Freud había tratado de elucidarlo en Psicología de las masas y análisis del yo con sus referencias al Dios de la Iglesia y al Jefe del Ejército, se podría pensar el lugar que han ocupado la Standard y sus efectos en la vida standard de los institutos de enseñanza de las asociaciones.
El vocablo castellano querencia basta como buen ejemplo –como dijera Doris Hajer en su diálogo 1995 con Etcheverry en la Universidad- de lo que es un mayor giro hacia lo literario por oposición radical y búsqueda de un cierto equilibrio –agregaría- en relación a ese otro extremo opuesto del Instinct inglés que parece empujar al Trieb alemán del texto original de Freud hacia lo médico -por esa tan dura intermediación de lo terminológico bio-genético. El traductor, más allá de lo que se ha animado a confesar, ha intentado con su nueva versión de las Obras de Freud y con la de las Cartas a Fliess y sus referidos osados detalles, apuntar también hacia reparar distorsiones de sentido del traslado al Inglés y en especial el de la Standard.
Es pues nada menos que a nivel de la identidad del discurso psicoanalítico que incide la obra de Etcheverry. Y esto implica la cultura de nuestro tiempo desde la manera en que lo simbólico trabaja sobre lo imaginario para desenmascarar el síntoma identitario que por forclusión retorna en lo real de esa cadencia monótona que uniformiza enunciados, enunciaciones y enunciantes. Estos últimos –en la línea de lo que ya ha dicho sobre ello Germán García ("El psicoanalista y sus síntomas", Eol-Paidós, B.Aires, 1998)- pasan a parecerse todos entre sí como prolijamente recortados. Pero no se trata de una novedad de tiempos lacanianos. Un fenómeno i d é n t i c o ya sucedía cuando el centro de difusión discursiva del psicoanálsis pasaba por Londres y no por París. Y no se trata de una suerte de mala intención de nadie, más allá de lo que dijera Fedida en Montevideo hace ya mas de una década: "Ustedes se tienen que definir: o trabajan para la Ipacola o para la Lacancola porque ahora el mercado se expande también hacia el este y no sólo hacia el sur". Pienso que la respuesta más adecuada a esta postura fue sin duda la de Miller con la creación de la A.M.P. para luego ponerse en ventajosa posición también formal frente a la A.P.I. Ahora, una de otra, constituyen su recíproco espejo que les devuelve una imagen completa de la organización que cada una de ellas aspira con relación a la difusión de la práctica del psicoanálisis. Pero la vida es más difícil. En todo el mundo hay hoy cientos de grupos no sólo extra IPA o extra AMP, sino también intra IPA e intra AMP por los cuales ya no circula el pequeño espejo como mercancía de gran valor de cambio. El futuro dirá sobre la identificación en la transmisión y es posible que pudiera ser auspicioso si llegara a difundirse el desenajenante ejemplo discursivo de José Luis Etcheverry: pensar en los posibles efectos identificación-rito que puede acarrear una palabra establecida que no sorprenda. Por ejemplo, podría venir al caso advertir sobre ese einziger Zug que por antojo de Lacan se retraduce por aquí como trazo unario. Con sacudir este castellano par significante se podría quebrar una implícita inadvertida amalgama para convocar al presente consecuencias de ese exilio masivo de psicoanalistas judíos alemanes y austríacos de la década del treinta, cuya tragedia mayor generara una menor, pero tragedia al fin en la identidad de la praxis triple de la "asociación libre", la "atención flotante" y la "transferencia". Permítaseme llamar a la reflexión en esto, con el albur de un calambur. La gran tragedia tuvo precisamente que ver con alguien que se pretendía un ario. Serio calambur éste sin chiste para apuntar hacia el eje del peligro y poner así énfasis en el trazo que en el intento de unir trozos destroza la destreza singular por la cual transcurre el producto creativo de la llamada asociación "libre" del analizante cuando supone que quien ejerce la "atención flotante", sabe, mientras que éste, en realidad, como le reprochara Jung a Freud en aquella famosa carta de respuesta sobre técnica del 9 de enero de 1912, debe "hacerse el muerto". Cuando en la historia de los escritos psicoanalíticos este extremo desvío representado por la metáfora del entrecomillado del discurso psiquiátrico de Jung en oposición al de Freud -por no poder quizás asumir lo que le sucediera con Sabina Spielrein como transferencial error técnico- es recogido por Lacan, éste radicaliza la regla de la abstinencia en detrimento de la "atención flotante". Y fue de ésta que habláramos con José Luis en el espacio entre sus dos conferencias, en presencia de la Lic. María Angélica Araoz y la Lic. Doris Hajer. Dijo –lo que volvería a decir por la noche en la Universidad- que no estaba de acuerdo con Castoriadis cuando afirma que Freud nunca habla de la imaginación porque, si bien no se encuentra en su teoría psicopatológica, aquélla se podría de alguna manera entrever en la técnica específica que le corresponde al analista, la gleichschwebende Aufmerksamkeit, en su morfema "-schweben-" (flotar) que, como texto articulado en apropiado contexto, se rastrea de Lipps a Fichte: la imaginación en el trato humano. Me volvió a sorprender. Racker, me dije. ¡Caramba, la imaginación en la atención! Me sacudió y me hizo pensar bastante porque no es fácil atender en forma "flotante" sin hundirse en los significados de lo que dice el analizante o en las imágenes propias "preconcientes" que pueden irrumpir mientras se escucha como analista. Le refería entonces a José Luis -porque él decía con suma delicadeza que ese era un problema para nosotros analistas y no para él como traductor- que ya era bastante "fluctuar" en nosotros como para también "hacernos los muertos" en el sentido exagerado de la expresión con la cual Jung, por su entrecomillado, sugiere que sea una cita de Freud. Quizás importe en ese detalle histórico saber si es realmente una atribución o no de Jung a Freud pero la cuestión es que luego parece tomado muy en serio por Lacan con lo de ponerse como objeto para que el único sujeto sea el del suponer inconciente del analizante sobre el otro. A José Luis le interesó mucho, en particular la importancia que le asignaba al deslizamiento hacia la desaparición del sujeto del analista como "deseo" de éste según Lacan y entre el erigirse para el otro en el "sujeto supuesto saber", el objeto "a" y el quizás junguiano "hacerse el muerto". Hay aquí todo un problema que el teórico francés busca eludir en una vuelta más literal a Freud el 11 de octubre de 1974 cuando dice que "oímos" con "una atención flotante" en clara referencia a la expresión e intento de mínima teorización de la misma por parte de Freud que por algo sólo se refiere explicitamente a ella en 1912 y 1922, más que casualmente cuando primero Jung en Zürich y luego Frink en Nueva York, uno presidente de la IPA y el otro candidato a la presidencia de la Asociación de la gran ciudad, tienen problemas transferenciales con sus analizantes. La atención según Freud es "sobreinvestidura", una Überbesetzung que como Besetzung es una Triebbesetzung, una aplicación de la pulsión, eso que también hace a la Übertragung que en traducción (Übersetzung, acota D. Hajer) es "transferencia" en cuanto desplazamiento de Besetzungen y que conforma el propio ámbito donde viven y se nutren los significantes que la expresan en el trabajo analítico que no así porque sí sólo procesa el analista por ubicarse como objeto del sujeto del inconciente (Lacan) del analizante porque el problema allí está más bien en cómo uno atiende, es decir, en el manejo (Be-hand-lung) de las investiduras, en cómo uno "puebla" o deja de "poblar", según la nueva propuesta de José Luis, los significantes de la cadena sintagmática que, según Freud deben seguir siendo promovidos en su "libertad" al amparo de la asociación "libre" del enunciante quien, como es obvio habla en son de demanda para obtener la satisfacción por lo que transfiere. Y si lo que se transfiere transcurre por la seducción vehiculizada por los significados, lo que se hace necesario es no sumergirse en sincronía con ellos sino flotar para deslizarse en la diacronía de la cadena-diferencia de todos los significantes. El problema, a mi entender, radica en que una postura extrema en el sentido de la abstinencia juega el papel de sustituto de la atención flotante y ello produce un corrimiento de lo propio del hablar-escuchar hacia el actuar en el sentido del agieren y entonces la repetición en lugar de abrir el camino de los fonemas se encuentra en su cierre por la acción teórica. El hecho es que lo único que tenemos para trabajar son las palabras y las tenemos que cuidar en el sentido de promover su mejor emerger. Y para esto el juego de la abstinencia no colabora en forma directa o isomorfa porque sólo es catapultada allí desde la teoría como en forma de salto artificial que transfiere una omnipotencia inhibidora de la asociación libre y no como lo hace la "atención flotante" que en cambio sí es específica como par de la misma pues al no tener una otra finalidad teórico-especulativa como aquélla, sólo le resta la propia práctica de favorecerla. Aquí coincidíamos con lo del "-schweben-" que señalaba Etcheverry porque es práctica que en su propio ejercicio no puede dejar de ser humana en el sentido del trato y que en todo caso para ello basta con la gleichschwebende Auferksamkeit pues es en realidad ésta la verdadera abstinencia si es que oímos síntoma-teoría en la identificación con la palabra standard del analista. El problema ya con Freud, al querer evitar la alteración de su legado mediante la Institución y el Comité Secreto y en Klein o Lacan donde ya pasa por una sugestión de frases e identificación a ellas en exceso rígida es que, paradójicamente, no se permite el rescate de la imaginación humana del analista para ejercer con plasticidad una atención que sólo tenga que ver con dirigirse a la soltura musical de los significantes para poder flotar con ellos y no precipitarse con disciplinada antelación teórica (P. Aulagnier) a lo que habrá de seguir diciendo el analizante. Y es sobre todo aquí que reside a nuestro modo de ver el valor más trascendente de la obra de innovación de significantes que ha gestado como vivo móvil modelo Etcheverry. Si Trieb ya no sólo puede ser pulsión sino también querencia o quizá otra palabra como se le había ocurrido por ejemplo tendencia en francés a Lacan o cualquiera otra, no habría ya allí mayor peligro de la identificación en el término o en la manera de hablar y restarían investiduras o posibilidades de "poblar" una diversidad no reductora del decir para mejor hacer circular las singulares ideas de cada quien en relación a su propio deseo y sus propias demandas y a buen resguardo de repetir cansinamente elementos teóricos "cristalizados" (Etcheverry) por una exigencia cacofónica de pertenencia a una marca o grifo a la manera púber o adolescente que, sólo nos lleva a ser hablados por un otro como si fuéramos simples difusores de un discurso que no nos tiene en cuenta como sujetos, al mejor estilo de aquél religioso del Señor (D. Hajer) que –bien dicho aquí- Lacan mal denomina del Amo por una distorsionada lectura de un Hegel que, también por ese efecto multiplicador de tamaño yerro en su traslado al francés y luego de éste -y no del alemán original- al castellano nos permite volver a señalar la dimensión desalienante del aporte de José Luis Etcheverry. Es que el psicoanálisis en su especificidad tiene la imposibilidad de excluir al sujeto, como sí en cambio hacen las ciencias antes llamadas "exactas" que precisamente allí encuentran su mayor falla. Para ser más claro, no en balde Ilya Prigogine desde disciplinas de alta formalización como la física cuántica y la matemática ha afirmado: "(...)Una ciencia teórica(...)en donde los iniciados continúan cavilando en términos sólo entendidos por algunos compañeros de viaje, estará necesariamente aislada del resto de la humanidad cultural; está abocada a la atrofia y a la osificación(...)", pág.42, "La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia", Alianza Ed., Madrid, 1990. Es sobre el fondo de esta cita que quiero al concluir, resaltar lo que sería la más viva expresión de la figura de José Luis Etcheverry: apertura, cambio y movimiento en el complejo panorama actual de la producción social de los conocimientos humanos donde vive el psicoanálisis.

Dr. Martín Wolf-Felder
ex Prof. Titular del Área de Psicoanálisis
Universidad de la República